18.3.18

El Domingo. # 16.

El próximo domingo, 25 de marzo, participaremos, por decimonovena vez, en la Campaña de Limpiezas de Primavera de Surfrider Foundation. Nuestra limpieza, organizada por el Océano Surf Club, será en la playa de Doniños, en la zona de Outeiro, a partir de las 11:30 de la mañana. Y para invitaros a todos a participar en ésta, o en otras limpiezas, y para que también en el día a día actuemos en consecuencia con el gran problema al que nos enfrentamos, este "El Domingo" lo dedicamos a la problemática de la presencia de plástico en los océanos.

Nos ha salido un "El Domingo" especialmente extenso y denso, así que os pedimos calma y tranquilidad en su lectura.

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LA FOTO


La foto de portada de esta edición de "El Domingo" no es una foto real, aunque sí busca mostrar una situación que lo es. Una bolsa de plástico toma forma de iceberg para representar la realidad sobre la presencia de plástico en los océanos. Como el iceberg, el plástico que nos es visible en el mar representa sólo una pequeña parte de un problema que ha tomado dimensiones descomunales.


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EL PROBLEMA


Han pasado ya 18 años desde la primera vez que organizamos una limpieza de playa. La verdad es que hace ya mucho tiempo, pero al igual que entonces, creo que este tipo de acciones siguen siendo totalmente necesarias. De hecho hoy lo creo si cabe aún con más convicción. ¿Y por qué? Porque la presencia de residuos en el mar, fundamentalmente plástico, no se ha reducido, sino más bien todo lo contrario. Hace 18 años, cuando organizamos aquella primera limpieza, mi impulso era simplemente el de ir a limpiar para lograr que la playa quedase limpia. Hoy sé que ese objetivo, independientemente de algunos cambios que se han logrado a nivel local, además de ser una utopía, era un objetivo equivocado. El real, que es el que hoy me mueve, es la necesidad de colaborar en el proceso global de toma de conciencia que muchas organizaciones han iniciado, con el objetivo de que se conozca la situación para así lograr que las cosas cambien.

Creo que en la actualidad existe una conciencia mucho más grande sobre el problema, no solo a nivel ciudadano, sino también a nivel político, como demuestra el que en los últimos años se hayan aprobado leyes encaminadas a reducir la presencia del plástico en el océano. Muestra de que ese trabajo de concienciación está siendo efectivo es que casi todo el mundo, sobre todos aquellos que vivimos cerca del mar, somos conocedores de la problemática, y el tema ya se trata en colegios, institutos..., incluso de ciudades del interior, lo que es fundamental para llegar a una solución, que sólo es posible a través de la educación.

En cambio, en otros aspectos, la tendencia ha sido negativa. La presencia de plástico en los océanos es cada vez mayor. No solo porque cada vez consumamos más y los gestionemos aún mal, sino porque, y debido a su persistencia, la cantidad de plástico en el mares no deja de aumentar. La producción de plástico se ha multiplicado por cien desde 1964, y de mantenerse el ritmo actual de producción, en el año 2050 se cuadruplicará con respecto a la cifra actual. De todo ese plástico, se estima que el 32% termina en los océanos, en total 15 millones de toneladas que se vierten al mar. De esa cantidad, 270.000 toneladas acaban flotando en el mar, en forma de 5 billones de trozos de plástico (el resto, el 98%, es decir la inmensa mayoría, acaba depositándose en el fondo). Esos billones de trozos, debido a la acción del sol, el oleaje, ..., se están convirtiendo en otros trozos cada vez más pequeños, tan diminutos que acaban incorporándose a nuestra cadena alimentaria a través de la pesca, con unos efectos, en forma de enfermedades, cuyo alcance se desconoce hoy en día. De no tomarse medidas, se habla de que en el año 2050 habrá en los océanos más cantidad de plástico que peces.

