10.10.17

Los orígenes del surf en África.

Siguiendo las pistas apuntadas por Daniel Esparza en “Reconsiderando las fuentes para el estudio del surf arcaico”, llegué al documental “Mammy Water”, dirigido por el cineasta y antropólogo francés Jean Rouch en 1955. El documental se desarrolla en la costa de Ghana, en el Golfo de Guinea, concretamente en la aldea de Shama, el hogar de los “surf boys”, expertos pescadores que se adentran en el mar en sus grandes canoas a remo. Al final del documental, y durante algo menos de un minuto, aparecen imágenes de varios niños del pueblo cogiendo olas en la playa con la ayuda de tablas de madera, en el que parece ser un juego del cual todos disfrutan. Estas imágenes muestran un tipo de “surf” con origen anterior a la llegada de los primeros surfistas “occidentales” a la zona, y evidencian cómo en este lugar del mundo, y de modo independiente a la Polinesia, surgió una actividad consistente en coger olas con un fin recreacional. 


Antes de “Mammy Water”, y durante un viaje a Senegal, a Rouch le había llamado la atención la actividad de deslizarse en las olas de los nativos, tal y como recogió en su artículo “Surf-riding sur le Côte d’ Afrique", publicado en 1949.

“El “surf-riding" es un juego en el que quien lo practica es empujado por grandes olas que lo llevan hasta la orilla (…). He visto este juego en la bahía de Yof, en donde es practicado por jóvenes pescadores. Se deslizan con la ayuda de una tabla, construida a partir de un viejo trozo de madera, o parte del casco de una vieja canoa. (…) Los más hábiles usan tablas muy pequeñas y hacen “figuras”. Al juego le llaman "Saran" (deslizar). Los nativos prefieren coger las olas antes de que rompan, golpeando sus pies casi todo el tiempo. Este juego se practica en Senegal desde hace mucho tiempo. En St. Louis, con el mar agitado, se pueden deslizar durante cientos de metros. En Yof, con la marea alta (la más favorable), lo habitual son recorridos de al menos 50 metros. El "juego del surf" fue descrito en Accra (Ghana) por James Alexander en 1834 de la siguiente manera: "En la playa, mientras tanto, podían verse a chicos nadando en el mar, con tablas ligeras bajo su estómago. Esperaban una ola; al momento regresaron a la orilla, impulsados por una nube que les hacia rodar desde su parte superior.”

La descripción a la que hace referencia Rouch, realizada por el explorador británico James Edward Alexander el 16 de noviembre de 1834, y recogida en el libro “Narrative of a Voyage of Observation among the Colonies of Western Africa”, significa que esta práctica ya había sido vista, y descrita, por viajeros europeos en fechas próximas a la llegada de los primeros europeos a la Polinesia, abriendo la hipótesis de la existencia en el Atlántico de un tipo de surf diferente, e independiente, al surgido en el Pacífico.



En 1955 el antropólogo francés Charles Beart, en el libro “Jeux et Jouets de l'Ouest Africain”, realizó una descripción similar a la de Rouch pero en Costa de Marfil, con la que se demostraba que la actividad de deslizarse impulsados por una ola era común a una zona extensa de la África atlántica, en concreto a todos los países del Golfo de Guinea, y no exclusiva de las zonas costeras, tal y como evidenciaban las fotografías tomadas 30 años antes, en 1923, por el fotógrafo Robert Rattray, quien fotografió en el lago Bosumtwi en el interior de Ghana, los denominados “mpadua”, tablas largas y delgadas sobre las que los miembros de la etnia de los Ashanti se desplazaban tumbados sobre el lago: "los extremos de algunos mpadua se cortan en ambas extremidades para ofrecer menos resistencia, y en algunos destacan sobre el agua sus extremos, más altos que el centro”.

Las teorías de Rouch y Beart fueron pronto aceptadas por antropólogos especializados en los orígenes del surf como Ben Finney, quien planteó la cuestión de si el surf se había desarrollado como una “invención” independiente en África y en la Polinesia, o por invención en uno y difusión en el otro. Descartada una difusión reciente en base al texto de James Edward Alexander de 1835, y a partir de las fotografías de Rattray, Finney concluyó que el surf en África Occidental y Oceanía había surgido y evolucionado de modo independiente, aunque con ciertas similitudes marcadas por la existencia, en ambas regiones, de una serie de circunstancias comunes que fueron fundamentales en el surgir de esta práctica: aguas costeras cálidas y llenas de rompientes, una población experta en la natación e interesada en los deportes acuáticos, y el uso de algún tipo de flotador o tabla para estas actividades. La diferencia fundamental es que en África las tablas eran empleadas principalmente como herramientas para el transporte de mercancías o personas y en la pesca, no sólo en actividades “lúdicas”.

