Un día como hoy, 21 de noviembre, pero de hace diez años, empezó para mí verdaderamente el Prestige.
¿Y por qué este día? Me imagino que al igual que le ocurrirá a otros, la fecha que guardo en la memoria no es la del día en la que el barco pidió auxilio, o en la que se hundió, sino la fecha en la que el fuel llegó a nuestra playa.
Aunque los días anteriores había visto en televisión las imágenes de Muxía y otros lugares de la Costa da Morte, lo cierto fue, por muy sensibilizado que pudiese estar, que no experimenté la verdadera desesperación y pena hasta que vi, con mis propios ojos, la llegada del petróleo a Doniños. Sé que puede sonar egoísta, pero la realidad es que no se vive realmente la catástrofe hasta que ésta afecta al lugar que uno considera como propio. Mientras ésto no ocurre, de algún modo existe una cierta inmunidad, una distancia, que marca la diferencia entre algo que nos puede llevar a la indignación, a algo que verdaderamente afectará y cambiará nuestras vidas.
Han pasado diez años, y aunque a muchos les pueda parecer mucho tiempo (a mí me lo parece para la mayoría de las cosas), la realidad es que aún siento el Prestige muy próximo. Y tal vez por ello todavía no tengo ganas para escribir y contar, con absoluta sinceridad, todo lo que viví y vi. Aún es muy pronto para mí, pero sé que algún día lo haré.
Creo, por mucho tiempo que pase, que no olvidaré lo ocurrido. No sólo los hechos principales, sino también los detalles y las sensaciones de aquellos días. Mientras, y como elementos que me llevan a aquellas fechas, guardo en casa varios álbumes con fotos y recortes, y algunos textos que me pidieron que escribiese, y que reflejan, fielmente, aquéllo que vi, sin la distancia que a veces puede crear el paso del tiempo.
Uno de esos textos es el siguiente. Se publicó en la revista del Pantín Classic del año 2003, y cuenta como fue aquel 21 de noviembre de hace 10 años, y lo que vino después.
"No pude imaginar en aquel momento, el alcance y protagonismo
que tendría en los siguientes meses, la noticia que Manolo "el
carpintero" me comentó el día 13 de
Noviembre del 2002. Un barco, de nombre Prestige, navegaba, con tan sólo su
capitán y su jefe de máquinas a bordo, a pocas millas de las costas gallegas.
El barco transportaba 77.000 toneladas de fuel.
Ocho días más tarde, una gran
mancha llegaba a las playas de Ferrolterra, siendo Doniños, Esmelle y Campelo
los arenales más afectados. Comenzaba una gran pesadilla, y en cierto modo
también una intensa batalla.
Un sentimiento, que creo compartimos muchos de los que
tenemos una pasión desmedida por el mar, es la sensación de
curiosidad que vivimos cuando nos acercamos a nuestra playa e intentamos adivinar cómo
estarán rompiendo las olas, y si el viento estará soplando en la dirección
adecuada. Sobre todo en primavera y verano, aunque muchas veces no gocemos de
muy buenas olas, la primera visión que tenemos del mar, es la de una inmensa masa
verde de agua peinada por un ligero nordeste. Nos esperan largas horas en la
playa con los amigos. Como solemos decir, vamos de camino a la felicidad.
Sin embargo, en aquella tarde de finales del mes de
Noviembre, la sensación de curiosidad no estaba acompañada de ilusión, sino más
bien de miedo y temor por lo que todos sabíamos que nos íbamos a encontrar. Habíamos visto en la televisión las imágenes de Nemiña, Muxia, Barrañan o
Carnota totalmente teñidas de negro. Ahora le tocaba a Doniños.