Las pruebas evidentes de esta situación la podemos encontrar cualquier día en cualquier tramo de nuestra costa. Hoy por la mañana, mientras esperaba a que bajase la marea, fui a dar una vuelta por la playa. Como es habitual, la línea hasta donde había llegado el agua estaba marcada por los residuos, como si alguien hubiese depositado allí aquellos objetos, perfectamente colocados sobre la arena. Como siempre predominaba el plástico, en forma de fragmentos. Partes de una botella, tal vez una caja, que con la acción del sol se había roto en varios pedazos. Casi ninguno de los objetos de plástico conservaba su forma original. Como suelo hacer, recogí algunos, los más grandes. Comprobé que muchos se había convertido en elementos frágiles, que se rompían con facilidad a poco que los torsionase. Pero los había también más pequeños. Algunos tan diminutos que casi costaba verlos, perfectamente integrados en la arena, como si fuesen un grano más.


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¿POR QUÉ LIMPIAMOS?



La imagen más común que tenemos de la basura marina es la de una gran variedad de residuos depositados en una playa o en el mar: botellas, restos de redes, cuerdas y objetos de plástico de todo tipo que crean una imagen que nos resulta desagradable, pero principalmente por una cuestión estética. Decimos que la playa "está sucia", cuando el verdadero problema no es que estos residuos hayan llegado a la playa, sino todo el daño que han podido provocar en su camino hasta al arenal, y lo que pueden causar si nadie los retira.

Porque los residuos en general, y los plásticos en particular, causan numerosos daños en el medio marino. De hecho para algunas especies la basura marina pueden suponer un factor importante de mortalidad. Los cetáceos, así como otros mamíferos marinos, pueden quedarse enganchados en los aparejos de pesca u otro tipo de residuos. Enredados, pueden morir a causa de las heridas sufridas, ahogados al no poder ascender a la superficie para coger el aire que necesitan para respirar, pero también de hambre, o a manos de sus depredadores, al convertirse en presas fáciles por la pérdida de movilidad. Puede ocurrir también que algunas especies marinas ingieran estos residuos plásticos al confundirlos con sus presas habituales, lo que les puede provocar problemas de asfixia u oclusión intestinal. Y si esto no fuera poco, los residuos que se sumergen y llegan al fondo del mar, que por cierto son la mayoría, asfixian a las especies que habitan en los fondos marinos, al impedir la llegada de luz a través de la columna de agua.

Todas estas afecciones, cada vez mayores, han hecho que el número de especies afectadas por las basuras marinas haya pasado de 247 a 663 en los últimos 15 años.

Pero el problema no termina aquí: los residuos flotantes también puede servir de medio de transporte para las especies invasoras, que recorren así largas distancias y pueden afectar gravemente a los ecosistemas que colonizan.



Si desde hace años Surfrider, y otras asociaciones, centran su atención en el plástico es por una particularidad especial de este material: el plástico, a diferencia de otros residuos, nunca se degrada completamente. Se puede llegar a fragmentar en trozos minúsculos por acción de la radiación UV, las corrientes, las olas o la sal, pero nunca deja de ser plástico. Pero además de no degradarse completamente, al descomponerse, aunque sea parcialmente, puede liberar sustancias tóxicas incluidas en su composición, como los ftalatos y los bifenilos, que son disruptores endocrinos. Además los residuos plásticos sirven también de soporte para la acumulación de productos químicos hidrófobos ya presentes en el medio, como los PCBs. Todo esto ha llevado a los científicos a estudiar las posibilidades de transmisión de los contaminantes químicos a las especies marinas y, en consecuencia, a los seres humanos.

Por todo esto, desde hace años intentamos centrar la atención en nuestras limpiezas en los plásticos. No sólo buscamos dejar la playa más limpia y concienciar a la sociedad, sino también evitar que todos esos residuos continúen causando más daños, rompiendo un ciclo, que sino fuese por nuestra intervención, no tendría fin. Sabemos que lo que recogemos es poco, pero ese poco ya no causará más daño.





