El encuentro con Juan Abeledo hijo era una de
esas entrevistas que por accesible fui posponiendo. Había hablado
con él además en anteriores ocasiones, por lo que muchas de sus anécdotas e
historias de aquellos años ya las conocía. Me faltaba sin embargo completar
datos, y recoger de él el relato que uniese todas esas historias. Hasta que
ayer, de vuelta del trabajo, y al pasar por delante de su casa, por fin me
decidí. Faltaban además casi dos horas hasta que bajase la marea, así que tras
comer algo, cogí la libreta, el bolígrafo, y me fui a hacerle una visita.
Su casa queda a aproximadamente
unos cinco minutos andando desde la nuestra. A pesar
de que estamos en julio, la carretera está muy poco transitada. El verano no
acaba de llegar. En lugar de estar disfrutando ya de días soleados y de calor,
las nubes y una ligera brisa de mar hacen que el ambiente sea fresco.
Seguramente por ello, casi todos los vecinos están trabajando en sus jardines,
cortando la hierba, arreglando setos, …. La vegetación, y más en este lado del
valle, ha dado un estirón considerable en los últimos días en esta primavera
prolongada en la que parece que estamos inmersos.
El ruido de una radio encendida
me indicó que efectivamente estaba en casa. Subí por las escaleras de piedra
por las que se entra al terreno, y que a su vez sirven de cierre, y me encontré
a Juan trabajando en el jardín, al igual que sus vecinos, vestido con un buzo
azul manchado de pintura, y tal y como me dijo, de “reformas”.
Juan, como antes sus padres, pasa
los veranos en una bonita casa en una de las laderas del valle de Doniños. Dada
su posición elevada, el terreno posee unas excelentes vistas al lago y a la
playa. La casa, si destaca por algo, es por sencilla. Precisamente ése es su
encanto especial. Un lugar en donde a mí tampoco me importaría pasar los
veranos.
La casa fue levantada por sus
padres en los setenta, aprovechando los fines de semana y las vacaciones, por
lo que constructivamente no tiene grandes techos ni espaciosas habitaciones.
Sin embargo las cuestiones importantes a la hora de ubicar una casa sí que se
tuvieron en cuenta. El frente de la casa se encuentra orientado perfectamente
al sur, protegido de los vientos fríos del norte. El jardín tiene el tamaño justo para que su mantenimiento no precise de demasiado trabajo, con una hierba de una especie característica de los acantilados, que además de ser resistente
al ambiente marino, se caracteriza por crecer casi sólo en horizontal. Este modo de crecer, que casi no exige mantenimiento, genera además una malla muy tupida, cómoda y agradable de pisar.
Los techos de la casa están formados por una especie de arcos, que junto el intenso color blanco de las paredes, dan a las habitaciones una sensación de amplitud, además de llenarlas de luz.
Por fuera la casa es también blanca, con los únicos adornos de unas contras de madera de color azul.
Y al lado de la casa un garaje
que es como adentrase en el “almacén” de los tesoros. A parte de “La Gaviota”,
y entre las alacenas, te puedes
encontrar con una Rufo´s, o una de la tablas construidas por Félix Cueto, también conocida como "La Guapa". Pero
también trajes de buceo, objetos recogidos en la playa, un monopatín construido en Bazán, …, Juan tiene
almacenadas miles de cosas curiosas, además de una colección completa de la revista Carteles, de la cual tomó el nombre para el bar que
regenta desde hace años en Ferrol.
Pero antes de disponer de esta
casa, Juan y sus padres ya habían pasado muchos veranos en Doniños. Antes de
que él naciera, Juan y Matilde, ya acampaban en Outeiro, en una zona que como
dicen ellos "se habían preparado", y a la que le habían puesto el nombre del
“Castro”. Fue así como Juan pasó toda su infancia y juventud a pie de playa,
entre las olas de Doniños y los acantilados y bajos que existen entre Outeiro y
las Islas Gabeiras, en donde aprendió a pescar y descubrió los secretos del mar
junto a su padre.
“Evidentemente, y antes del
surf, mi relación con el mar era la playa, los acantilados y la pesca
submarina, de la cual aprendí todo de mi padre. Con él y otros amigos, a parte
de otras zonas, nos conocíamos al dedillo el tramo de costa que discurre entre
Outeiro y las Islas Gaberiras, que eran las zonas, por proximidad, a las que
con más frecuencia solíamos ir. Creo que cada roca, caverna y cueva que hay en
este tramo de costa la recorrimos buceando en busca de nuestras presas. La
pesca que nosotros practicábamos era una pesca de subsistencia, y buena
parte de nuestra alimentación en verano se basaba en las robalizas, sargos … que cogíamos”.