Sesenta años más tarde de las anotaciones de Rouch, en 2009, el profesor de la Universidad de California Kevin Dawson, en su estudio “Swimming, Surfing, and Underwater Diving in Early Modern Atlantic Africa and the African Diaspora”, sacó a la luz referencias anteriores a la de James Edward Alexander, reforzando la hipótesis antes mencionada de la aparición de la práctica de un surf “arcaico” en la África atlántica.

Hasta hoy, el primer relato conocido sobre “surf” en África fue escrito en 1645 por el comerciante alemán Michael Hemmersam. Su relato describe como los niños de la ciudad de Elmina, conocida también como la “Mina de Oro”, en Ghana, aprenden a nadar: “cuando tienen 2 o 3 años atan a sus hijos a tablas de madera y los tiran al agua; y así aprenden a nadar”

Posterior a este texto, en 1679 el explorador y comerciante francés Jean Barbot escribió el siguiente relato sobre los jóvenes de Elmina: “no tienen otra ocupación que jugar en el mar; hay miles jugando en las grandes olas de la costa; llevan pequeñas tablas, hasta que el mar las arroja a tierra sobre la arena de la playa. Aprenden a nadar en trozos de tablas o pequeños haces de juncos sujetos bajo su estómago, lo cual es una buena diversión para los espectadores“.

El texto de Hemmersam de 1645 apunta otra práctica habitual de los habitantes de Elmina cuando describe como en una ocasión, y después de que dos canoas con nativos visitasen su barco, el capitán les arrojó “una tabla sobre la que se tumbaron y nadaron hasta tierra. Quedamos muy sorprendidos por esta hazaña, que demostraba gran atrevimiento”. El empleo de tablas de madera, sobre las que los locales se tumbaban para el transporte de mercancías desde tierra a mar, y desde mar a tierra, fue también descrita por otros viajeros como Johann von Lubelfing (1600) en las islas de San Tomé, Pieter de Marees (1602) y Andreas Joshua Ulsheimer (1604) en Guinea, Samuel Brun (1620) en la costa de Quaqua (Ghana) o Wilhelm Johann Muller (1669) en el cabo Corso (Ghana). Sus relatos no solo describen perfectamente esta actividad, sino que destacan también la pericia como nadadores de los habitantes de la zona, hombres, mujeres y niños, lo que puede ser indicativo de una relación de la población con el mar similar a la que se daba en la Polinesia.

La teoría de Dawson afirma que en esta manera de “transporte marítimo” se encuentra el origen de la primera tabla de surf africana, con las que los habitantes de la costa, y del interior, eran capaces de nadar varios kilómetros. Cuando no disponían de una tabla de madera tallada, empleaban un tronco o una rama grande. Las tablas eran lo suficientemente grandes como para llevar a una persona y una pequeña carga.

Tras las descripciones de Hemmersam y Barbot, no fue hasta el siglo XIX cuando aparecieron relatos más detallados sobre estas prácticas, que además de con tablas de madera se realizaban también con canoas. En 1812 el explorador británico Henry Meredith escribió sobre la costa de Ghana:

“El mar rompe con tanta violencia a lo largo de la costa de Apolonia, que no se puede abordar sin correr el mayor de los peligros. Pero los que conocen el arte de navegar en canoa realizan su oficio con gran destreza. Saben dirigir las embarcaciones, y transportar mercancías hasta la orilla con seguridad y una destreza sorprendente. Observan el mar cuando está a punto de romper, y cada hombre actúa del mismo modo: mantienen la parte plana de la pala paralela a la canoa, y dándole un movimiento rápido, trazan una línea casi recta con la canoa: cuando tienen la canoa en la cumbre del mar, y ésta está a punto de romper, el movimiento rápido de la paleta se interrumpe (…); entonces la canoa vuela hacia la orilla con gran rapidez”.