Este problema no es exclusivo de un país, ni tan siquiera de las zonas costeras. El 80 % de la basura que hay en los océanos tiene su origen tierra adentro. Cada segundo se vierten al mar 412 kg de basura, todas de origen humano (hace unos años dicha cifra era de 206 kg). La gran mayoría tiene su origen en las ciudades y en las zonas industriales; escapan a los sistemas de recogida y depuración, y llegan a los océanos arrastrados por el viento, la lluvia o directamente a través de los ríos.

De entre todos estos residuos se cree que la gran mayoría acaba sumergiéndose y depositándose en el fondo marino. Otro porcentaje menor, aunque relevante, flota entre dos aguas antes de terminar en zonas de acumulación, las denominadas islas de basura. Sólo una muy pequeña parte de las basuras marinas llega a nuestros litorales. De esta manera los océanos se han convertido en el principal vertedero de la actividad humana, un vertedero que acumula cada vez más y más basura, de la cual la mayoría son residuos que se componen de plástico.

Limpiando la playa, puede parecer que nuestra acción sólo tiene repercusión sobre una muy pequeña parte del problema. Por eso focalizar la atención en simplemente recoger residuos es un error, y más cuando se sabe que el crecimiento exponencial de las basuras marinas está directamente relacionado con nuestros hábitos de consumo. Es necesario que abramos nuestro enfoque y que con nuestras acciones busquemos una transformación social que lleve a un cambio de esos hábitos. Sólo así se logrará el cambio.

Para ello es fundamental la información, dar a conocer la problemática existente y lo que cada uno podemos hacer para formar parte de la solución del problema. Pero estas acciones a pequeña escala, que son fundamentales, han de estar apoyadas por otras conjuntas, como las Iniciativas Océano que se organizan el primer fin de semana de la primavera en toda Europa, para mostrarnos ante las administraciones públicas como un colectivo y que nuestra voz, llegue a los lugares en los que se toman las decisiones a nivel legislativo, con el objeto de que se redacten nuevas normas y leyes que recojan lo que la sociedad demanda.


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SOÑAR CON LIMPIAR LOS OCÉANOS



Algunos han definido a Boyan Slat como una especie de Quijote de los océanos. Con 16 años, y mientras buceaba en Grecia, descubrió que había más plástico en el fondo del mar que peces, y ante aquella visión, se preguntó por qué el hombre no se había planteado todavía limpiar el mar. 

En febrero de 2013, abandonó sus estudios de Ingeniería Aeroespacial para dedicarse a tiempo completo a The Ocean Cleanup. En lugar de perseguir el plástico, Boyan pensó en aprovechar la acción de las corrientes marinas y el modo en cómo éstas acumulan el plástico, y otras basuras, en zonas concretas en el medio de los océanos. The Ocean Cleanup propone instalar en el agua una red de unas 50 barreras flotantes, de una longitud de entre 1 y 2 kilómetros, y que harán las veces de un litoral artificial al que llegue la basura. Desde allí, la canalizarán hacia un tanque central, que los barcos recogerán mensualmente. En el 2014, a través de una campaña de crowdfunding, y en sólo 100 días, Boyan Slat recaudó más de 2 millones de dólares para su proyecto. Participaron 38.000 donantes procedentes de 160 países. Posteriormente The Ocean Cleanup ha recaudado 31,5 millones de dólares en donaciones, entre ellas grandes aportaciones provenientes del inversionista de Silicon Valley Peter Thiel, la compañía química Royal DSM y otros donantes. El primer prototipo se instaló en junio de 2016, y esperan lanzar el primer sistema operativo a gran escala en la isla de plástico del Pacífico a mediados de 2018. Se dice, de funcionar, que el sistema podría liberar al Pacífico de la mitad del plástico que contiene en sólo 5 años.

