Muchos eran los planes para estos días en Malpica. Tras la experiencia del año pasado había ganas de más. Y no sólo de coger olas: volver a encontrarse con conocidos y amigos que a cada encuentro son más amigos; conocer a nueva gente; escuchar y ver cosas nuevas, ... Además y antes del viaje me había documentado, y entre todo lo leído, un artículo escrito por el periodista Santiago Romero sobre Malpica y las Sisargas, habían despertado mi curiosidad. En el texto, entre otras cosas, contaba:
“La costa septentrional de España es el lugar más peligroso y desagradable que se pueda imaginar”, escribió Conrad en su único relato ambientado en la península Ibérica. El autor de "El corazón de las tinieblas" conoció como marino, antes que como escritor, el pavor al cruzar las aguas de A Costa da Morte y sabía de la superstición de los marinos ingleses que en el siglo XIX consideraban las islas Sisargas un gran leviatán varado que cobraba vida en medio del temporal para atraer a sus víctimas a los espantosos naufragios que se contaban en voz baja a la trémula luz de las tabernas de todo puerto.
Las bestias, legendarias o reales, siempre convivieron con los audaces marineros de Malpica que ya en el siglo XVII asombraron a Cosme de Médici por su pericia en el arponeo de gigantescas ballenas desde de sus frágiles dornas. El ilustre viajero se empeñó en conocer en persona en 1669 el “más famoso puerto de pesca de las ballenas que llegan desde los lejanos mares norteños de Noruega y Groenlandia”. Un épico pasado que aún puede rastrearse en alguna que otra casa malpicana que conserva llaves y bancos fabricados con huesos de ballena.
“Esta villa es el puerto donde se pescan más ballenas —dejó escrito el cardenal Jerónimo del Hoyo a principios del siglo XVII—. Hay grandes matanzas cada invierno y es pesca de gran provecho, porque de un ballenato, por pequeño que sea, se sacan doscientas arrobas o cántaras de aceite. Los malpicanos las venden a los vizcaínos y deben pagar por este comercio cada año siete mil maravedíes al arzobispo de renta fija”.
Este era uno de los planes: buscar por el pueblo muestras de su pasado ballenero, pero salvo una estatua situada en el puerto, y un mural en la casa del Pescador, poco más encontré. Pero la verdad es que busqué poco, ya que apenas tuve tiempo, sobre todo el viernes, cuando me pasé "unas cuantas horas" en el agua. Pero para eso también veníamos a Malpica.
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