Me imagino que hasta no hace muchos años, la actividad en el campo de tiro marcaba en buena medida el día a día en el pueblo de Doniños, al menos en la ladera norte del valle. Ubicado cerca de los restos del antiguo castillo, la construcción del campo de tiro en los años 30 había traído a este lado del valle algún que otro adelanto en cuanto a mejora de las infraestructuras. Pero también bastantes inconvenientes.
La instalación ocupaba una extensión de unos cinco mil metros cuadrados, y contaba con varios edificios, la mayoría de los cuales aún siguen en pie. Pero los efectos de sus actividades se extendían mucho más allá de sus límites. Entre 1931, año de su apertura, y el año 2000, fecha de su cierre, en él se realizaron miles de entrenamientos con armas cortas y largas, con granadas de manos y explosivos, por parte de miembros de la Armada, alumnos de las escuelas de la Marina, el Ejército, la Guardia Civil, la Policía Nacional y la Policía Municipal.
Cuando se realizaban las prácticas, muchas veces por personas que nunca antes habían tenido un arma de fuego en sus manos, se izaba una bandera roja en el medio de la playa para avisar a los bañistas de que pasar por esa zona resultaba peligroso, sobre todo en la franja de playa que lindaba con el campo, ya que a ella iban a parar muchas de las balas que desde las galerías de tiro salían sin una dirección determinada. De hecho aún hoy, y eso que algún vecino se ha dedicado en los últimos años a retirar pacientemente muchas de ellas, es fácil encontrar en las dunas, en las zonas que están desnudas de vegetación, balas y proyectiles de todo tipo. De hecho, y hace dos años, encontramos en una ocasión una pieza de mortero que afortunadamente estaba sin carga, y que la Policía Nacional hubo de venir a retirar.
Sobre las actividades en el campo de tiro ya hemos hablado en el blog en varias ocasiones, recopilando algunas fotos históricas de entre los años 40 y 70, y contando alguna de las historias allí acontecidas, entre ellas el incidente que Juan Abeledo hijo tuvo un día que surfeaba en el medio de la playa. Las imágenes que Luis Bericua me pasó en su día, y que aparecen en esta entrada, resultan también bastante elocuentes. Pero hace unos días Vicente, en otra de sus aportaciones de material histórico de interés, me enseñó un reportaje de la revista Gam, de noviembre de 1997, escrito por la periodista Eva Pena, en el que se contaba la historia de "Las balas perdidas de la Marina", entre ellas la que impactó a Juan en 1977. El reportaje comienza precisamente con una foto de Juan, en la entrada del campo de tiro, y cuenta varios incidentes acaecidos en la instalación, contados por varios vecinos:
"Estaba en el patio pintando las contraventanas y se escuchaban los tiros como otras veces. De pronto, oí silbar una bala por encima de mi cabeza y me agaché por instinto. A continuación vi el cristal roto. Una bala lo había atravesado e hizo impacto en la pared del recibidor. Me desplacé al campo y el jefe del polígono reconoció que había un destacamento de infantes especialistas que se preparaban para un concurso de tiro. Quedó demostrado que habían hecho los disparos fuera del campo, porque mi casa está a más de un kilómetro en línea recta. Varios oficiales vinieron a reconocer la vivienda y me repararon los daños".
"Aquella mañana las paredes temblaron como si fueran de papel. Yo fui a avisar al guardia del polígono y a pedir que cesaran el tiroteo. Me respondió que aquel día estaban utilizando un tipo de bombas más potentes, pero que se trataba de un hecho aislado que no se volvería a repetir".
"Era miércoles y me encontraba haciendo deporte por el pinar de Doniños. Sobre las 13 horas, me senté en una piedra que había detrás de la caseta de la Cruz Roja, a unos 600 metros del campo de tiro. Mi sorpresa fue enorme cuando vi que una ráfaga de ametralladora levantó la arena a unos metros escasos de mis pies. No supe qué hacer. Cuando terminó el tiroteo me fui a la puerta del campo. Vino el oficial de guardia, le conté lo sucedido y me contó que había una patrulla haciendo ejercicios por las dunas. Al día siguiente me presenté en el Cuartel General. Me dijeron que iban a hacer averiguaciones, y que me darían una explicación. Aún estoy esperando. De todas formas tuve suerte, porque si llego a estar inclinado, las balas me hubieran volado la cabeza".
Cuando se realizaban las prácticas, muchas veces por personas que nunca antes habían tenido un arma de fuego en sus manos, se izaba una bandera roja en el medio de la playa para avisar a los bañistas de que pasar por esa zona resultaba peligroso, sobre todo en la franja de playa que lindaba con el campo, ya que a ella iban a parar muchas de las balas que desde las galerías de tiro salían sin una dirección determinada. De hecho aún hoy, y eso que algún vecino se ha dedicado en los últimos años a retirar pacientemente muchas de ellas, es fácil encontrar en las dunas, en las zonas que están desnudas de vegetación, balas y proyectiles de todo tipo. De hecho, y hace dos años, encontramos en una ocasión una pieza de mortero que afortunadamente estaba sin carga, y que la Policía Nacional hubo de venir a retirar.