Algunos científicos se muestran escépticos a que ésta sea la "solución", y más teniendo en cuenta que solo una pequeña parte del plástico que hay en los océanos se encuentra flotando o en aguas someras. Mi opinión es que de funcionar, sería una parte importante en la solución al problema. Los escépticos afirman que la idea no tiene mucho sentido, y que recoger la basura más cerca de la costa sería lo más práctico. Jan van Franeker, de la organización Wageningen Marine Research de los Países Bajos, es uno de ellos. Sus investigaciones, centradas en aves marinas, han comprobado una disminución del 75% en el plástico ingerido por las aves después de implantarse medidas que han reducido el vertido de plástico industrial en el Mar del Norte. A los críticos también les preocupa que un proyecto como éste, apoyado en buena parte por la propia industria química que produce plástico, pueda distraer la atención de la sociedad hacia los esfuerzos "menos glamurosos" de disminuir su uso y de buscar su correcta gestión (reciclado, reutilización, reducción), que son sin duda una de las claves, por no decir las principales además de la educación, para resolver el problema.




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NOSOTROS LOS SURFISTAS

“Sólo por el hecho de deslizarnos sobre las olas, somos unos de los principales responsables de la ecología y el futuro del planeta”.

- Bill Hamilton. 1971. 

Pocas actividades tienen una relación tan estrecha como el surf con la naturaleza. Sabiendo que esta relación tiene un valor, la industria del surf ha tomado como una de sus máximas el vender esa imagen de deporte unido a la naturaleza. Sin embargo el impacto medioambiental de la industria del surf se aleja bastante de ser sostenible, y salvo excepciones, que afortunadamente cada vez son mayores, las grandes empresas poco se preocupan por el medioambiente más allá de pequeños gestos y grandes campañas de publicidad. Porque la realidad es que la gran mayoría de los objetos que se emplean para la práctica del surf están fabricados con materiales que son nocivos, o muy nocivos, para el medioambiente. 

Comencemos con las tablas. En su mayoría se fabrican con espumas y resinas sintéticas, los mismos materiales que se empleaban hace 70 años. Mientras que las formas de las tablas sí han evolucionado, éstas no lo han hecho en la misma medida en cuanto a durabilidad e impacto ambiental. Se estima que al año se fabrican unas 400.000 tablas en todo el mundo. Diversos estudios han determinado que la huella de carbono de una tabla de surf, incluyendo las fases de fabricación, reparaciones y su posterior deshecho, representan unos 300 kg de CO2. Y ésto sin tener en cuenta el impacto que las espumas y las resinas tienen en el agua o el aire. 

El neopreno, usado mayoritariamente en los trajes, es un material que procede de la industria petroquímica, y que contiene, entre otros productos, PVC, unos de los plásticos más nocivos para el medio ambiente. Como el neopreno, la parafina también proviene de la industria petroquímica, y contiene ácidos sintéticos, y no sintéticos, que dañan a los organismos marinos. Incluso la mayoría de las cremas solares, que empleamos para protegernos del sol, contienen productos químicos que se han relacionado con el blanqueamiento de los colares y con la aparición de alergias y daños celulares en algas y otros organismos; algunas incluso emplean químicos que se han llegado a relacionar con la aparición de procesos cancerígenos. 

Estos datos colocan a la industria del surf al nivel de industrias como la de la telefonía móvil, o la informática, en términos de emisión de CO2 y uso de petroquímicos. 

Irónicamente uno de los colectivos más directamente afectados por toda esta contaminación son los propios surfistas a través de su contacto con el mar. De hecho como surfistas nos encontramos expuestos, en mayor proporción que otros sectores de la población, a los efectos que la contaminación de los océanos y mares puede tener sobre nuestra salud, sobre todo en lugares en los que las rompientes se encuentran cerca de grandes núcleos de población o zonas industriales, con deficientes sistemas de gestión y depuración de las aguas.

A pesar de ello, y al igual que en la sociedad en general, la creación de una conciencia medioambiental entre los surfistas es relativamente reciente, y en pocas ocasiones, como colectivo, se ha estado en la vanguardia de la defensa de los océanos. 

Se suele citar, como uno de los hitos principales de la conciencia medioambiental entre los surfistas, la publicación del libro “El mar que nos rodea”, de Rachel Carson. Publicado originalmente en 1951, en “El mar que nos rodea” Carson nos propone un viaje fascinante por todos los aspectos vinculados con el mar, desvelando a los lectores, de una manera sencilla, en ocasiones casi poética, las maravillas y la delicadeza que éstos encierran. Con esta obra ganó el National Book Award en 1952, lo que no sólo lo convirtió en un best-seller, sino que ayudó a difundir el mensaje sobre la necesidad de cuidar y preservar los océanos. 

