31.8.09

HISTORIAS. La agitada carretera que termina en Pantín.

Texto: Paul Sarge.

Son las 22:59 en Cronwell, cuna de surfers del calibre de Jim Banks, Ross Marshall, Mark Occhilupo, Richard Marsh y Gary Green. Hoy es el último día que paso en casa antes de irme fuera. Ese día suele ser siempre un día de locos. Una vez más, lo que tenía que hacer en tres días lo he hecho en uno sólo. Dentro de siete horas sale mi vuelo Quantas hacia Johannesburgo, de camino a Jeffrey´s Bay, Sudáfrica. Estas dos palabras me han hecho sonreír durante años. En este momento estoy sentado en el suelo del salón de Richard “dog” Marsh. Él, su familia, su novia y un amigo íntimo llamado Dean Whiteman, me han estado ayudando a meter 68 copias de mi último vídeo en las maletas. A ver si con ellas consigo pagarme las comidas en África. Estoy hablando muy en serio. Uno no se hace rico en este negocio, pero es como mejor se vive. Ahora tengo que acabar esta historia y mandarla por fax a la mejor revista de surf de Europa y sólo entonces podré dormir unas horitas antes de salir hacia el aeropuerto. También puedo dormir en el avión.

PANTÍN. Hace menos de un año no había oído nunca nombrar ese lugar. El año pasado volvíamos de las pruebas francesas WCT del Circuito Mundial ASP y a medio camino empezamos a intentar localizar en el mapa ese lugar desconocido llamado Pantín. Todos los surfers se suelen poner un poco nerviosos cuando tienen que ir a un sitio nuevo pero el rumor de que Galicia estaba llena de points con olas de gran calidad aumentó la impaciencia de la espera. Lo que sabíamos sobre Pantín era que se encontraba cerca de la punta Noroeste de España, muy lejos de todo y que era un lugar muy bonito. Dentro del agitado estilo de vida que supone seguir los circuitos ASP, parecía que podía merecer la pena ir hasta allí. Y vaya si mereció.

El convoy australiano formado por seis coches llegó al pueblo justo al atardecer, después de toda una aventura en coche que había comenzado en Ericeira (Portugal) ese mismo día al amanecer. El convoy llegó en dos partes. Nos perdimos en algún lugar del Oeste de España cuando un camionero portugués se metió entre nuestros coches en el momento de salir de la autopista y la mitad de los coches no cogió el desvío. Definitivamente, ser difícil de localizar es una ventaja. Una bella ciudad ubicada en una región sagrada de la tierra del Señor merece la pena ser descubierta. He vivido en la carretera, siguiendo los circuitos profesionales de surf, escribiendo historias en lugares extraños durante doce años. Tras una década de largas y agitadas carreteras por fin he encontrado una que lleva a un lugar donde incluso podría instalarme en una chabola a escribir mis historias.

El año pasado me pasé toda una noche levantado escribiendo una historia más de una semana fuera del plazo que me había marcado mi principal cliente, la revista Tracks. El hotel que me habían conseguido los organizadores del campeonato tenía unas maravillosas vistas hacia Cedeira, pero no tenía teléfono público. Había abierto hacía menos de una semana y las instalaciones de telecomunicaciones no estaban terminadas. Me pasé la noche conduciendo de una cabina a otra intentando localizar a Shane Dorian y a Ross Williams en Hawai. Si ya resulta difícil localizar a un surfer profesional, imagínate lo que puede ser localizar a dos ... Había perdido la cinta que habíamos grabado en Portugal y que me iba a servir para escribir la historia. Habíamos conseguido grabarla después de que yo perdiera la cinta original con la entrevista realizada en Japón 15 meses antes. En Tracks son muy pacientes. Sí, unas veces te vuelves loco y otras, simplemente pasas de todo.


A lo que iba... Nuestro convoy llegó a Pantín justo antes de que anocheciera. El ambiente se estaba cargando de humedad debido al frío de la noche. Cuando llegó el grupo de rezagados al punto de encuentro hacía verdaderamente frío. “Aquí nadie habla inglés” comentaron nerviosos los chicos, sin dejar de saltar para entrar en calor. Todo era diferente. Generalmente en el circuito, bien o mal todo el mundo chapurrea nuestro idioma. “Ir a mirar, seguro que alguien habla inglés”, ordenó alguien. Tres coches regresaron a Ferrol y otros tres se quedaron. Una hora más tarde, nueve surfers australianos volvían a la rutina de acostarse para descansar y estar relajados para las olas del día siguiente.

Los surfers estaban cansados por el viaje y tras dormir hasta las 8 de la mañana, el grupo se encontró con la desilusión de unas olas pequeñísimas. Mientras ellos se tropezaban los unos con los otros en los colchones puestos en fila y discutían sobre quién entraría primero en el diminuto cuarto de baño, yo me levanté tranquilamente en mi lujosa habitación que pagaba la organización. La decisión más importante que tuve que tomar esa mañana fue si pegarme un baño relajante o una ducha caliente. A veces al pobre fotógrafo también le miman. He dicho a veces. Era un bonito hotel con vistas sobre un bonito pueblo en una bonita región de un bonito país. Ahora en serio, tenéis casi la misma suerte que los australianos.

