Juan Abeledo se enamoró del surf hace más de treinta años, cuando rondaba los sesenta, en una época en la que ver a alguien deslizándose sobre las olas de Doniños era todo un acontecimiento, y mucho más si ese “alguien”, como le ocurría a él, peinaba canas y se acercaba a la edad de la jubilación.
Juan nació en Vilamaior en el año 1916, pero a los cuatro años se trasladó con sus padres a vivir a Ferrol. A los 11 años empezó a trabajar como recadero en una sastrería para ayudar a la economía familiar. Se trataba de un trabajo de lunes a domingo, en el que sólo tenía libres las tardes dominicales, y que le hizo ser consciente, a esa edad tan temprana de algo que algunos no consiguen descubrir en toda una vida: la necesidad de disponer de tiempo libre para poder hacer todas aquellas cosas que nos ofrece la vida.
A los 14 años su padre le preguntó que quería ser de mayor, y él sin saber porque dijo que mecánico. Esa afirmación le cambió la vida y le permitió con los años alcanzar su sueño. Su padre consiguió que entrase como alumno en el Taller de Artillería de la Armada en Ferrol, en donde Juan aprovechó el tiempo al máximo y adquirió los conocimientos de mecánica, soldadura, talabartería, ebanistería, ..., que le facilitarían la entrada en el astillero Bazán a los 23 años. Allí trabajó de ajustador-montador hasta que pasó a una oficina. Ahora cada mañana, ya retirado y con más de noventa años, se le puede ver feliz con la mochila a la espalda camino de la piscina de Batallones.
Juan fue durante mucho años socorrista voluntario en la playa de Doniños, su primer socorrista. “Salvar una vida da tanta satisfacción que sin darte cuenta te ves metido en el “negocio”. La verdad es que me metí en el socorrismo sin quererlo. Un día salvé la vida a una persona y, creo que como le pasa a todo el mundo, la satisfacción es tan grande que desde ese momento siempre estaba atento por si alguien necesitaba de mi ayuda. También es cierto que había mucha más gente que me ayudaba. Por aquel entonces no había estructura de salvamento como ahora. Yo ponía en mi tienda el distintivo para que la gente me pudiese identificar. Pero repito, fue una labor de más personas, no sólo mía.” Tras mucho insistir Juan acaba reconociendo: “Habré salvado a unas treinta o cuarenta personas”.
Un buen día su hijo apareció en casa con una tabla de surf y Juan no se lo pensó dos veces. “Tan pronto la vi le dije: ¡Yo también quiero una para mí! Y él me dijo: ¿Pero papá, quieres surfear a tus sesenta años?. Hijo, si sabes de una tabla, cómpramela”. La petición dio sus frutos. Su hijo le regaló una preciosa tabla azul y amarilla. Y Abeledo le pintó una gaviota en la proa para bautizarla. Así fue como comenzó su historia de amor con el surf. Pasados los 90, Juan ya no surfea –lo hizo con devoción durante tres lustros, de los 60 a los 75- pero acaricia un deseo, y se confiesa: “Espero que antes de que me muera, allá por el 2018, la ciencia avance lo suficiente como para rejuvenecer mi cuerpo y poder surfear algún año más”.
Texto por Beatriz Antón y fotografía de Eloy Taboada-Estudio 108
Me encanta la historia de este surfista.
ResponderEliminarMe encanta la historia de este surfista
ResponderEliminarLa verdad es que Juan y Matilde son todo un ejemplo a seguir. Es un placer compartir momentos con ellos. Son de esas personas que te inyectan felicidad y optimismo, y que te contagian la idea de que increíble es vivir. Son de esas personas con las que apetece estar.
ResponderEliminarBravo Ferroliño¡ La verdad que los años pesan a los que se "apoltronan" a ver la "caja tonta" pero los que tienen la inteligencia de ilustrarse a vivir la vida con la capacidad de seguir creciendo...a esos, les crecen alas y el viento les sopla cada mañana para que sigan volando.
ResponderEliminarUn besiño paisaniño y no te dejes nada sin hacer, mientras puedas.
Mi cariño y admiración.
Rosa María Milleiro