No fue hasta 1961 cuando se fundó la primera organización ecologista creada por surfistas centrada en la protección del océano. Su nombre fue Save Our Surf, y tras ella se encontraba John Kelly, uno de los creadores de la tablas “hot curl”. Se reconoce que la labor de Save Our Surf permitió preservar más de 140 olas entre Pearl Harbor y Koko Head en las costas de Hawaii, amenazadas por distintos proyectos que hubiesen destruido amplias áreas de arrecifes y otros recursos vinculados con el océano. Para ello se organizaron múltiples manifestaciones, limpiezas de playas, y se difundieron los riesgos y peligros que los proyectos que se querían desarrollar tendrían sobre el medio ambiente. Su labor fue fundamental también en la aprobación de la primera legislación destinada a proteger las costas. Tal y como George Downing dijo de John Kelly, "hoy no podríamos imaginar cómo sería Hawaii sin su trabajo""Fue como un dolor de cabeza, pero he de reconocer que fue el líder de la protección y preservación del mayor recurso natural que tenemos en Hawaii", dijo sobre él Bill Paty, presidente del Departamento de Estado de Tierra y Natural Recursos en las islas entre 1987 y 1992. "Kelly nos mantuvo en el camino correcto". 

Veintitrés años más tarde, en 1984, Glenn Hening, Tom Pratte y Lance Carson crearon Surfrider Foundation en San Clemente, California. Pronto abrirían delegaciones, o antenas locales, tal y como ellos las nombran, por todo el mundo. Inicialmente Surfrider nació con el objetivo de convertirse en una especie de Sociedad Cousteau para surfistas, que incluyese escuelas de surf, una productora de cine y un departamento de diseño para la construcción de arrecifes artificiales. Pero las realidades presupuestarias, y los problemas ambientales con los que se encontraron al poco tiempo de su fundación, convirtieron a Surfrider en un grupo ecologista cuya línea de acción se ha basado en el activismo y la educación. En 1986, Surfrider logró parar un proyecto que pretendía construir un dique de más de un kilómetro de largo en la playa de San Diego. En 1991, otra victoria legal puso freno a los vertidos de un área industrial, con dos plantas papeleras, en el condado de Humbolt, en California. Desde entonces Surfrider se ha extendido por todo el mundo y desarrollado programas como sus limpiezas de playa de primavera, las banderas negras, o los guardianes de la costa, dando paso a otras organizaciones como Surfers Against Savage en Reino Unido, Save The Waves o Surf & Nature Alliance, cada una con su propia identidad y línea de acción.

A pesar de la aparición de estos colectivos, en los últimos años se ha vivido la desaparición o alteración de algunas de las mejores rompientes del mundo por acción del hombre. De entre todos los casos, tal vez el más triste haya sido el de Jardim do Mar, en la isla de Madeira, consideraba como una de las mejores derechas del mundo, y que desapareció en los años 90 por la construcción de un paseo marítimo. Resulta complicado aceptar que una creación extraordinaria de la naturaleza puede desaparecer por una construcción que ha traído escasos beneficios a los habitantes de la isla. Otros casos, como la alteración de la ola de Mundaka, sirvieron para abrir el debate sobre el valor de las olas como bien económico y social. Esta reflexión ha llevado a que algunas rompientes, las primeras, dispongan de una protección legal que reconoce su valor.