Tal y como se lo había pedido el director de la prueba, unos locales me visitaron en el hotel más o menos una hora después de anochecer. Hablaban maravillas de la costa gallega, sobre todo de la zona de Ferrol. Estaban, como es lógico, muy orgullosos de su región. También estaban un poco sorprendidos de que los surfers del circuito hubiesen viajado hasta su ciudad. Recuerdo que yo sentí esa misma mezcla de nerviosismo y excitación hace ya unos cuantos años cuando los Straigh Talk Tyres vinieron a mi ciudad natal, Cronwell.

¿Cómo? ¿Tom Curren en Pantín?” gritaron al unísono los tres locales apiñados en el asiento trasero del coche de mi anfitrión mientras nos dirigíamos a Cedeira. Un gran silencio inundó el coche tras la gran noticia. Era totalmente obvio que Tom Curren es tan famoso y venerado en Pantín como en cualquier otra ciudad con olas del Planeta. Sí amigos, Pantín estaba de suerte.

Si he de ser totalmente sincero, tengo que decir que al principio, por lo que iba viendo según conducía de Cedeira a Pantín, el lugar me desilusionó bastante. Al cabo de un rato, definí el lugar como bonito, pero no alucinante. La gente ponía a esta región por las nubes. Yo todavía no la consideraba como para tanto. Un par de días más tarde, cuando la paz de la vida gallega me invadió, me di cuenta de que me había enamorado del lugar. Al cabo de una semana no me quería marchar y yo mismo hablaba maravillas de la zona. El amor todavía lo puede todo.

No eran exactamente el lugar y las increíbles olas lo que me enamoraron. El pueblo gallego, más que dónde vivir, sabe cómo vivir. Los considero una “tribu” amable y hospitalaria, con un temperamento cálido y alegre. Me gustaría poder acordarme del nombre del director del campeonato, lo siento amigo, una de las personas más amables que he conocido nunca. Vino personalmente a saludarme y, junto a su secretaria de prensa, cumplieron a la perfección su papel de anfitriones durante la celebración de la prueba. Todo el mundo, todo gallego que conocí, fue verdaderamente amable y simpático.

Creo recordar que la parte EPSA del campeonato tuvo lugar el primer día. Mientras el inglés Grishka Roberts levantaba su trofeo de campeón aquella tarde, las olas apenas rompían. Los locales comentaban que Pantín nunca había estado tan plato. Al día siguiente estaba un poco mejor, entre medio metro y un metro, según la marea. “No te preocupes, las olas están al caer” me aseguró el director, preocupado por el estado del mar. Era la primera vez que veía al director de una prueba excusarse por las olas. Abrió la competición el surfer aborigen Ken Dann, protagonista del poster del campeonato (Ken tiene enmarcado el poster en su casa de “Pipe preak” al Sur de Sydney en Australia) y me señaló una tabla de estadísticas que mostraban que en la zona suelen romper olas de entre uno y dos metros la mitad del año. Eran unas estadísticas que todos estábamos esperando que se cumplieran. Los chicos están acostumbrados a malas condiciones y, como siempre, hicieron una sorprendente demostración de lo que es el arte de surfear. Los españoles pasaron mangas con especial atención a la manga entre Eneko Acero y Dani García (lo siento, pero no recuerdo más nombres) como punto final a unos días de competiciones excelentes. El francés Micky Picon y Russell Winter estuvieron igualmente impresionantes.

Al día siguiente las estadísticas se pusieron de nuestro lado ofreciéndonos unas olas agitadas y potentes que incluso llegaban a sobrepasar los dos metros y medio. Las condiciones del mar no eran como para principiantes. El veterano Simon Law, un maestro de las big waves, casi se ahoga al romperle seis olas seguidas sobre la cabeza. Tom Curren sufrió un destino similar al intentar esquivar las gigantescas masas de agua. A cinco minutos del final, sólo contaba con una ola. Consiguió coger una justo antes de que sonar la sirena y realizó la maniobra de la prueba, un snapback directo. Pero se cayó y no pudo continuar en la competición. Los gallegos también demostraron su valor. Mereció la pena conducir desde Portugal.




Las condiciones fueron empeorando según avanzaba la competición y un joven de mi otra ciudad favorita, Jevon Le Roux, consiguió llegar a la final gracias a un limpio y crítico surf “down the line”. Jevon es de Jeffreys Bay, y lógicamente se encuentra muy cómodo en derechas largas. De todas maneras, tampoco se le dan mal las izquierdas. Junto a los australianos Richie Lovett, Nathan Webster, Jay Phillips, Beaur Emerton, Simon Law y Toby Martín, un sólido grupo de sudafricanos y los representantes europeos, el público presente en el campeonato asistió a un verdadero festival de surf. A Jevon le faltó un poco de empuje en la final, lo que dejó el terreno libre a su colega Seth Hulley, que se llevó el dinero.

