El sudafricano Darryl llegó en un velero a Coruña en 1972, en la primera etapa de un periplo que esperaba lo llevase a los océanos Índico y Pacífico vía Marruecos, las Islas Canarias y el Canal de Panamá. Tanto Darryl, como el compañero que le acompañaba en el viaje, conocían bien el Índico, ya que el año anterior habían explorado, también en barco, las Islas Mauricio, las Reunión y otros grupos de islas del Índico. Aquel viaje, y las experiencias vividas, les habían llevado a tomar una decisión vital: abandonar su vida en el continente y sumergirse en la aventura de recorrer los tres grandes océanos del planeta a la búsqueda de olas.
Su aparición en A Coruña fue toda una revolución entre los surfistas gallegos, no solo en cuanto a su nivel de surf, sino también por su filosofía de vida. Les empujó a surfear en olas en las que hasta entonces no se habían atrevido a entrar por la violencia de su rotura, enseñó a Rufino algunos de los secretos de la fabricación de tablas de surf y, además de un gran recuerdo, dejó una tabla, shapeada por él en Islas Mauricio, con unas líneas y formas hasta entonces nunca vistas en Galicia. Un gun, 7’2” con cola pin-tail, con un shape orientado a las olas rápidas y potentes que Darryl espera descubrir en el Pacífico.
Tras una avería en el timón del barco de difícil reparación, Darryl y su amigo decidieron abandonar, por un tiempo, el proyecto de navegar por los Mares del Sur. Antes de regresar a su país, Darryl vendió su tabla a Carlos Bremón. La de Darryl fue la tabla de Carlos durante varios años hasta que, a principios de los 80, se la vendió a alguien que no recuerda.
Esa persona posiblemente fuese Lozano, un amigo del instituto de Gonzalo Casal “Super”, ya que este recuerda que en sus inicios en el surf, en 1985, entró varias veces al agua con esa tabla en la playa de Santa Comba. Pero desde entonces, se le perdió la pista.
El verano pasado, al poco de editar Otro mar, me encontré con Pablo en Pantín. En medio de nuestra conversación me dijo: “tengo una de las tablas que aparece en el libro”. A principios de los 90, Pablo se hizo con una tabla a cambio de unas pesas. Nunca llegó a utilizar esa tabla, ya que enseguida se hizo con otras de menor volumen y más manejables, así que, en una especie de cápsula del tiempo, la tabla estuvo sin uso durante más de 30 años guardada en el taller de carpintería de su padre.
Meses después, Pablo me trajo a casa esa tabla. No había lugar a dudas, era la de Darryl. En videollamada con Carlos Bremón lo confirmamos al 100%. Ahora le espera una merecida restauración.
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