Un día un compañero de su padre
en el astillero, de regreso de un viaje a Estados Unidos, le trajo una revista
de surf. “No recuerdo si fue un encargo de mi padre, pero el hecho
es que aquella revista llegó a nuestra casa. Repasé y revisé las imágenes que
contenía innumerables veces. Las olas que aparecían en las fotografías eran
como las que nosotros veíamos romper en Doniños desde el Outeiro, con lo que
estaba claro que aquello que hacían esas personas se podía hacer también en
nuestra playa. Así que viendo aquellas imágenes, sentí las ganas, por no decir
la necesidad, de coger yo también olas, imitando a aquellos surfistas
desconocidos que aparecían en la revista. Sólo había que hacerse con una tabla.
Pero lo verdaderamente
difícil, estamos hablando de 1971, era lograr una de ellas, así que mientras
no llegaba la oportunidad me lancé a coger olas con lo que tenía más a mano,
que eran mis aletas de bucear y mi cuerpo. En aquellos primeros intentos de
deslizamiento creo que me ayudó mucho el conocer tan bien la playa y sus
corrientes, que hacía que me resultase relativamente fácil entrar hasta
las olas y ser arrastrado por ellas.
A las aletas le siguieron a
los pocos meses una colchoneta hinchable que compró mi padre, con la que,
impulsados además por las aletas, cogíamos las olas con muchísima más facilidad,
además de lograr mayor velocidad. Aquello se parecía cada vez más a lo que
suponíamos debía ser el surf".
"El último paso lo dí en 1972,
el año en que estaba haciendo el servicio militar. Me imagino que fue en el cuartel, y a
través de algún compañero originario de Cantabria, que supe que en Santander
había gente haciendo surf. Aquella era la manera más fácil de hacerme con una
tabla. Así que un día, y con el dinero ahorrado, empredí la ruta, viajando en
auto-stop hasta Santander.
Aquella tabla se la acabé
vendiendo con los años a los Antón. Después de ésta tuve una Rufo’s Surfboards que
fabricaba nuestro amigo Rufino y que aún conservo.
Al año siguiente de comprar la
tabla empecé a estudiar la carrera de náutica en Coruña, y totalmente
enganchado al surf, me llevé conmigo la tabla. Allí entré en contacto con la
gente de Coruña: Jose, Carlos, Tito, Rufino, Quique, …, a los que con el tiempo
se nos uniría Luis Bericua y otros. Casi en paralelo debimos conocernos y descubrir ellos Doniños, ya que no lo conocieron a través de mí. Por edad no coincidí en la Escuela ni con
Félix, aunque sí lo conocí después, ni con Miguel Camarero ni Gonzalo
Viana".
"Con la gente de Coruña trabé
rápidamente una profunda amistad, y me uní a su grupo. Juntos surfeábamos
durante el invierno en el Orzán, Santa Cristina, Barrañán, Sabón, Nemiña,
Malpica, …, y en verano nos encontrábamos en Doniños, a donde solían venir los
fines se semana.
Al contrario de lo que pueda
parecer por mi profesión, no surfeé en ninguno de los viajes en los que estuve
embarcado. Lo intenté en el primero, en el que me llevé la tabla. La ruta
recorría el Cantábrico y antes de partir tenía la esperanza de poder ir
haciendo surf en nuestras paradas. Pero la realidad fue que la tabla no se bajó
del barco, y se convirtió más que nada en un incordio durante toda la campaña por lo que
ocupaba. El espacio en el camarote era muy limitado, y tampoco me permitían
tenerla en cubierta. Así que tras aquella experiencia decidí no volver a
llevarla nunca más. Aunque visité sitios en los que hoy sé que existen
comunidades de surfistas, tampoco me encontré a mucha gente surfeando. De hecho
sólo recuerdo ver surfistas en Japón.
