20.11.16

HISTORIAS. Un mar no siempre azul.


Muchos días encuentro la motivación necesaria para ir al agua en la luz que creo habrá antes de que se ponga el sol. No sé muy bien por qué pero primavera y otoño son las estaciones en las que los cielos del atardecer son más espectaculares. No ocurre todos los días, pero sí de un modo más habitual. Cuando sucede, el mar y el cielo se muestran impresionantes, haciendo si cabe más evidente su grandiosidad. El que ocurra posiblemente tenga que ver con la inclinación del sol y la posición de la tierra con respecto a éste. Puede que también influya el que en estas épocas es más común la presencia de nubes los días despejados. Pero lo que a mí realmente me llama la atención es cómo el mar, y sólo a veces, cambia su color a medida que cambia el color del cielo, adoptando unos tonos para nada habituales que se separan de su habitual azul.

El domingo parecía que iba a ser uno de "esos días", pero no sé por qué entré al agua sin cámara. Durante la primera remontada me fui lamentando por no haberla cogido, pero afortunadamente no sucedió, y la puesta de sol fue una de tantas (me imagino que la incertidumbre de que no pase siempre lo hace incluso más interesante).

El lunes las condiciones eran parecidas, aunque las olas en Doniños no rompían bien. La marea estaba además aún demasiado llena. Pero no había otras opciones, así que me puse el traje y me fui al agua una hora antes de que se ocultase el sol, pero esta vez con cámara. Sin apenas viento, y a medida que el sol fue descendiendo, la superficie del agua fue adoptando un tono rojizo, casi cobre, que le daba un aspecto muy poco habitual.

El que el agua pueda adoptar colores tan distintos no deja de ser curioso. Hasta finales del siglo XIX se creía que el color del mar estaba relacionado directamente con el color del cielo, pero aunque existe una relación, la verdad es que el color que toma cada uno es independiente, interviniendo en ello otras cuestiones físicas y biológicas.

Una de las propiedades fundamentales del agua es que es incolora. Sin embargo, y a partir de una cierta cantidad de la misma, nos parece que tiene color. La explicación al "color del agua" se encuentra en cómo ésta absorbe la luz, y en su propiedad de absorber con mayor dificultad los colores con longitud de onda más corta.

El ojo humano contiene células capaces de detectar radiaciones electromagnéticas con longitudes de onda de entre 380 y 700 nanómetros. Dentro de este rango, se encuentran los distintos colores que vemos en el arco iris y que componen la denominada luz blanca. Las longitudes de onda más largas, se corresponden con los colores rojo, naranja y amarillo, y las más cortas con los azules y violetas.

Dado que el agua tiene la propiedad de absorber con mayor dificultad los colores con longitud de onda más corta, cuando la luz incide sobre el mar, las longitudes de onda más largas son absorbidas y las más cortas, correspondientes al color azul, reflejadas. Este reflejo, que nada tiene que ver con el color del cielo, es el que impresiona a nuestra retina y hace que veamos el agua de ese color (si fuésemos capaces de almacenar una gran cantidad de agua en el interior de un edificio, y la iluminásemos con un luz blanca, veríamos ese agua como azul).

Esta propiedad se manifiesta de modo más evidente a medida que aumenta la altura de la columna de agua. A medida que la profundidad aumenta, la luz tiene más problemas para atravesarla, y por tanto la "cantidad" de onda que se refleja es cada vez mayor. Es por ello que en la orilla, en donde la capa de agua es pequeña y la absorción de la luz total, el agua se nos muestra incolora, percibiéndose perfectamente la arena o la presencia de rocas. A medida que nos alejamos de la orilla, y aumenta la profundidad, la propiedad de no absorción de la "luz azul" se hace cada vez más evidente, y con ello el azul del mar se intensifica.

Dentro de ese azul las tonalidades son infinitas, y en ello tiene influencia, sobre todo a escasas profundidades, el tipo de fondo y los colores del entorno cercano de la costa. Pero también la presencia de algas, arena en suspensión u otras impurezas, que en ocasiones alteran el color azul habitual. De hecho, los científicos afirman que lo relevante no es saber por qué el mar es azul, sino que lo importante está en entender por qué, a veces, no lo es.

