La siguiente historia me la contó hace aproximadamente dos meses Juan Abeledo hijo. En ella se narra el viaje que en 1972 emprendió hasta Santander en busca de la primera tabla que posiblemente surfeó las olas de Doniños. En la foto que acompaña esta entrada, Juan aparece con esa tabla en el centro:
"En el año 1971, un compañero de mi
padre en el astillero le trajo de un viaje a Estados Unidos un ejemplar de la
revista “Surfing”. Las fotografías que salían en la revista me dejaron totalmente
obsesionado con el surf y con la posibilidad de coger olas con una tabla. Hasta
entonces nosotros habíamos cogido olas en Doniños con el cuerpo e impulsados con
colchonetas, pero aquella variedad de imágenes, que me ayudaba a enfocar la
imagen que del surf tenía en mi mente, hizo que tomase la firme decisión de
hacerme con una tabla. Tuve sin embargo que esperar hasta al año siguiente para
conseguirlo.
En aquel momento estaba haciendo
el servicio militar, y a través de compañeros de Santander y el País Vasco, supe
que allí ya se practicaba el surf. Parecía por tanto que el modo más rápido de hacerme con
una tabla era viajar hasta allí.
Aprovechando un permiso, y con los ahorros de un año, me vestí con mi uniforme de marinero y fui haciendo
dedo hasta Santander. Me imaginé que vestido de marinero me sería más fácil viajar, ya que supuse que de uniforme daría mayor confianza a los que me parasen. Y la verdad es que funcionó, ya que relativamente rápido llegué a Santander.
Allí mis conocidos me pusieron en contacto con gente que
surfeaba, y fue así como me compré mi primera tabla por algo más de 1.000
pesetas. Una preciosa tabla de color marrón.
El viaje de vuelta lo hice en
autostop sólo hasta Gijón. El llevar la tabla conmigo me dificultaba mucho el
viaje, ya que a parte de la extrañeza que causaba a la gente verme con aquel
artilugio que no sabían muy bien que era, los que paraban tampoco sabían muy
bien como acomodar la tabla en el coche. Así que al llegar a Gijón no me quedó
más remedio que coger, con el dinero que me había sobrado de la compra de la
tabla, el ferrobús, que era como así llamábamos al ferrocarril de vía estrecha
que une Ferrol con Bilbao bordeando todo el cantábrico. Cansado por el viaje,
en algún punto del trayecto me quedé dormido, y cuándo me desperté, me asusté
al comprobar que el tren estaba parado y yo solo en el vagón. Corriendo
me bajé del tren y me dirigí al jefe de estación, que cuando me vio bajar del
vagón se asustó tanto como yo al despertarme. Al preguntarle qué pasaba, y con
una cara que mezclaba la sorpresa con la incredulidad, me contó que en esa
estación la mitad del convoy se desenganchaba para regresar en dirección a Gijón,
mientras que la otra mitad avanzaba hacia Ferrol. Afortunadamente, y vía
telefónica, se pudo poner en contacto con las siguientes dos o tres estaciones,
en una de las cuales el tren me esperó. Aún recuerdo perfectamente el viaje de
estación a estación a bordo del Simca 1000 del jefe de estación, con mi tabla nueva
sobresaliendo por una de las ventanas, y la cara de los demás viajeros al verme
llegar con todos mis bártulos. Me imagino, que para ellos aquella era la primera vez que veían una tabla de surf.
Como bien decía aquella primera
tabla marrón era preciosa, pero no había por donde cogerla en el agua. Era muy
pequeña para nuestro nivel, así que tras probarla y luchar con ella me quedé
con la sensación de que me habían engañado. Pero era la única tabla, gastados todos los ahorros, que de momento me podía permitir, así que aquella fue mi tabla
durante un tiempo".
Solo por la inversión realizada y el sacrificio, creo q se merecía un bañazo lleno de tubos.
ResponderEliminarImagino que a todos los que hemos leido esta aventura nos ha fastidiado saber que finalmente la tabla no le fuese bien al dueño.
Espectaculares historias, como siempre.
Saludos, Néstor.