Fuimos muy pocos los que en
Ferrol nos iniciamos en el surf en la década de los setenta. Que yo conozca, creo que
antes que yo, hubo unos hermanos en Covas, los Maneiros, que se las apañaron
con un molde para fabricar dos tablas. Creo que iban a la playa de Ponzos, por
lo que nunca coincidimos, de modo que todo lo que te cuento es de oídas. Tal
vez nunca llegaron a surfear. Sé que al poco tiempo lo dejaron y se pasaron a
la construcción de lanchas en fibra. Sabía de Maso, y el grupo de socorristas
de Valdoviño. Con Maso coincidí en Náutica. En Doniños mi padre y los Antón fueron los primeros. Más tarde Juan Chedas, los
Couto y los Montalvo. Recuerdo también a una chica, Elisa, que venía a pasar
los veranos a Doniños, y a la que su padre le compró una tabla. Pero fue algo
totalmente esporádico. Un capricho de verano".
"El día a día en Doniños en
aquellos años era bien distinto al de hoy. A parte de que venía muchísima menos gente a la playa, la presencia del campo
de tiro, y de los militares, marcaba de algún modo la vida en el pueblo. Los militares usaban a su antojo la playa, las dunas, el lago y los terrenos
colindantes. Andaban a tiros en sus prácticas por los campos. Hasta que llegó un momento, ya con la democracia instaurada, que
la gente comenzó a protestar. Fue así como los militares tuvieron que limitar
sus actividades al interior del campo de tiro.
Para que te hagas una idea de
cómo eran las cosas te contaré una anécdota que viví en primera persona. Una
mañana de domingo, temprano, mientras me estaba dando un baño en el medio de
Doniños junto con mi amigo Enrique, comenzamos a oír cómo algo agitaba el agua,
como caído del cielo. De pronto un fuerte impacto me golpeó en la espalda y me
tiró de la tabla. ¡¡Lo que caían eran balas!!. Dolorido, salimos del agua tan
rápido como pudimos. Ya en tierra gateamos por la arena arrastrando las tablas y buscando la protección de las dunas. Subimos hasta casa, pero mis padres no
estaban allí, así que bajamos hasta Outeiro. Cuando los encontré mi padre me
examinó la espalda, y tenía lo que parecía la picadura de un gran insecto. De
la playa nos dirigimos directos al médico de la Cabana, que asustado al ver la
herida me mandó urgentemente al hospital. Allí nos dieron la noticia. Tenía alojada
entre la 5ª y 6ª vertebra una bala, que no había ido más allá gracias a que en
su trayectoria había sido frenada en parte por la cremallera del traje.
El asunto no transcendió ya que
eran otros tiempos. Pasado el revuelo que causó el incidente, el Jefe del Destacamento, que era amigo de mi padre, nos reveló que la bala provenía de
la pistola de un civil que, en aquella mañana estaba practicando, sin
autorización oficial, el tiro en la galería de la instalación militar. Al parecer el individuo creía que estaba disparando a delfines.
A pesar de incidentes como éste, la relación con los militares en el día a día no era mala, y había una serie de
servicios que si no fuese por ellos no tendríamos, como por ejemplo la
enfermería. También tenían una balsa en el lago que nos dejaban utilizar, y que
solíamos usar los días en los que no había olas.
En cuanto a las olas, y si me preguntas si creo que ha cambiado su manera de romper como algunos dicen, te diría que en base a mi opinión no. Doniños, en donde las olas rompen por la forma de los fondos de arena, siempre ha tenido mejores y peores momentos. Más bien me parece que ahora rompen las olas más grandes que antes, pero también puede que sea mi sensación al verlo desde fuera, y con el punto de vista de alguien que ya no entra en el mar a coger olas".
Era hora de irme. Tras contarme sus últimos proyectos para el jardín, quedamos en volver a vernos este verano.
Fotos:
1.-Saliendo del agua en Doniños con la tabla traída de Santander.
2.-A la derecha con uno de los cántabros.
3.-A la derecha atando las tablas en el coche de Luis Bericua, a la izquierda.
4.-Escena cotidiana en Doniños. Charlando con Jose y otros amigos con una coca-cola en mano.
Fotos 3 y 4 por Luis Bericua.
Me he pasado un muy buen rato disfrutando de la lectura, muy buenas las descripciones que haces Jesus. En cuanto a la historia pues que me ha encantado, junto con los enlaces la cosa va tomando cuerpo. Desde luego el eslogan en la pegata del Dyane 6 es aplicable a los protagonistas, como recuerdo esa palanca de cambios...jeje
ResponderEliminarLa anecdocta del tiroteo en el agua me ha dejado con la boca abierta...
Resulta especialmente placentero y agradable leer estas cosas, es como una via de escape ante tanta noticia oscura.
Lo dicho, enhorabuena por tu labor como documentalista Jesus, hasta la proxima!
Precioso relato!!! Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarNiegà