Hace años, antes de la colocación de las primeras boyas de medición, los datos de oleaje se obtenían a través de las observaciones realizadas por los marinos desde sus barcos. Los "sensores" eran los experimentados ojos de muchos navegantes que, en sus rutas, proporcionaban los que fueron los primeros datos de la oceanografía. Con este método visual de medición, que se comenzó a practicar a mediados del siglo XIX, y con el que no sólo se determinaba la altura de ola, sino también la dirección y el periodo del oleaje, se pudieron efectuar las primeras caracterizaciones de clima marítimo gracias a las recopilaciones efectuadas por la NOAA. Pero no fue hasta después de la II Guerra Mundial cuando se comenzaron a desarrollar los primeros estudios con un cierto grado de profundidad y detalle. Antes de mediados del siglo XX el desconocimiento era tal, que por ejemplo en un libro italiano del siglo XVIII, el autor llegó a afirmar que matemáticamente se había probado que ninguna ola podría superar los 3,72 metros de altura.
Con los años este umbral de altura de ola máxima se fue ampliando, aunque durante muchos tiempo, y hasta el año 1995, los modelos matemáticos seguían insistiendo que las olas mayores de 15 metros de altura eran eventos muy raros, con una probabilidad de producirse de "una vez cada 10.000 años". Sin embargo muchos sucesos que ocurrían en los océanos parecían señalar que había de haber algo más. No solo por el número considerable de barcos que habían desaparecido en extrañas circunstancias, sino también por los fiables relatos de muchos hombres de mar que sugerían la existencia de olas gigantes que superaban en mucho esta altura. Se hablaba de olas de más de 30 metros de altura, que podían aparecer sin previo aviso en mitad del océano, incluso contra la dirección dominante de las olas. Muros casi verticales, precedidos de un seno muy profundo, capaces de generar sobre los cascos de los buques presiones de hasta 100 t/m², que provocaban que se hundiesen en cuestión de segundos, o sufriesen daños muy graves, al superar en más de seis veces la presión que les causaría una ola de 15 metros.
De hecho, y precisamente por sus terribles consecuencias, muy pocos han sido los testimonios que han llegado de barcos que hayan sobrevivido a estas embestidas. Eran tan pocos, que durante siglos la presencia de estas "olas monstruosas" fue considerada otra leyenda marítima más, a pesar de testimonios como los del petrolero USS Ramapo, que en 1933, y en el Pacífico Norte, se encontró con una ola que su tripulación estimó en 34 metros; o del Queen Mary, que en 1942, a 700 millas de Escocia, y cuando transportaba a 15.000 hombres en sus camarotes, fue golpeado de costado por una ola de 28 metros que lo escoró brevemente unos 50º; o del crucero italiano Michelangelo, que en 1966, frente a las costas de Nueva York, sufrió la rotura de los cristales de su puente, situado a 24 sobre el mar; o del petrolero Stolt Surf, cuyo encuentro con una ola en el Pacífico, que superada los 22 metros de altura del puente del barco, fue fotografiado por el jefe de máquinas.
La evidencia científica, que hizo cambiar el enfoque, llegó el 1 de enero de 1995. Ese día se midió, no visualmente, sino con un sensor, un ola de 30 metros de altura en la plataforma petrolífera Draupner en el Mar del Norte.
Hoy en día estas olas están ya reconocidas como un fenómeno natural real, aunque se sigue sin conocer en detalle por qué se forman. Se habla como causa más probable la de la interacción de entre varias olas, que daría lugar a una ola más grande al sumarse sus amplitudes. Pero también de efectos llamados "no lineales", por los cuales una ola absorbería la energía de las colindantes. También se sabe que son más frecuentas en zonas del océano caracterizadas por las fuertes corrientes, como en el Cabo Agulhas, y que se producen cuando estas se anteponen a la dirección de avance de las olas.
¿Pero cuándo una ola es considerada como gigante? Curiosamente este título no lo otorga su altura, sino lo grande que es esa ola con respecto a las que la rodean. Una ola se considera gigante cuando su altura supera el doble la altura de ola significante de la serie temporal de olas a las que pertenece. Lo explicaba el otro día cuando recordada el paso de Hércules, hace dos años, por nuestras costas. Hoy os pondré otro ejemplo.
La ola más grande de Hércules superó la que hasta entonces era la ola más grande medida frente a nuestras costas. El anterior récord se había establecido durante un temporal ocurrido el 24 de enero de 2009, en el que se registraron una ola de más de 26 metros frente a Santander, otra de 23 metros en la zona de Estaca de Bares y otra de 21 metros en la costa de Bilbao. Sin embargo, ninguna de aquellas olas inmensas cumplió el criterio de ola gigante, ya que no superaban el doble de la altura de ola significante medida en esos mismos puntos. La relación más elevada fue de 1,76. Lo normal es que esta relación esté entre 1,4 y 1,8. Sin embargo sí que fueron olas gigantes la de Hércules, o las del temporal ocurrido el 8 de marzo de 2008 con una ola de 22 metros frente a Bilbao, o el 9 de diciembre de 2007, con una ola de más de 23 metros frente a Cabo de Peñas. En el Mediterráneo, la ola más grande que cumple el criterio de ola gigante fue una ola de 11,5 metros.
Tras la ola Draupner, ha habido otros encuentros de buques con olas gigantes. El Queen Elizabeth 2, en 1995, y durante una tormenta en el Atlántico Norte, se encontró con una ola de 29 metros. El testimonio del capitán contaba que la ola "surgió de la oscuridad" y por su dimensión, "parecía los acantilados blancos de Dover". En 2001, y en el Atlántico Sur, dos buques el Bremen y el Caledonian Star, se vieron sorprendidos por la misma ola, que destrozó las ventanas de sus puentes, situados a 30 metros por encima del nivel del mar. El Norwegian Dawn, el 16 de abril de 2005, se encontró hasta con tres olas seguidas, cerca de costa de Georgia en los Estados Unidos, que superaban los 20 metros.
Gracias a las imágenes de satélite, se ha podido comprobar que las olas de hasta 30 metros son mucho más comunes de lo que se pensaba. El Proyecto MaxWave, liderado por el instituto alemán GKSS y desarrollado en el año 2001, y gracias a las imágenes de radar tomadas desde los satélites ERS-1 y ERS-2 de la Agencia Espacial Europea, se identificaron un significativo número de señales que probaban que las olas gigantes se podían encontrar con una mayor frecuencia de lo que se esperaba hasta entonces. Durante las tres semanas que duró el proyecto, se tomaron 30.000 imágenes del océano, cubriendo un área de 1,5 millones de km². En toda esta superficie, y durante ese periodo de tres meses, se detectaron olas gigantescas en 10 de las secciones analizadas, una por cada 150.000 km².
Pero las olas más grandes de las que se tiene constancia no han sido olas causadas por fenómenos meteorológicos, sino olas que tienen su origen en perturbaciones sísmicas submarinas. Estas perturbaciones, que generan una onda solitaria de pequeña amplitud, de más o menos un metro, son extraordinarias por su gran longitud de onda. Si bien en alta mar resultan inapreciables, cuando llegan a la costa, sus efectos son terribles. Estamos hablando de los tsunamis (la palabra proviene del japonés: tsu significa puerto y nami ola).
Cuando estas olas, que viajan a velocidades de hasta 200 km/h, llegan a costa, su altura se incrementa espectacularmente hasta alcanzar varias decenas de metros. Por los efectos de dichas ondas en tierra, se sabe que por ejemplo en las costas de Chile y Perú las olas llegaron hasta los 40 metros. La ola más alta de las que se tiene noticia fue una de 70 metros, registrada en Cabo Aopatka, en la península de Kamchatka, en el año de 1737.
Pero curiosamente la ola más grande, no tuvo su origen en el mar, sino en tierra. Se considera que la ola más grande nunca registrada fue la que se creo el 9 de julio de 1958 en la bahía de Lituya, situada en el suroeste de Alaska. Aquella ola, que se estima alcanzó los 516 metros de altura, fue causada por un terremoto de escala 8,3 que derribó parte de una montaña y un glaciar, y que provocó la caída a la bahía de una masa de 30 millones de metros cúbicos. Se considera esa altura de 516 metros, porque tras el terremoto, y en una de las laderas de la bahía, la vegetación quedó arrasada por la fuerza del mar hasta esa altura. Sin embargo yo dudo de esa magnitud, y me imagino que lo que alcanzó los 516 metros fue la columna de agua que se levantó al recibir la bahía los 30 millones de metros cúbicos de material. De hecho la ola que se desplazó por el interior del fiordo, arrasando todo lo que había en sus orillas, fue de "únicamente" 30 metros.
moi interesante.Lera algo do de lituya, unha onda de esa altura, que medo!
ResponderEliminarY unos 250 metros la ola de la prrsa de Vajont?
ResponderEliminarNo había hablar de ella, pero investigaré. Muchas gracias por tu aportación. Un saludo!!
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