La tarde era especialmente oscura. El cielo, a
pesar de ser las cuatro de la tarde, presentaba ese día un aspecto oscuro y
amenazante, como si nos advirtiese sobre lo que estaba pasando. La llegada
al aparcamiento era delatadora. Las habituales prisas por cambiarse, ponerse el
traje y salir corriendo hacia el agua, estaban ahí, pero la cara de felicidad
de los amigos no existía: sus rostros te decían lo que minutos antes acababan de ver. Allí estaba Pablo. Nos saludó con su habitual "¡qué pasa
tíos!". Sin embargo, su tono no era el normal en él de alegría. Esas tres
palabras, y en aquel ambiente, bastaban para decirnos a la vez un "lo siento", "es terrible" y "qué podemos hacer".
De camino a la playa, los rostros de la gente que nos íbamos cruzando expresaban
la misma pena y desolación.
La playa se nos mostraba débil y desprotegida.
Varias personas, la mayoría de ellas sin trajes de agua, guantes o mascarillas,
recogían con sus manos, y bajo una intensa lluvia, que a veces se convertía en granizo, la gruesa capa de fuel que cubría totalmente la
playa. Sin embargo
nadie se preocupaba por refugiarse o ponerse a cubierto. No había tiempo que
perder. Todo el fuel que se pudiese retirar no volvería al mar.
Palada a palada, poniendo el máximo cuidado en
retirar la menor cantidad posible de arena, la capa de fuel, de unos 10
centímetros de espesor, iba desapareciendo, aunque debajo, cientos de pequeñas
bolas se escapaban a nuestras herramientas y manos. A veces las olas inundaban otra vez con nuevas manchas las zonas en las que ya habíamos trabajado. A las
seis y media, el sol desaparecía y nos obligaba a parar. Sin ser aún demasiado
conscientes de lo que había ocurrido, volvimos a nuestras casas con una extraña y desagradable sensación: el
fuel seguiría llegando, y nadie, durante la noche, estaría allí para retirarlo. Esa sensación se repetiría muchas veces en los días siguientes, si cabe aumentada, cuando lo que llegaba a la playa eran aves agotadas, frailecillos, araos, ..., a los que no podríamos auxiliar.
Lo que ocurrió los días siguientes ha pasado a formar parte de nuestras vidas y de la triste crónica de mareas negras en
Galicia. Nos gustaría que todo lo que hemos sufrido sirviera para algo. Sin
embargo la historia nos ha demostrado, ya varias veces, que no va a ser así.
Hoy, pasados ocho meses desde el naufragio, es difícil volver a casa sin los pies llenos
de chapapote.
Estas líneas son nuestro agradecimiento a aquellas personas que
aquel día, sin llamamientos, se acercaron a Doniños. Gracias a ellos, y a los
miles de voluntarios que invadieron Galicia durante las siguientes semanas, este verano hemos podido volver al
mar y revivir esa sensación de nerviosismo, curiosidad e ilusión al bajar la
cuesta que nos lleva a Doniños, y que es para nosotros, el camino hacia la
felicidad".
-Doniños, Julio de 2003.
me acuerdo como si fuese ayer...y ya han pasado diez años!
ResponderEliminarRecuerdo que llegaste en el Opel Kadett repleto de palas,botas y capachos creo que hasta le habías dejado a la cooperativa sin ellas, abriste el maletero e instintivamente la gente que se encontraba allí mirando la playa se sumaron a una limpieza de manera altruista, tod@s codo con codo, también recuerdo oir comentarios de otra gente que se encontraba en las dunas que quise hacer oidos sordos hacia los que estabamos limpiando.
Qué impotencia ver nuestra playa así, parecía imposible que la volviesemos a recordar como era antes, el trabajo que había sobre la arena era faraónico y parecía no acabarse nunca.
Hay algo que Doniños os debe a Celina y a ti, por las horas,días y meses que estuvisteis los dos acariciando y limpiando cada palmo de arena de esta bendita playa, lloviese o a pleno sol hiciese frío o calor y eso personalmente yo también lo recordaré durante toda mi vida.
Saludos!
Gracias a ti Pablo por haber estado allí, y por ser de esas personas que uno sabe que nunca fallan. Un abrazo!
Eliminar