22.10.15

HISTORIAS. Biarritz (parte 9). El bosque de Las Landas.








Tras pasar todo el día viendo el campeonato, y tras la manga de Stephanie Gilmore y Carissa Moore, decidimos coger las bicis y adentrarnos en el bosque de Las Landas. No quedaban muchas horas de luz, así que aquella iba a ser una vuelta rápida. No nos atrevimos a salirnos del carril bici y coger algunas de las pistas que se adentran en el bosque. Con más tiempo lo habríamos hecho, ya que creo que lo que realmente vale la pena para percibir su singularidad es penetrar en el bosque y alejarse de las zonas habitadas.

Este inmenso bosque, que ocupa más de 10.000 kilómetros cuadrados, tuvo su origen hace unos 200 años. Con anterioridad, y durante la Edad Media, existió un “bosque original” que fue posiblemente más extenso que el actual, pero a partir de esa época, y tanto por la necesidad de emplear la madera como combustible y material de construcción, como por el aumento de la actividad de pastoreo, la superficie del bosque fue reduciéndose hasta casi desaparecer a principios del siglo XVIII. 

Desde la Edad Media, y hasta mediados del siglo XIX, las Landas fue convirtiéndose en una tierra estéril, desierta y llena de pantanos y arenas movedizas, lo que le llevó a tener muy mala fama entre los franceses, que casi sentían terror cuando se mencionaba esta región. De hecho se decía que “quién recorra sus kilómetros infinitos no encontrará ni pan, ni agua, ni carne, ni senderos” en Las Landas. Llegué a leer que a la zona se le conocía también como el “Sahara francés”, y que incluso era muy común la malaria, transmitida por los millones de mosquitos que infestaban las aguas pantanosas del interior. La “maldición” que había caído sobre esta región era una cuestión geográfica: la poca pendiente de su costa, la convertía en propicia para la invasión de arena proveniente del océano. 

Como respuesta a esta situación, y no sé si aplicando la filosofía de “si no puedes con el enemigo, únete a él”, las dunas actuales son fruto de la acción del hombre y no de la evolución natural de las antiguas dunas surgidas en el Cuaternario. Las dunas se crearon con un objetivo: mantener las arenas lo más cerca posible de su origen, las playas, de modo que los campos dunares actuasen como un “muro” que impidiese la invasión de las arenas y la anegación de las tierras interiores. La situación en la región llegó a ser dramática a comienzos del siglo XVIII, cuando las arenas “colonizaron” una franja de tierra que variaba entre 4 y 7 kilómetros según la zona. Las voces más pesimistas hablaban de que sí no se actuaba con rapidez, y antes de doscientos años, las arenas sepultarían la ciudad de Burdeos. En esos años muchos pueblos tuvieron que trasladarse hacia el interior, expulsados por las arenas.

Las primeras plantaciones experimentales de pinos tuvieron lugar en 1713, impulsadas por Jean-Baptiste Amanieu de Ruat. En la elección de esta especie no solo se tuvo en cuenta el que fuese muy resistente a los agentes meteorológicos, especialmente en ambientes salinos, sino también que fuese una gran demandante de agua. Se tuvo en cuenta que un ejemplar adulto de pino requiere unos 200 litros de agua al día, lo que resultaba fundamental para lograr la tarea de desecar la región. Además sus raíces, que profundizan entre 5 y 6 metros, se mostraban como adecuadas para la tarea de fijar el terreno. Sin embargo estas actuaciones no tuvieron muy buena acogida en un principio. Los pastores de la zona, que hasta entonces habían criado a sus ovejas libremente en los pobres pastos que existían, no veían con muy buenos ojos que los terrenos se cubriesen de pinos. En 1733 un incendio, provocado por alguno de los pastores, destruyó buena parte del bosque inicial que se había formado. Aquel incendio dejó claro que si se quería que cualquier proyecto de forestación tuviese éxito, se debería contar con los lugareños.

Fue el ingeniero Nicolás Brémontier quién finalmente impulsó el proyecto, iniciando sus trabajos en 1786. Con una gran dosis de paciencia e ingenio, Brémontier fue probando diferentes métodos para lograr que los árboles creciesen en una zona que no era muy fértil y que estaba además muy azotada por el viento y la salinidad de los océanos. Para proteger los pinos recién plantados, cubrió el terreno con ramas cortadas de un bosque vecino. Con esta protección, las semillas de pino germinaban con éxito. Pero esta protección no era suficiente cuando el árbol comenzaba a desarrollarse. Para resolver este problema, el azar le echó una mano. Entre las ramas traídas de los bosques vecinos, había algunas de junco y retamas. Cuando las semillas de estas plantas cayeron al suelo y germinaron, crearon un manto vegetal, siempre verde, formado por ejemplares muy fuertes y de una cierta altura, que no solo daban abrigo a los árboles más jóvenes, sino que contenía a las arenas. Comenzaba así a crearse el bosque. 

Pero quedaba por resolver el problema del avance de la arena. En 1780 Charlevoix de Villers había propuesto para ello la creación de una barrera gigantesca que frenase el paso de arena hacia el interior. Los principios de Charlevoix de Villers se fueron mejorando con el tiempo, hasta llegar a una metodología, concretada en 1822 por otro ingeniero, Jean-Sebastian Goury, que se basaba en la construcción de una primera empalizada a 150-200 metros de la playa. Cuando esta empalizada quedaba cubierta de arena, se le superponía otra, y otra, ..., hasta conseguir un muro de arena de altura entre 8 y 10 metros, con suave pendiente hacia el mar y fuerte desnivel hacia tierra. Aquella barrera era capaz de retener a la arena en las playas.

Para impulsar estos proyectos, en 1801 se nombra a Brémontier presidente de la recién creada "Comisión de las Dunas". En 1816, la Comisión había logrado forestar cerca de 4.500 hectáreas. En 1864 se alcanzaron las 88.000 hectáreas.

Pero tras el éxito del proyecto, y confiándose en que todo estaba controlado, los trabajos de mantenimientos de las dunas se abandonaron a principios del siglo XX.  En 1940 se experimenta una aceleración de la erosión, que en los años 50 se traduce en el desmoronamiento del cordón litoral y la invasión por parte de la duna de zonas habitadas. Tras su reconstrucción, que llevó años y cantidades ingentes de dinero, el sistema ha pasado a ser vigilado y conservado por la Oficina Nacional de Bosques. La sensibilidad que existe en Francia por el cuidado de las dunas es una cuestión que supera lo ecológico, entendiéndose por toda la sociedad como fundamental para el desarrollo económico y social de la zona.

Antes de subirnos al coche y regresar a Biarritz, nos acercamos hasta la playa a echar un último vistazo. El sol caía sobre el mar, tal y como lo hace en casa. Tan cerca, pero a la vez tan lejos.

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