13.7.16

HISTORIAS. 21 horas y 31 fotos.


Si contase el viaje con un texto desarrollado y de párrafos largos, no estaría siendo fiel al mismo, así que de modo telegráfico, prácticamente sin pausas, el viaje discurrió más o menos así:

4:20 de la mañana, suena el despertador. Desayuno dando cumplimiento al principio "desayuna como si no fueses a comer". De Doniños a Ferrol me cruzo con dos zorros, una madre y su cría. La madre cruza la carretera con rapidez, pero la cría, curiosa, se detiene en el arcén a observarme. Yo casi también me paro, y nos miramos antes de que se lance a la carrera monte arriba. Embarcamos en Coruña con dirección a Madrid sin mayores novedades. Salimos de la capital con algo de turbulencias. Volamos entre las nubes hasta que superamos los Pirineos. Desde la ventanilla veo Biarritz. Creo distinguir Villa Beltza y el Casino. También Hossegor. No parece que haya olas. Cruzamos el centro de Francia, aunque sin ver París. Antes de aterrizar sobrevolamos Bruselas. Veo el Atomium. Me imaginaba que estaba más cerca del centro de la ciudad. También el aeropuerto está bastante lejos del centro: lo rodean campos y granjas. Me llama la atención la sobriedad de la Terminal: todo es entre gris y negro. Sólo el cohete de Tintín, rojo y blanco, rompe tanta seriedad. Hay muy poca gente. ¿Realmente nos estaremos dirigiendo hacia la salida por este camino? Me llama la atención la seguridad en la estación de ferrocarril. Un guardia armado, con chaleco antibalas, vigila cada uno de los andenes. Cogemos un tren que nos llevará a Amberes. Un italiano me pregunta cómo llegar a un lugar que no comprendo. Nos entendemos mejor en castellano. Ya en el vagón frente a mí se sienta un gallego de Vilagarcía. Lleva viviendo en Holanda desde el año 1966, aunque viaja asiduamente a Galicia: acaba de estar en San Juan, y volverá a las fiestas del Apóstol. No es el único de la familia que también emigró a Holanda. Tiene un primo que se acaba de jubilar y que justo ayer comenzó el Camino de Santiago: desde Maastricht a Santiago, y de allí a Finisterre y a Cambados, su pueblo. 2 meses de ruta en bici para celebrar una jubilación bien merecida. Hablamos sobre las últimas elecciones, y de cómo un gallego, que vive desde hace 50 años fuera de España, ve el país: no entiende que determinadas diferencias ideológicas sean aún tan marcadas y nos separen tanto. También de lo poco que se piensan las cosas a veces, y de lo mucho que se malgasta el dinero. ¡¡Cómo puede ser que en Galicia haya 314 ayuntamientos!! Me habla del nuevo servicio de alquiler de bicicletas que se va implantar en Vilagarcía, a pesar de que no existe ni un kilómetro de carril-bici en pueblo. Aquí en cambio hay kilómetros y kilómetros: casi todo el mundo usa la bicicleta. Viaja con su mujer a Amberes: van a asistir a una concentración de veleros históricos. La ciudad flamenca es la primera parada de una ruta que pasará por Lisboa, Las Palmas, Madeira y A Coruña. Me recomiendan que visite la ciudad, sobre todo ese día que hay mercado, pero les cuento que nuestro próximo tren saldrá, una vez que desembarquemos, en 15 minutos. Me insiste en que al menos visite la estación. Cuando llegamos, y tras despedirnos, así lo hago. Me asombra la cubierta de estructura metálica. El hall y la fachada son espectaculares. Casi parece una catedral. Salgo un minuto al exterior. En la plaza hay mucha animación: a la derecha la entrada al zoo y al jardín botánico; enfrente un hotel de la cadena Radisson que no encaja con el entorno; en medio de la plaza una gran noria gira con varios pasajeros a bordo. Parece una ciudad que merece la pena visitar. ¡¡Y a menos de 3 horas en avión desde Santiago!!. Embarcamos de nuevo con rumbo a Rotterdam. El tren tiene