El jueves se unió a nuestro baño un triste acompañante: un ejemplar de rorcual común que de pronto apareció flotando en el pico. A lo lejos no supimos muy bien distinguirlo, aunque el que varias gaviotas estuviesen posadas sobre él, nos hizo sospechar que ese gran objeto, que se acercaba a nosotros, era el cuerpo de una ballena. Cuando ya lo tuvimos más cerca, el olor que desprendía despejó todas nuestras dudas.
Sin apenas luz, y antes de ir hasta el coche a cambiarnos, hicimos unos fotos para enviárselas a los responsables de Cemma. Es muy importante que, cuando en una playa encontremos el cadáver de un mamífero marino, demos aviso a esta organización (basta con llamar al 112) para que sus voluntarios los identifiquen e incluyan en sus registros. En nuestro caso, ya no quedaban minutos de luz suficientes para que pudiesen venir hasta la playa a reconocerlo, y con la noche echándose encima, una marea llena de por medio, y con el animal varado cerca de la desembocadura de un río, resultaba importante hacer las fotos, ya que era imposible adivinar a dónde podría ir a parar el cuerpo por la noche, o el estado o posición en el que lo encontrarían. Del rorcual pudimos distinguir la cola, la mandíbula, la aleta dorsal y los pliegues gulares de la parte inferior de su cuerpo. También que estaba llena de marcas que parecían ser mordeduras de tiburones.
Cuando llegamos al coche, pude ver que en el aparcamiento la furgoneta de Juan Ignacio, de Cemma. Alguien les habría avisado. Sin embargo en la playa no nos llegamos a cruzar. Por la noche, tras enviarle las fotos, me contó cómo se había sido avistado al animal al mediodía, el seguimiento que habían hecho y los intentos de remolcarlo hasta el puerto de Cedeira.
Hoy he sabido que el viernes el rorcual permanecía en la playa, colocado además en una muy buena posición, lo que ha facilitado su caracterización: mide unos 15 metros, y se cree que puede llevar muerto unas dos semanas.
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