14.4.11

HISTORIAS. Gonzalo y el "Celina".


Hace ya unos meses que escribí por primera vez sobre Gonzalo Viana, uno de los pioneros del surf aquí en Galicia. Y hoy lo vuelvo hacer recuperando una historia no escrita por mi, sino descubierta en el blog de José Antonio Mera, amigo y compañero de estudios de Gonzalo en la Escuela de Náutica en A Coruña. A falta de imágenes, las ilustraciones acompañan al texto de José Antonio.


Gonzalo Viana Zulaika nació en Bilbao en 1950. Su padre, Herminio Viana Conde, decía que para él aquel había sido un buen año. Además del nacimiento de Gonzalo, su único hijo varón, Herminio había aprobado ese año las oposiciones a práctico del puerto de A Coruña, lo que le permitió cesar en su puesto como primer oficial del buque “Capitán Segarra”, de la compañía Transmediterranea, y establecerse por fin en tierra.

El traslado profesional de su padre hizo que la infancia y juventud de Gonzalo transcurriese en A Coruña.

Al igual que su padre, Gonzalo también estudió Náutica. Cuando terminó las prácticas de la carrera, en lugar de efectuar el curso de piloto, se enroló como segundo oficial en varios barcos liberianos.

Pero pronto su vida profesional se centró en el arte, sobre todo en las artes gráficas, tras ganar un concurso de carteles organizado por la UNESCO. De las artes gráficas pasó a la escultura, realizando sus primeras obras en la playa de Melide en la Isla de Ons, en donde había construido, excavado en la arena, un horno para cocer barro.

Sus figuras, con un estilo muy personal, enseguida adquirieron reconocimiento entre los entendidos. Eran formas inquietantes, que dejaban en la mente del observador la pregunta de quiénes somos realmente: así nacieron por ejemplo la cabravacarmadilloreina, el pezlagarthombre, o el caracoldios. Nunca titulaba sus esculturas. En aquellos años aprendió también a trabajar la madera y la piedra. En cuanto vendía alguna de sus obras, que pronto comenzaron a valorarse y adquirir cierto prestigio en el mundo del arte, y con el dinero reunido, se marchaba a la selva del Orinoco, o a una playa de Natal, ...y se pasaba allí dos o tres años. Sus viajes eran tan largos que, cuando volvía, no se acordaba de él ni el galerista de su última exposición, hasta que claro, veía alguna de sus características obras.

Un día dejó la Isla y su taller en la playa y apareció en mi casa, sorprendiéndome con la invitación de una salida en velero con su padre.



El velero, de madera, era una preciosidad. Se llamaba “Celina” y tenía una bella estampa. Era además relativamente confortable en su interior. Sorprendido pregunté a Gonzalo cómo y dónde había conseguido aquella joya, y cuánto le había costado.

El “Celina” había sido construido por un magnífico carpintero de ribera del puerto de Cedeira para un médico de Madrid, cuya esposa, asturiana, se llamaba Celina. Su construcción, que recientemente había finalizado, se prologó durante dos años. En ese tiempo el futuro armador se enteró de que había materiales y barcos más modernos. Además el mantenimiento de un barco de madera difícilmente se puede hacer bien sin vivir en él. De lo contrario, existe una regla que dice que se ha de disponer de una fortuna proporcional a los metros de la eslora del buque, y el “Celina” tenía diez. Así que al poco de terminarlo el médico decidió venderlo.

Antes de comprarlo, el propietario, Gonzalo y un mecánico, salieron del puerto de Cedeira para probarlo.

Tras un rato en el mar, y cuando navegaban paralelos a la costa frente a una zona acantilada, y con viento del Noroeste, el motor se paró. Intentaron arrancarlo pero estaba totalmente ahogado. Habían dejado las velas en tierra. El barco no tenía radio a bordo, ni bengalas, así que no existían opciones para pensar en un rescate. Enseguida se hizo de noche.



El mecánico, superado por el pánico, se puso a llorar en una litera, mientras el balandro se movía a merced de las olas. El médico estaba también desesperado. Mientras los otros se lamentaban, Gonzalo miraba hacia la costa y calculaba el tiempo que el barco tardaría en estrellarse contra las rocas.



Cada vez más cerca de la costa, Gonzalo vio que, cada cierto tiempo, había una serie de olas que no rompía contra las rocas de los acantilados, sino que ascendía por ellos sin romperse. Se dirigió a sus dos acompañantes, y les dio indicaciones para que no se moviesen del barco e intentasen mantenerlo proa al viento. Él trataría de buscar ayuda. Se calzó las aletas con las que había reconocido el casco del barco en puerto, y se lanzó al mar. Nadó las dos millas que había hasta tierra lo más rápido que pudo. Ya cerca del acantilado, esperó nadando contra las olas a la serie que, por su altura, podía dejarle sobre las rocas sin estamparlo contra ellas. Cuando llegó la ola adecuada nadó con fuerza manteniéndose en su cresta, hasta que, ya en contacto con tierra firme, se agarró como pudo a las rocas mientras el agua descendía pendiente abajo.



A continuación trepó por el acantilado, sin poder evitar hacerse numerosos cortes por todo el cuerpo por las lapas y mejillones que había agarrados a la roca. Finalmente logró llegar a la cima. Allí, y para su suerte, se encontró con el que debería ser el único vehículo, en varios kilómetros, aparcado en la cima del acantilado por el que acababa de trepar. En su interior había una pareja.

remolcándolo mar a dentro.

Ya en puerto pudieron comprobar que el mecánico había dejado cerrada la llave del gasóleo, de modo que cuando el motor consumió el gasoil que había en filtros y tuberías, se paró sin opción de volverse a encender.

Superado el susto, el médico de Madrid le vendió finalmente el barco a Gonzalo por una cantidad muy inferior a la que inicialmente le había pedido en agradecimiento por su rescate.


Podéis leer el texto original, y descubrir más historias y singladuras del Celina, visitando el blog "Desde un Faro".

2 comentarios:

  1. muy bueno! gracias por compartirlo

    un saludo

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  2. El horno de Gonzalo sigue existiendo, pero no en la playa de Melide, sino en una pequeña cala camino a fedorento, a la que el accedía desde su casa na Ila de Ons. Era un amigo, un personaje y una personalidad. R. Varela.

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