Aunque sea de modo minoritario, han comenzado a surgir dentro de la industria propuestas que apuntan hacia un cambio del modelo de producción. Patagonia ha desarrollado los primeros trajes construidos en base a un caucho natural, el yulex, que puede suponer el fin del neopreno en la fabricación de los trajes de surf, y que reduce en un 70% las misiones de CO2 en el proceso de fabricación del polímero en comparación con el neopreno convencional. Las primeras parafinas orgánicas ya se comercializan. Existe cada vez una conciencia mayor en no emplear cremas solares que contengan parabenos y nanopartículas de plástico. Organizaciones como Sustainable Surf han creado sellos de calidad que tienen en cuenta los niveles de emisiones de CO2 en los procesos de fabricación de las tablas, creando el sello Ecoboard que reconoce la aplicación de principios que tienen en cuenta no sólo los procesos de fabricación, sino también el consumo energético asociado o la gestión de los residuos generados. Esto ha llevado a que se produzcan las primeras tablas que no emplean fibra de vidrio y resinas tóxicas, utilizando materiales como la madera de paulownia, el bambú, corcho y resinas naturales, en una evolución que muchos han visto como una vuelta a las raíces del surf, cuando las tablas se fabricaban de madera y los surfistas vivían en perfecta armonía con la naturaleza. La empresa española Flama ha sido la primera en lograr dicha certificación a nivel europeo.




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LAS PAPELERAS MARINAS

Un reciente estudio publicado por la revista Science alertaba de que algunas especies marinas estaban comenzando a incluir los plásticos en su dieta. Hasta no hace mucho, se pensaba que los animales que ingerían estos plásticos lo hacían de forma accidental. Pero nuevas investigaciones demuestran que no es así, sino que estos restos ejercen una atracción irresistible para algunos peces debido al olor que desprenden los residuos. Al parecer, al entrar en contacto con el agua salada, los plásticos comienzan a oler de forma similar al krill o el plácton, lo que lleva a las especies marinas a comérselos. Y, lo que es peor, como demostraba un estudio de la Universidad de Uppsala, a engancharse literalmente a su ingesta. Oona Lonnstedt, directora de la investigación, aseguró que “el plástico tiene propiedades químicas o físicas que generan una necesidad particular de comida en estos peces. Ellos creen erróneamente que se trata de comida de alto valor energético y que necesitan comer mucho. Pero es algo parecido a lo que ocurre con la comida basura poco saludable en los adolescentes: están simplemente llenándose".  

Una de las iniciativas científicas y tecnológicas más ingeniosas para tratar el problema del plástico es la desarrollada por la empresa SeaBin, fundada por Andrew Turton y Pete Ceglinski: una papelera marina capaz de recoger plástico y otros residuos flotantes. El reto ahora es conseguir que estas papeleras sean capaces de recoger nanoplásticos y microfibras, mucho más complejas de atrapar por su pequeño tamaño. La tecnología de SeaBin puede ayudar a paliar el problema de la contaminación marítima, pero como reconoce Ceglinski, la solución definitiva está en “enseñar a los niños y jóvenes a no comprar plásticos de un solo uso, a no arrojarlos al mar, a reciclar. Así no necesitaremos nuestras papeleras, porque el problema dejará de existir. La verdadera solución no es la tecnología, sino la educación”.





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LOS MICROPLÁSTICOS 

En los últimos años se ha tomado conciencia sobre la problemática asociada a un nuevo tipo de plásticos: los microplásticos, comunes en cosmética y pastas de dientes blanqueadoras, pero también en fibras de ropa, que en su composición incluyen microgránulos de plástico, y que llegan al medio marino directamente desde nuestras casas. Y no se trata de un problema menor. Un estudio de la Universidad de Santa Barbara concluyó que una ciudad de 100.000 habitantes es capaz de generar hasta 110 kg de microfibras cada día a través del lavado, un número equivalente a 12.000-15.000 bolsas de plástico. 

El tema es que existen alternativas y productos naturales que pueden ejercer la misma función, como es el caso de materiales compuestos de celulosa procedente de la pulpa de la madera, conchas, huesos de fruta, minerales, bambú, arroz, cereales o pepitas de melón; también hay maneras de reducir su impacto. 