Sobre las actividades en el campo de tiro ya hemos hablado en el blog en varias ocasiones, recopilando algunas fotos históricas de entre los años 40 y 70, y contando alguna de las historias allí acontecidas, entre ellas el incidente que Juan Abeledo hijo tuvo un día que surfeaba en el medio de la playa. Las imágenes que Luis Bericua me pasó en su día, y que aparecen en esta entrada, resultan también bastante elocuentes. Pero hace unos días Vicente, en otra de sus aportaciones de material histórico de interés, me enseñó un reportaje de la revista Gam, de noviembre de 1997, escrito por la periodista Eva Pena, en el que se contaba la historia de "Las balas perdidas de la Marina", entre ellas la que impactó a Juan en 1977. El reportaje comienza precisamente con una foto de Juan, en la entrada del campo de tiro, y cuenta varios incidentes acaecidos en la instalación, contados por varios vecinos:
"Estaba en el patio pintando las contraventanas y se escuchaban los tiros como otras veces. De pronto, oí silbar una bala por encima de mi cabeza y me agaché por instinto. A continuación vi el cristal roto. Una bala lo había atravesado e hizo impacto en la pared del recibidor. Me desplacé al campo y el jefe del polígono reconoció que había un destacamento de infantes especialistas que se preparaban para un concurso de tiro. Quedó demostrado que habían hecho los disparos fuera del campo, porque mi casa está a más de un kilómetro en línea recta. Varios oficiales vinieron a reconocer la vivienda y me repararon los daños".
"Aquella mañana las paredes temblaron como si fueran de papel. Yo fui a avisar al guardia del polígono y a pedir que cesaran el tiroteo. Me respondió que aquel día estaban utilizando un tipo de bombas más potentes, pero que se trataba de un hecho aislado que no se volvería a repetir".
"Era miércoles y me encontraba haciendo deporte por el pinar de Doniños. Sobre las 13 horas, me senté en una piedra que había detrás de la caseta de la Cruz Roja, a unos 600 metros del campo de tiro. Mi sorpresa fue enorme cuando vi que una ráfaga de ametralladora levantó la arena a unos metros escasos de mis pies. No supe qué hacer. Cuando terminó el tiroteo me fui a la puerta del campo. Vino el oficial de guardia, le conté lo sucedido y me contó que había una patrulla haciendo ejercicios por las dunas. Al día siguiente me presenté en el Cuartel General. Me dijeron que iban a hacer averiguaciones, y que me darían una explicación. Aún estoy esperando. De todas formas tuve suerte, porque si llego a estar inclinado, las balas me hubieran volado la cabeza".
La convivencia entre la actividad del campo de tiro, los vecinos y los bañistas, se volvió intolerable a finales de los años 90. Las primeras protestas vinieron por el ruido excesivo que venía desde el campo, producto de las continuas detonaciones y tiros. También por la posible presencia de explosivos sin detonar en el medio del campo. De hecho en 1997 la Marina limpió el campo, y las dunas, de granadas de mano.
Además del caso de Juan, se tiene constancia de otro caso en el que hubo impacto directo de bala sobre personas. El de Juan, que ya se contó en el blog hace años, se cuenta con más detalle en el reportaje. Cuando ocurrieron los hechos, mayo de 1977, Juan tenía 24 años:
"Había traído una tabla de surf de Santander y éramos pioneros en un deporte que aquí apenas se practicaba. Bajamos a las 8 de la mañana, había buenas olas, ... Nos metimos en el agua y empezamos a hacer surf. Estábamos a unos 300 metros de la playa cuando noté el impacto de una forma suave. Pedí a mis compañeros que mirasen porque, en principio, pensé que sería un abejorro, pero vieron un hilito de sangre. Al momento comenzamos a ver como las balas salpicaban a nuestro alrededor, y me di cuenta entonces de que me habían alcanzado. Salimos del agua y nos dirigimos a la puerta del polígono. Le dije al oficial de guardia que me parecía que me habían dado un tiro. Me miró y me puso una tirita. También nos recriminó por estar bañándonos en zona prohibida. Fue entonces cuando vimos la bandera roja. Lo que pasó es que la izaron y empezaron a pegar tiros sin tener en cuenta que había gente en el agua. Con la tirita puesta fui al médico en compañía de mi padre. Me miraron por rayos y descubrieron que tenía una bala entre la quinta y sexta vértebra. Me operaron en la residencia de Ferrol, y cuando salí, me presenté en el Cuartel General de la Armada y pedí que me recibiera el Capitán General. Enseguida lo hizo, y le pedí explicaciones. Sus únicas palabras fueron reproches y recriminaciones. Se negó a creerme cuando le dije que no estaba izada la bandera roja, y nuestra diferencia de opiniones hizo que él me invitara a abandonar su despacho, lo que hice dando un portazo. Se me pasó por la cabeza denunciar el caso, pero un abogado me aconsejó que no moviera el asunto. Eran otros tiempos, estaba empezando la transición, y los militares todavía tenían mucha fuerza".