Al día siguiente no hicimos las maletas como siempre hacemos después de cada campeonato. Nos quedamos un par de días más hasta que partimos hacia Miramar en Portugal. No soy al único que le gusta este lugar. Si no estuviera tan cansado soñaría con Pantín. Dulces sueños. Son las 1:15 de la madrugada y es la hora de meterse en la cama. Dentro de pocas horas tengo que volver a la agitada carretera.

20.8.09

SURFISTAS. Juan Abeledo



Juan Abeledo se enamoró del surf hace más de treinta años, cuando rondaba los sesenta, en una época en la que ver a alguien deslizándose sobre las olas de Doniños era todo un acontecimiento, y mucho más si ese “alguien”, como le ocurría a él, peinaba canas y se acercaba a la edad de la jubilación.

Juan nació en Vilamaior en el año 1916, pero a los cuatro años se trasladó con sus padres a vivir a Ferrol. A los 11 años empezó a trabajar como recadero en una sastrería para ayudar a la economía familiar. Se trataba de un trabajo de lunes a domingo, en el que sólo tenía libres las tardes dominicales, y que le hizo ser consciente, a esa edad tan temprana de algo que algunos no consiguen descubrir en toda una vida: la necesidad de disponer de tiempo libre para poder hacer todas aquellas cosas que nos ofrece la vida.


A los 14 años su padre le preguntó que quería ser de mayor, y él sin saber porque dijo que mecánico. Esa afirmación le cambió la vida y le permitió con los años alcanzar su sueño. Su padre consiguió que entrase como alumno en el Taller de Artillería de la Armada en Ferrol, en donde Juan aprovechó el tiempo al máximo y adquirió los conocimientos de mecánica, soldadura, talabartería, ebanistería, ..., que le facilitarían la entrada en el astillero Bazán a los 23 años. Allí trabajó de ajustador-montador hasta que pasó a una oficina. Ahora cada mañana, ya retirado y con más de noventa años, se le puede ver feliz con la mochila a la espalda camino de la piscina de Batallones.


Juan fue durante mucho años socorrista voluntario en la playa de Doniños, su primer socorrista. “Salvar una vida da tanta satisfacción que sin darte cuenta te ves metido en el “negocio”. La verdad es que me metí en el socorrismo sin quererlo. Un día salvé la vida a una persona y, creo que como le pasa a todo el mundo, la satisfacción es tan grande que desde ese momento siempre estaba atento por si alguien necesitaba de mi ayuda. También es cierto que había mucha más gente que me ayudaba. Por aquel entonces no había estructura de salvamento como ahora. Yo ponía en mi tienda el distintivo para que la gente me pudiese identificar. Pero repito, fue una labor de más personas, no sólo mía.” Tras mucho insistir Juan acaba reconociendo: “Habré salvado a unas treinta o cuarenta personas”.


Un buen día su hijo apareció en casa con una tabla de surf y Juan no se lo pensó dos veces. “Tan pronto la vi le dije: ¡Yo también quiero una para mí! Y él me dijo: ¿Pero papá, quieres surfear a tus sesenta años?. Hijo, si sabes de una tabla, cómpramela”. La petición dio sus frutos. Su hijo le regaló una preciosa tabla azul y amarilla. Y Abeledo le pintó una gaviota en la proa para bautizarla. Así fue como comenzó su historia de amor con el surf. Pasados los 90, Juan ya no surfea –lo hizo con devoción durante tres lustros, de los 60 a los 75- pero acaricia un deseo, y se confiesa: “Espero que antes de que me muera, allá por el 2018, la ciencia avance lo suficiente como para rejuvenecer mi cuerpo y poder surfear algún año más”.



Texto por Beatriz Antón y fotografía de Eloy Taboada-Estudio 108

17.8.09

BAÑOS. 14, 15 y 16 de Agosto.


Llevamos ya una semana sin prácticamente olas. Me imagino que lo esperable de un mes como el de Agosto.

Menos mal que existen "aparatos" que miden más de 8 pies que permiten, cuando el mar está mínimo, seguir disfrutando en el agua.

Con un 9 pies bajo tu cuerpo todo cambia. Se rema diferente. Se pasan las olas diferente. Se gira diferente. Es volver a empezar. Y la falta de olas se compensa con la motivación por aprender a utilizar y dominar estas máquinas.

En esas estamos estos días. Hoy nueva sesión. Y así hasta el jueves, cuando parece que de nuevo vuelve a entrar el mar.

Con tan poco mar, y una marea bien baja, la playa te permite tomar fotografías desde puntos de vista diferentes a los normales sin entrar con cámara acuática.




Super, Eloy y Celina inmortalizados por mi G10.