wifi, pero no soy capaz de conectarme a menos que me cree un usuario en la web de la compañía ferroviaria local. Un mensaje de la embajada al móvil me avisa que dejo Bélgica y entro en Holanda. Del paisaje llama la atención lo llano que es: ni una sola montaña. Circulamos en paralelo a una autopista y rodeados de campos con cultivos de todo tipo. También se ven canales para regadío por todos lados. Varias vías más discurren en paralelo a la nuestra: se ve que el ferrocarril es usado aquí masivamente. Llegamos a Rotterdam. Nos están esperando en la estación. La ciudad me parece un tanto fría. Todo muy ordenado y moderno, pero resulta poco acogedor. Me imagino que estamos lejos de la parte histórica. Comemos. Me llama la atención que nos ofrezcan leche para acompañar la comida. ¡¡Claro, estamos en Holanda!!. Evidentemente opto por la leche para tomar con el bocadillo. Está muy buena, tan buena como la leche Bohal de San Sadurdiño. Nos despedimos y enseguida estamos de vuelta en la estación. De camino observo que efectivamente mucha gente usa la bici para desplazarse de un lugar a otro. Me llama la atención un padre que lleva a su hijo en el sillín de atrás: el chaval viaja con un gran globo rojo. Una mujer transporta a 4 niños que van dentro de un gran cajón impulsados por un triciclo. Desde Rotterdam viajaremos directos hasta Bruselas. Este tren es más lento, y con más paradas, así que resulta más fácil apreciar el paisaje y sacar alguna foto, aunque no consigo hacer ninguna decente de un thatched tradicional holandés con tejado de paja. En una de nuestras paradas, un chaval come sentado un sandwich mientras espera su tren bajo un cartel del Gent Jazz Festival en el que tocarán Kamasi Washington y John Cale entre otros. Llegamos de nuevo al aeropuerto. Se nota cierta tensión en el ambiente tras los atentados de los últimos meses. Creo que pasamos hasta 4 controles, incluida una prueba de no haber estado en contacto con sustancias explosivas, antes de embarcar. Hay seguridad por todas partes, y hasta el ejército ha desplegado sus efectivos. Aunque la expresión de los soldados es amable, impacta verlos armados con sus fusiles y vestidos con su casco, chaleco y ropa de camuflaje. Pienso que en realidad están allí más que porque exista un peligro real, para dar confianza a los más temerosos. En el avión volamos con varios ex-ministros que ahora son eurodiputados. El piloto nos avisa de que vamos a despegar con retraso: en la bodega hay equipaje de 4 viajeros que no se han subido al avión. Entre que vacían la bodega, localizan los 4 equipajes sin "dueño", y vuelven a cargarlo todo, permanecemos parados dentro del avión más de una hora. Por fin despegamos. Ya hay poca luz, así que apenas puedo hacer fotos. La cámara está a punto de quedarse sin batería. La cena me sabe deliciosa (será el hambre). El retraso en el despegue hace que perdamos nuestra conexión en Madrid con destino a Coruña. Afortunadamente nos han hecho hueco en el vuelo que a Santiago sale media hora más tarde. Llegamos a Madrid y efectivamente habíamos perdido el vuelo a Coruña. Llegamos corriendo a la puerta del vuelo a Santiago justo cuando comienza el embarque. Aterrizamos por fin en Santiago. Llego a Doniños. Son las 01:00 de la noche. Casi 21 horas de viaje, resumidas a continuación en 30 fotos, casi todas hechas tras el cristal de algún tipo de medio de transporte.






























1 comentario:

  1. Que tal Jesus!
    Me ha encantado la crónica del viaje, lo expresas de manera muy clara y es algo que se agradece. Cuando voy en avión no suelo atinar con la cámara por la ventanilla, cosa de los nervios...
    Como siempre un gustazo las fotos.
    Un saludo!

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