Pero el caso más dramático fue el de un marinero de Ares. Daniel, su padre, y otros 2 compañeros, faenaban el 6 de julio de 1993 a bordo del "Javier", un pequeño pesquero con base en el puerto aresano. Tras pasar la noche pescando al trasmallo en las Islas Gabeiras, regresaban a puerto navegando frente a la playa de Doniños:
"Estábamos sacando el pescado de la red, y de pronto, caí sobre la cubierta. Tenía las piernas y los brazos paralizados y momentáneamente quedé ciego. Me puse a gritar como un loco. Mi padre decía que era un calambre, pero yo sabía que se trataba de una bala porque llevaba un rato oyendo tiros procedentes de la costa". Daniel fue operado en el hospital Juan Canalejo de Coruña, donde le extrajeron el proyectil que había quedado alojado a 2 milímetros de su médula espinal. Los médicos le dijeron que no se había quedado parapléjico de milagro.
Los últimos "accidentes" llevaron a que se construyese una nueva y "moderna" galería de tiro. Una instalación que apenas se utilizó y que hoy permanece demolida al lado del lago a la espera de que Costas retire todos los restos y los lleve a un vertedero. Mientras miles de balas, y restos de otros proyectiles, permanecen entre la arena de las dunas como evidencia del pasado del campo de tiro.
Además del caso de Juan, se tiene constancia de otro caso en el que hubo impacto directo de bala sobre personas. El de Juan, que ya se contó en el blog hace años, se cuenta con más detalle en el reportaje. Cuando ocurrieron los hechos, mayo de 1977, Juan tenía 24 años:
"Había traído una tabla de surf de Santander y éramos pioneros en un deporte que aquí apenas se practicaba. Bajamos a las 8 de la mañana, había buenas olas, ... Nos metimos en el agua y empezamos a hacer surf. Estábamos a unos 300 metros de la playa cuando noté el impacto de una forma suave. Pedí a mis compañeros que mirasen porque, en principio, pensé que sería un abejorro, pero vieron un hilito de sangre. Al momento comenzamos a ver como las balas salpicaban a nuestro alrededor, y me di cuenta entonces de que me habían alcanzado. Salimos del agua y nos dirigimos a la puerta del polígono. Le dije al oficial de guardia que me parecía que me habían dado un tiro. Me miró y me puso una tirita. También nos recriminó por estar bañándonos en zona prohibida. Fue entonces cuando vimos la bandera roja. Lo que pasó es que la izaron y empezaron a pegar tiros sin tener en cuenta que había gente en el agua. Con la tirita puesta fui al médico en compañía de mi padre. Me miraron por rayos y descubrieron que tenía una bala entre la quinta y sexta vértebra. Me operaron en la residencia de Ferrol, y cuando salí, me presenté en el Cuartel General de la Armada y pedí que me recibiera el Capitán General. Enseguida lo hizo, y le pedí explicaciones. Sus únicas palabras fueron reproches y recriminaciones. Se negó a creerme cuando le dije que no estaba izada la bandera roja, y nuestra diferencia de opiniones hizo que él me invitara a abandonar su despacho, lo que hice dando un portazo. Se me pasó por la cabeza denunciar el caso, pero un abogado me aconsejó que no moviera el asunto. Eran otros tiempos, estaba empezando la transición, y los militares todavía tenían mucha fuerza".
Pero el caso más dramático fue el de un marinero de Ares. Daniel, su padre, y otros 2 compañeros, faenaban el 6 de julio de 1993 a bordo del "Javier", un pequeño pesquero con base en el puerto aresano. Tras pasar la noche pescando al trasmallo en las Islas Gabeiras, regresaban a puerto navegando frente a la playa de Doniños:
"Estábamos sacando el pescado de la red, y de pronto, caí sobre la cubierta. Tenía las piernas y los brazos paralizados y momentáneamente quedé ciego. Me puse a gritar como un loco. Mi padre decía que era un calambre, pero yo sabía que se trataba de una bala porque llevaba un rato oyendo tiros procedentes de la costa". Daniel fue operado en el hospital Juan Canalejo de Coruña, donde le extrajeron el proyectil que había quedado alojado a 2 milímetros de su médula espinal. Los médicos le dijeron que no se había quedado parapléjico de milagro.
Los últimos "accidentes" llevaron a que se construyese una nueva y "moderna" galería de tiro. Una instalación que apenas se utilizó y que hoy permanece demolida al lado del lago a la espera de que Costas retire todos los restos y los lleve a un vertedero. Mientras miles de balas, y restos de otros proyectiles, permanecen entre la arena de las dunas como evidencia del pasado del campo de tiro.
¡Hola Jesús!
ResponderEliminar¿Te podría contactar de algún modo (email, por ejemplo)?
Un saludo,
Óscar
Hola Oscar, me puedes mandar un mail a desdelacroa@gmail.com.
EliminarUn saludo,
Brutal Jesús...me ha encantado
ResponderEliminarMuchas gracias Pablo, aunque el mérito es de Vicente por guardar estas joyas.
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