Posiblemente esta pregunta motivó las primeras investigaciones acerca de las variaciones del color del mar. A finales del siglo XIX, el químico inglés John Young Buchanan fue el primero en señalar que el color del mar no era sólo una "cuestión física", y que en él tenía una gran influencia el fitoplancton. Estas algas unicelulares usan pigmentos de color verde, la clorofila, para capturar la energía del sol y convertir agua y dióxido de carbono en los componentes orgánicos con los que forman sus cuerpos (al igual que ocurre con las plantas). Este proceso que se conoce como fotosíntesis, genera en el caso del fitoplancton la mitad del oxígeno que respiramos. El fitoplancton absorbe radiaciones electromagnéticas en la zona de los rojos y azules del espectro visible, pero refleja los verdes, lo que explica por qué las aguas toman tonalidades verdes en función de la menor o mayor concentración de fitoplancton.

La idea de la influencia del fitoplancton en el color del mar fue desarrollada posteriormente a mediados del siglo XX por el oceanógrafo Charles Yentsch. Yentsch dedicó toda su carrera científica a investigar sobre las relaciones entre la luz y la vida marina. Sus estudios atrajeron el interés de organismos como la NASA, y han permitido estudiar, desde el espacio, las variaciones de las concentraciones de fitoplancton en los océanos, y con ello los procesos que condicionan la riqueza de los océanos. De hecho se habla de Yentsch como el padre de la oceanografía biológica, dada la relevancia de sus investigaciones. En la actualidad el análisis de la tonalidad verde de los océanos, y por tanto de la presencia de fitoplancton, se ha revelado como fundamental para estudiar el cambio climático y la cadena alimentaria marina, pudiéndose hablar de él como un indicador fiable de la salud de los océanos.

Cubiertos los azules y los verdes, mis dudas se encontraban entonces en los rojos, tan característicos de los atardeceres, y en donde creo que el color del cielo, y el reflejo de éste en el mar, sí pasa a ser determinante. A lo largo del día, y debido al movimiento de la tierra, el modo en cómo la luz solar incide sobre un lugar cambia constantemente en cuanto a dirección, altura y calidad. Durante las horas centrales del día, sobre todo si la atmósfera está limpia, la luz llega a nuestros ojos dispersa desde todas las direcciones, sin una tonalidad predominante. Pero en los momentos previos a la puesta, y con el sol muy bajo, la luz incide de modo oblicuo, llegando hasta nosotros después de recorrer una distancia mayor que cuando el sol está en su cenit. Esto provoca que en su viaje la luz entre en contacto con un mayor número de partículas y moléculas, lo que aumenta la dispersión de su componente azul, haciendo dominantes en estas horas a los colores rojizos. Cuando el sol desaparece, los escasos minutos de luz que quedan nos los proporcionan el reflejo de la luz del sol en el cielo. Mi impresión, siempre que el horizonte esté despejado, es que este reflejo es mayor cuando más nubes hay en el cielo. Y es entonces, cuando la luz roja predomina sobre todo las demás, no quedándole al mar otra opción que volverse de ese color, aunque sea con una tonalidad muy débil.























3 comentarios:

  1. Que tal Jesús!
    Interesante como de costumbre toda esta información. Simplemente añadiría que a mi (supongo que como al resto) me afecta muchísimo en el estado de animo. Diria que hasta en ocasiones una buena dosis de luz y colores me puede llegar a insuflar el valor que no me suele acompañar cuando la cosa se pone grande. Me sigo sorprendiendo y maravillando con toda esa paleta de colores.
    Un saludo y feliz semana!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Fran!!! El que en los días grises las olas nos parezcan mucho más grandes daría para otra entrada. Un saludo y feliz semana también !!!

      Eliminar
    2. Es cierto, cuando está grande y nublado y estás con los agujeros apretados pero de pronto sale el sol un rato parece que el mar se vuelve más asequible.

      Yo siempre lo achaqué que el sol parece que te tranquiliza y no a que percibiesemos las olas más grandes. Curioso.

      La entrada en curso, muy buena como es habitual. Me quedo con el dato del fitoplacton como explicación al color del agua que habitualmente tenemos aquí, sobre todo en las rías...

      Eliminar