Aparte de su volumen, la relevancia de esta problemática es doble por lo siguiente. Por un lado son tan pequeños que resulta imposible que sean retenidos en los sistemas de la mayoría de las plantas depuradoras, por lo que inexorablemente acabarán en el mar. Después está lo que provocan. Más allá de las implicaciones que tiene para nuestra salud la introducción de estos microplásticos en nuestra piel y organismo a través de las pastas de dientes, estas partículas acaban en los océanos y en la cadena alimentaria, con repercusiones potenciales tanto para el hombre como para la fauna marina. Para quien tenga muchos interés en el tema se recomienda la lectura del documento elaborado por la agencia PNUMA de Naciones Unidas. 

Desde 2017 los microplásticos están prohibidos en Reino Unido y Estados Unidos. La prohibición da respuesta a una denuncia realizada desde el mundo científico y ecologista, que han aportado toda clase de argumentos para poner fin a un producto que atenta contra la calidad del agua, la vida natural y los recursos marinos. A esta llamada se han sumado también varias empresas, como Unilever, The Body Shop, IKEA, Target Corporation, L’Oreal, Colgate/Palmolive, Procter&Gamble y Johnson&Johnson. 

En 2015, Patagonia apoyó una investigación de la UC Santa Bárbara para estudiar que ocurría con nuestras prendas con tejidos sintéticos al lavarlas (principalmente poliéster). Sus hallazgos fueron alarmantes. Cada lavado, según el estudio, envía en promedio 1,7 gramos de microfibras a las redes de saneamiento de agua. De allí, el 40 % de esas microfibras llegan a los ríos, lagos y océanos. El estudio concluyó que las lavadoras de carga superior eran las peores, eliminando entre cinco y siete veces más cantidad de microfibras que las lavadoras de carga frontal. La edad de la prenda también era importante. Se descubrió que cuanto más vieja era la tela, más microfibras liberaba. 

El problema se complica aún más por el hecho de que, como mostró el estudio de UC Santa Bárbara, las microfibras de las prendas sintéticas a menudo están recubiertas con productos químicos tóxicos. Además las fibras también son capaces de absorber y concentrar los contaminantes presentes en el  agua, lo que las convierte en un medio para transportar productos químicos peligrosos al medio ambiente. 

Ante la dificultad de eliminar las telas sintéticas en muchas de sus prendas, Patagonia ha buscado la manera de mitigar el problema en forma de bolsa. The Guppy Friend fue desarrollada por Alexander Nolte y Oliver Spies, dos empresarios textiles alemanes alarmados por el creciente problema de la contaminación por microfibras, que querían hacer algo para mitigar la contaminación que algunas de sus chaquetas producían. The Guppy Friend es una bolsa de lavandería hecha de una malla de nylon que actúa como un filtro que impide que las microfibras puedan ser liberadas en el agua que desagua la lavadora. Una vez terminado el lavado, las microfibras pueden ser recogidas de la bolsa y desechadas, evitando que entren en las vías fluviales. Patagonia venda las bolsas a su precio de coste. 

Puedes comprobar si un producto contiene micropartículas decargándote en tu móvil la aplicación "Beat The Microbead", la cual, y escaneando el código de barras de los productos, te informa si contiene o no micropartículas. También revisando su composición: si ves polietileno (PE), polipropileno (PP), nailon, tereftalato de polietileno (PET) o polimetilmetacrilato (PMMA), significa que el producto contiene micropartículas de plástico. Un único producto puede contener hasta 360.000 micropartículas.



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LA CITA



Surfrider Foundation organiza la 24º edición del Programa Ocean Initiatives con el mensaje "No permitas que los residuos te invadan".

En 2017, más de 43.624 personas, de 15 países europeos, organizaron o participaron en 1.148 recogidas en playas, lagos, ríos y fondos marinos. 

En 2018, la nuestra, organizada por el Océano Surf Club, será el próximo domingo, 25 de marzo, en la playa de Doniños (zona de Outeiro), a partir de las 11:30 de la mañana. 

Podéis encontrar otras limpiezas como la nuestra, cerca de vuestra playa, visitando la página de Iniciatives Oceans.


