Antes de ayer, Juan Cortizas, compañero de Juan Abeledo durante muchos años en el astillero Bazán, nos dejaba un sentido comentario en su recuerdo, en el que, entre otras cosas, destacaba su faceta pictórica como acuarelista.
Juan Abeledo fue uno de los miembros fundadores de la Sociedad Artística Ferrolana (SAF), y con la pintura, al igual que como con otras cosas, empezó gracias a su profunda curiosidad por las cosas.
Juan tenía como vecino en
Doniños a un reconocido acuarelista ferrolano que un día le ofreció acompañarle en
sus salidas matinales al campo para pintar. Durante doce días de aquel verano, Juan
llamó puntualmente, a las seis y media de la mañana, a la puerta de la casa del pintor y le acompañó hasta los prados en donde el artista había encontrado motivos de inspiración para su obra. En esos doce días, el “maestro” no le explicó ni
una palabra sobre en qué consistía la técnica de la acuarela, pero Juan se
mantuvo observador, fijándose atentamente en cómo el lienzo, en principio en blanco, se iba completando con sucesivas capas de pintura diluida en agua y cómo los colores se modificaban según se añadía o quitaba agua al pigmento. También cómo a medida que se superponían más lavados, el color se hacía más profundo. O los efectos que sobre la pintura tenían el empleo de diferentes tipos de pinceles, esponjas o trapos.
Al terminar el verano, y cuando el pintor se marchó a Madrid,
Juan le compró todos los lienzos en blanco que tenía, y se dedicó a
“mancharlos” durante ese otoño e invierno: olas, acantilados, paisajes, ..., quedaron reflejados en el papel.
Cuando el pintor
regresó a Doniños al verano siguiente, Juan le enseño su trabajo. Entre todas
sus obras le hizo una selección, y tras colocarlas una tras otra en la
acera exclamó: “¡Juan, ya tienes cuadros como para montar una exposición!”.
Tras aquel verano, Juan continuó con su aprendizaje autodidacta. De sus salidas de campo, comprendió que una de las claves de la acuarela se encontraba en "trabajar, trabajar y trabajar". Y como en otras facetas, la aplicó al máximo, hasta desarrollar una técnica precisa que cobró su máxima expresión en las marinas que pintó, principalmente de lugares de la costa de Doniños.
Cuando Juan se
retiró de su trabajo en el astillero, pensó en dedicarse a la pintura de modo
semiprofesional. Sin embargo, enseguida comprendió que si quería que ese
proyecto realmente tuviese éxito, tendría que renunciar a muchas cosas. Acababa
de descubrir el surf, y la atracción por el mar y la playa fue más fuerte que
su carrera como pintor. Así que con 63 años, Juan dejó de pintar y siguió surfeando.
Una vida vivida con pasión se convierte en una vida apasionante. Ejemplar, inspirador.
ResponderEliminarJesús, estos últimos artículos son fantásticos.
Ahora entiendo mejor aquel críptico comentario que me hizo cuando lo entrevisté, en 1992, ocasión en la que le pregunté porqué no se animaba a seguir pintando aquellas deliciosas acuarelas (uno de los procedimientos pictóricos que más me gustan). Él me contestó: "Le tengo que dedicar mucho esfuerzo y tiempo a la pintura para hacerlo como a mí me gusta. Y tengo más cosas que quiero hacer". Aunque ciertamente estaba claro, yo no llegué a entender aquella negativa a crear belleza, de lo que estaba claro que Juan era muy capaz.
ResponderEliminarC.Bremón
Me he quedo con las ganas de ver alguna de sus acuarelas :O)
ResponderEliminarPronto pondré alguna, aunque las fotos creo que desmerecen la calidad, la textura y el detalle de los cuadros.
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