1.11.17

Biarritz. Milady (parte 15).


Desde la Côte, hacia el Sur, la sucesión de playas es casi continua. Aprovechando la marea baja se puede llegar hasta la Plage du Cetre, aunque nosotros solo caminamos hasta la Plage des 100 Marches. 

Increíblemente en Milady fue donde disfruté de las mejores olas del viaje: una izquierda, que en marea alta sale justo frente a 2 rocas que están situadas a la izquierda de la playa, y una derecha, que al bajar la marea, comienza a romper en el otro extremo de la playa. Hay un canal por el que se entra muy bien, aunque en el pico hay que luchar continuamente contra la corriente que te separa del punto en donde rompen las olas.


En este tramo de costa destacan sobre los acantilados 3 edificios. Del Castillo de Ilbarritz ya hablamos hace 2 años. Los otros 2 son la Ciudad del Océano y del Surf, del arquitecto Steven Holl, y el "Pavillon Royal".

Visitamos la Ciudad del Océano y el Surf, y la verdad es que nos decepcionó: no el edificio, pero sí su contenido, dirigido, en su mayoría, a un público bastante más menor que nosotros. Hace años había leído bastante sobre el proyecto, que al parecer nació sin conocerse todavía cual sería el uso del edificio, lo que hizo que sus autores se centrasen durante su definición en 3 elementos claves: el espacio, la luz y los materiales. Desde el mar la intención es que el edificio se asemeje a un bloque de roca. En tierra, acercar al visitante a la experiencia de estar en el océano: bajo el cielo, bajo el mar. Puede ser que con sus formas realmente lo logren. Sus promotores buscaban también crear en Biarritz un icono de la arquitectura contemporánea, que permitiese cerrar una especie de ruta de peregrinación junto con el Museo de Guggenheim de Bilbao, de Frank Gehry, y el Centro de Congresos Kursaal de San Sebastián, de Rafael Moneo. Como ha ocurrido con casi todas las ciudades que lo han intentado, tampoco en Biarritz se ha logrado el éxito conseguido en Bilbao, tal vez porque la zona dispone ya de otros muchos más atractivos, incluso dentro del campo de la arquitectura, que difícilmente un sólo edificio iba a poder potenciar más. 

El edificio que sí impresiona, aunque en este caso por su frialdad, es el Pavillon Royal: a mí me pareció un fantasma en medio de la costa. Sus dimensiones desmesuradas, su color tan monocromo, las aristas de sus fachadas, y el que tuviese todas sus ventanas cerradas, hacían que se pareciese más a un bloque de hielo que a un antiguo edificio real. No nació así. En 1877 la Société Anonyme des Bains de Mer lo construyó como centro de balneoterapia, pero fue un fracaso absoluto. En diciembre de 1883 fue vendido a Jules Moussempès, que quiso convertirlo en un casino, pero también fracasó. Aconsejada por el rey Eduardo VIII, la reina en el exilio de Serbia, Nathalie, lo compró como residencia real. Vivió en él hasta la I Guerra Mundial. Después de la reina, pasó por diversas manos hasta que sus último dueños, la familia de fabricantes de aviones Latécoère, le ha puesto a la finca el nombre de "The Wings", un nombre muy apropiado para el sector al que se dedican sus propietarios.

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