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EL FIN DE LAS BOLSAS DE PLÁSTICO (Y DE OTROS OBJETOS COTIDIANOS)



De todos los objetos de plástico que usamos masivamente, uno de los que tal vez tengan menos sentido sean las bolsas de plástico. Las acumulamos en nuestras casas a cientos, y se reparten sin ningún control. De ellas, casi el 50% son abandonadas en la naturaleza después de ser utilizadas una media de 20 minutos. Arrojadas en cualquier paraje natural, las bolsas de plástico son más longevas que los humanos. Tardan 200 años en desintegrarse, y mientras lo hacen, contaminan los suelos y las aguas. Son también la causa de la muerte de muchos animales. En países como Marruecos (2016), Francia (en donde cada año se distribuían más de 5.000 millones en las cajas registradoras de supermercados y tiendas, y otros 12.000 millones que se empleaban para almacenar frutas y verdura), China (2008), Nueva Delhi (2012) y varios países africanos, como Ruanda (2008) o Senegal (2016), ya se han prohibido. Aquí en España se desconoce la fecha. La UE, por el momento, ha optado por dejar que cada país decida qué hacer al respecto. La disparidad del problema es enorme. Dinamarca o Finlandia consumen unas 4 bolsas por persona y año. En España, 133. Recientemente, el estado norteamericano de California aprobó vetar su uso en un referéndum con un resultado muy apretado : 51,9% votó a favor y 48,03% en contra.

Está en nuestras manos el liberar a la costa de este tipo residuos, mediante planes individuales de acción como el que nos propone SAS.


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LAS ISLAS DE PLÁSTICO

Recientemente han sido descubiertos "nuevos" continentes en el planeta Tierra, que los científicos han reunido bajo el nombre de el "séptimo continente", en honor a las expediciones científicas impulsadas por el navegante y explorador francés Patrick Deixonne, que los han localizado en todos los océanos. El nombre es también un homenaje a Charles J. Moore, un navegante americano quien en 1999 descubrió un conglomerado inmenso de desechos de plástico – la mayoría del tamaño de un grano de arroz- ubicado entre Hawaii y América del Norte, con una superficie estimada de unos 3,4 millones de kilómetros cuadrados. Aquel fue el primero.




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BLUE MIND

Hace ya unos meses leí un interesante artículo sobre los efectos que el océano tiene en nuestra salud y estado de ánimo. "Los sonidos tienen el potencial de modificar el cuerpo y el ánimo, y el del mar es uno de los más evocadores para nosotros", decía como introducción la neuróloga Shelley Batts. 

Con el fin de estudiar la influencia que el mar tiene sobre nuestro cerebro, la Academia de las Ciencias de la ciudad de San Francisco ha creado un grupo de trabajo con el nombre de Blue Mind, formado por neurólogos, biólogos marinos, cocineros, nutricionistas, agentes inmobiliarios y surfistas, y dirigido por el biólogo J. Wallace Nicholson. Lo interesante del proyecto, además del carácter multidisciplinar de sus participantes, es el nuevo enfoque que se ha intentado dar al objetivo de proteger los océanos. "Llevamos 30 años inundando la cabeza de la gente con cifras y miedo, empleando tácticas intimidatorias para forzar cambios de comportamiento (...). Los problemas que nos encontramos son siempre culpa de corporaciones, gobiernos o individuos, y a veces no es tan simple". Con el fin de dar un vuelco a la continua, y cada vez mayor, degradación de los océanos, el grupo propone para la preservación de los mares una nueva vía: "Para ello necesitamos probar científicamente el impacto del mar sobre nuestra salud. Si probamos que el mar cura, tendremos un argumento poderoso para animar a la gente a cuidar de él". Quienes habitualmente estamos en contacto con el océano sabemos que esa afirmación es totalmente cierta. Sabemos que el mar cura, y sólo con escucharlo, o verlo, nos sentimos mejor. 

Inspirados por el grupo de Blue Mind, además del mensaje habitual que solemos lanzar para animar a la gente a participar en nuestras limpiezas, os ofrecemos, además de colaborar en la protección del litoral y los océanos, la oportunidad de participar en una actividad, en contacto directo con el mar, que aseguramos hará que todos sus participantes se sientan mucho mejor tras su conclusión.

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