Hasta no hace mucho la verdad es que apenas me preocupaba por lo que comía. Y con ello no me refiero a la calidad de los productos que consumimos, que evidentemente es una cuestión vital por la incidencia que tiene sobre nuestra salud, sino a los otros aspectos que rodean la industria alimentaria. Y no son temas menores: el trato dado a los animales, los derechos de los trabajadores y agricultores, los efectos medioambientales de la industria, el despilfarro de recursos, los daños medioambientales, el consumo masivo de combustibles fósiles, ...
Hay datos que resultan demoledores, y que muestran una realidad que resulta espeluznante y que me hace realmente preguntarme cómo somos capaces de admitir que esto sea así. Porque la verdad es que como consumidores tenemos una parte importante de responsabilidad.
Si hoy escribo esta entrada es porque en las últimas semanas he vuelto a pensar sobre el tema con una cierta profundidad. Tras leer la biografía del neurólogo Oliver Sacks, me animé a comprar uno de sus libros, "Un antropólogo en Marte". De entre los siete casos clínicos que describe, el que más me emocionó fue el de la ingeniera Temple Grandin. Grandin es autista, y su condición hace que tenga una especial conexión con los animales. Es por ello que ha dedicado buena parte de su carrera profesional a reformar mataderos y ranchos en los Estados Unidos con el objetivo de proporcionar una vida digna y una muerte significativamente menos dolorosa para los animales.
Justo tras acabar el libro, se estrenaba en internet Unbroken Ground, la última película producida por Patagonia acerca de la industria alimentaria en los Estados Unidos. El documental muestra el ejemplo de tres productores, en el sector de la ganadería, la agricultura y la pesca, que se han propuesto producir alimentos de un modo diferente, más ético, más respetuoso con el medioambiente, y más sostenible.
Antes de ver la película, había comenzado a leer "Somos lo que comemos", de Peter Singer y Jim Mason. Este libro, que ya han pasado 10 años desde su primera edición, nos ofrece una visión amplia de la industria de la alimentación en los Estados Unidos y de los problemas que la rodean; una realidad de la que muy poca gente es consciente, y que le hace a uno replantearse mucho las cosas. Cualquiera de los "efectos colaterales" resulta terrible. El trato dado a los animales, las condiciones de abuso con la que la industria se relaciona con los pequeños productores, las condiciones de trabajo de los empleados, los efectos negativos sobre el medioambiente, las inmensas cantidades de comida que se tiran, ... Algo está fallando, y ese algo está teniendo unas repercusiones tremendas sobre la sociedad y el planeta.
Para que las cosas cambien, tal y como se dice en la película, "la revolución comienza en la base". Y entre todas las bases posibles, la fundamental y más sólida es la educación. Para ello determinadas materias nunca deberían desaparecer de las aulas. Una de las imprescindibles es la ética.
Para que las cosas cambien, tal y como se dice en la película, "la revolución comienza en la base". Y entre todas las bases posibles, la fundamental y más sólida es la educación. Para ello determinadas materias nunca deberían desaparecer de las aulas. Una de las imprescindibles es la ética.
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