En un texto de 1823 el marino británico John Adams describe como los niños de la región de Fantee, en el sur de Ghana, se divierten en el océano usando una terminología que recuerda a las descripciones, de finales del siglo XIX y principios del XX, sobre el surf en la Polinesia: “sobre restos de canoas rotas, reman mar adentro hasta donde no rompen las olas; cuando ven una oportunidad apropiada, colocan sus débiles tablas sobre la zona más alta de las olas, las cuales les llevan hasta la orilla a gran velocidad”. Incluso Adams fue capaz de percibir y describir el secreto del surf: "... la principal habilidad de estos jóvenes consiste en mantener la tabla en posición durante el recorrido de la ola. Cuando se caen, o la ola termina, se tiran al agua y nadan hasta la tabla para recuperarla”.

En 1861 el explorador británico Thomas J. Hutchinson publicó la descripción más detallada conocida hasta ahora de la práctica del surf en África. La misma tiene como protagonistas a los pescadores de la ciudad de Batanga, en el sur de Camerún, y describe el uso, para coger olas, de canoas pequeñas y ligeras construidas en madera que no medían más de seis pies de largo:

“Durante mis días de estadía en Batanga, observé que, tras la pesca, volvían a navegar entre las olas que rompían en la orilla del mar, en un lugar concreto que, debido a la presencia de un extenso arrecife, daba lugar a una ola que rompía de modo continuo durante varios cientos de metros. Cuatro o seis de ellos salían de manera constante, esquivando las olas a medida que avanzan, y se montan encima de ellas con la agilidad y seguridad de los patos. Al llegar a la rompiente exterior, giran las canoas en dirección a la costa con un solo golpe de su pala, y montados en la parte superior de la ola, son llevados hacia la orilla, dirigiéndose solo con la pala. En una acción peculiar, tienden a elevar la popa de la canoa para que reciba toda la fuerza de la ola que avanza, y que los lleva con toda su impetuosa rapidez. A veces el gobernador pierde el equilibrio y su poder de guía. La canoa da vuelta. Su ocupante cae al agua, y el pequeño trozo de madera da saltos de ola en ola, recordando a un caballo en estampida, que habiendo arrojado a su jinete, galopa por el país, saltando sobre las zanjas por su propia cuenta. Sin embargo, a pesar de estas inmersiones, nadie se ahoga jamás, ya que son nadadores capitales; de hecho, como la mayoría de los negros costeros, pueden considerarse anfibios. En sus salidas de pesca, a veces aparece un tiburón rondando, que tentado por perseguir el pez que el pescador tiene en su línea, se encuentra con el cebo más grande de la pierna negra y la corta sin remordimiento. Un caso de este tipo ha ocurrido muy poco tiempo antes del período de mi visita, y la pobre víctima había muerto; Pero esto no disminuyó el número de canoas que montaron las olas, ni hizo que uno de los ocupantes de la canoa fuera menos energético o atrevido que antes”.


Las canoas de Batanga fueron años más tarde, en 1899, fotografiadas por la escritora británica Mary H. Kingsley para el segundo de sus dos libros sobre África Occidental. En estas fotografías muestra a seis hombres de Batanga y sus canoas, posiblemente idénticos a los observados por Hutchinson cuarenta años antes.

La descripción de Hutchinson tiene especial valor por varios motivos: es la única de las encontradas relativas a África que describe a adultos practicando surf. Aunque se cree que el surf no alcanzó un significado social y cultural tan profundo en África como en la Polinesia, estos pescadores cameruneses parecen mostrar una gran pasión por su práctica, ya que al igual que muchos antiguos surfistas hawaianos, eran capaces de arriesgar sus vidas por el surf en aguas en las que era conocida la presencia de tiburones. El lenguaje empleado en estos relatos muestra grandes similitudes con el que otros contemporáneos, como como Mark Twain o Jack London, emplearon para describir el surf en Hawaii a finales del siglo XIX y principios del XX. De hecho, si se omitieran las referencias a la raza y a la situación geográfica, probablemente no sería posible determinar si los relatos de estos viajeros se referían a África o la Polinesia. 

Hoy el surf en Ghana el surf se considera un juego infantil que no es digno del tiempo de los adultos. De todos modos, aún es posible ver a algunos hombres adultos cogiendo olas a cuerpo o tumbados sobre una tabla de madera.

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