16.10.15

HISTORIAS. Biarritz (parte 3). Le phare.











“Este es el faro de Biarritz, desde el que se pueden ver las olas más grandes del mundo”

-Henry Russell

Esta frase del explorador Henry Russell, el más reconocido pirineísta del siglo XIX, tal vez fuese pronunciada observando desde el faro de Biarritz las inmensas olas de Belharra rompiendo frente a San Juan de Luz. Porque de entre todos los edificios de Biarritz, el faro posiblemente sea desde el que se puede tener no solo las mejores vistas de la ciudad, sino también de toda la costa del Golfo de Vizcaya. Situado sobre el cabo de San Martín, también llamado Haritzart por los robles que lo poblaban en la antigüedad (haritz significa “roble” en euskera), el faro marca en cierto modo la frontera entre la costa arenosa de Las Landas y la rocosa del País Vasco. Una de las cosas que teníamos pensado hacer en el viaje era subir los 248 escalones de la torre hasta la linterna, situada a 73 metros de altura sobre el nivel del mar, y ver desde allí la ciudad y la costa. Pero las tres veces que nos acercamos hasta el faro, éste estaba cerrado al público por el fuerte viento. Así que nuestra ascensión a las alturas quedará para un próximo viaje.

Buscando por internet, descubrí que el actual faro no fue el primero que hubo en Biarritz. En 1650 se construyó en la punta de la Atalaya, sobre la cimentación de la antigua torre del castillo de Ferragus, que era la fortaleza que protegía a la ciudad, una nueva torre que se constituyó como el primer faro. Sobre la cima de la torre, y como modo de señalización, se encendía una hoguera que, durante las noches, permitía marcar la situación del canal de entrada al puerto. Durante el día la hoguera se mantenía encendida, ya que existía un código de señales de humo con el que desde tierra se comunicaba con los barcos que estaban trabajando en el mar. La torre sufrió durante sus años de "vida" diversas vicisitudes: se incendió en 1739; se derrumbó en 1856.

La decisión de construir el faro de Biarritz se tomó en 1794 antes del derrumbe de la torre de la Atalaya. El faro, diseñado por Philippe Nicolas Vionnois, se comenzó a construir en 1830, y se terminó en 1834. Sobre una base octogonal de dos pisos, en la que vivió el forero hasta 1980, se levantó una torre cónica, de piedra caliza, de 47 metros de altura. Por lo leído, la construcción del edificio no fue sencilla. De hecho las obras se prolongaron cuatro años. Como muestra del esfuerzo, en la torre se fue marcando, mediante la inscripción del año, la altura a la que se iba llegando al comenzar cada uno de los años en los que se desarrollaron las obras. El faro se electrificó en 1953 y la linterna actual, que se instaló en 1990, tiene un alcance de 26 millas. Su luz emite dos destellos blancos cada 10 segundos.

Hoy, el interior del faro, en donde se encontraban las estancias que ocupaban los fareros y sus familias, está dedicado a personajes franceses que han marcado la historia de los faros, entre ellos Augustin Fresnel, famoso por idear la lente que lleva su nombre, y Charles-François Beautemps-Beaupré, considerado el padre de la hidrografía moderna, y que entre los años 1815 y 1838 elaboró las cartas náuticas de buena parte de la costa de Francia.

Una de las cosas que más me llamó la atención del faro es que, por la noche, su destello se refleja en las fachadas de algunas casas de la ciudad, aunque desde ellas no se vea directamente su luz, indicándote, aunque no estés navegando, su presencia. No sé si uno de esos reflejos tal vez sea la explicación a una de las leyendas más conocidas que hay sobre Biarritz. Se cuenta que, en una noche de tormenta, uno de los pequeños barcos que atracaban en Puerto Viejo no era capaz de encontrar el canal de entrada por la escasa visibilidad y las grandes olas. En medio de la desesperación de la tripulación, de pronto surgió del cielo un rayo de luz que mostró el canal de entrada al barco. Tras el “milagro”, los pescadores decidieron levantar en 1865 una estatua en honor a la Virgen de la Roca, que con el tiempo se ha convertido en uno de los monumentos más visitados de Biarritz.

Este incidente, que acabó de modo feliz, es uno de los muchos accidentes marítimos que han ocurrido en la zona (podéis visitar una galería de fotos de naufragios históricos pulsando aquí). Entre los más famosos está el del bergantín L’Orphelin, ocurrido en 1882. En medio de una terrible tormenta, y tratando de refugiarse en el puerto, una ola condujo al barco a las rocas del canal de entrada, en donde quedó encallado. Desde el barco, el capitán intentó lanzar a tierra un cabo, atado a una boya, para que con él, y desde tierra, se pudiese "remolcar" el barco y sacarlo de las rocas. Desde el mar, y con medios marítimos, el rescate no era posible. Pero las corrientes eran tan fuertes que resultaba imposible hacer llegar el cabo a tierra. Uno de los marineros del pueblo, que había acudido a ayudar, tenía un perro de aguas llamado Black, que era un excelente nadador. El hombre dio instrucciones al perro y éste se lanzó al agua a por el cabo. El mar estaba muy agitado, y por momentos desde tierra se dejó de ver al perro. De hecho se llegó a pensar que Black se había ahogado. Hasta que de pronto el perro apareció con el cabo entre sus dientes, lo que permitió rescatar al capitán y a los 6 marineros del barco. Black fue condecorado por su valor e inteligencia por el Duque Alexis, hermano del zar Alejandro III de Rusia, y a su muerte, fue enterrado en el cementerio de perros de Moscú. 



De entre los naufragios recientes, uno de los más documentados fue el del Frans Hal, ocurrido el 19 de noviembre de 1996. Un remolcador ruso, el Agat, navegaba remolcando al arrastrero Frans Hals desde Bilbao. El remolcador, ante el temporal reinante, quiso buscar abrigo en el puerto de Bayona, pero las autoridades no le dieron permiso.

Esa noche la tempestad se recrudeció con vientos de fuerza 9 y olas de más de 8 metros. Aproximadamente a las 11 de la noche, el Frans Hals pierde su remolque, y como carece de autonomía propia para poder navegar, inicia una marcha que inexorablemente le llevará contra la costa, con cuatro tripulantes a bordo. Milagrosamente esquiva las rocas, y vara en la Grand Plage a las 2 y media de la tarde. El Agat, que lo remolcaba, se dio a la fuga durante la noche.

El buque quedó varado en la playa en una posición delicada, de costado, durante varios días. Aprovechando las fuertes mareas del 13 de diciembre se decidió reflotar el barco. En la operación intervinieron tres remolcadores, que consiguen sacarlo de la playa y llevarlo a alta mar, en donde el buque se hunde en la fosa de Capbreton. Como recuerdo del naufragio, y a modo de monumento, cerca del faro se conserva la hélice del Frans Hal.

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