"Cuando hace unas semanas pude asistir en Austin a un concierto de The Dodos –en realidad, un showcase de grupos de San Francisco totalmente eclipsado por el dúo formado por Meric Long y Logan Kroeber– me di cuenta de que me había pasado toda la actuación con la boca abierta, sin beber ni un sorbo de la cerveza Tecate que sostenía en la mano, hipnotizado. Durante un instante miré a mi alrededor y supe que no había sido el único que había tenido la misma experiencia. Me sentí un poco menos especial, pero congraciado con el mundo. Con una base de sonidos acústicos y percusiones, pero con la pericia (gracias a los pedales de loop, sí, pero también a un inédito talento para el pop) de una banda al completo, nos habían ganado sin siquiera plantear batalla. Aquí estamos hablando de blues, de folk, de psicodelia, de rock en estado puro, de rock deconstruido y vuelto a ensamblar. En pocas ocasiones me he encontrado con un ejemplo tan básico, tan extremo de post-rock más allá del post-rock. Se comen con patatas la broma de que el rock es el salto a la pata coja de Chuck Berry y todo lo demás ha sido post-rock. Tambores africanos, fingerpicking, experimentación, atrevimiento...
Referencias hay muchas en su música, pero quizás la más significativa sea decir que suenan a los primeros. ¿A los primeros qué, se preguntarán? Pues a los primeros Animal Collective. A los primeros The Feelies. Pero también –y esto puede sorprender, pero no se debate– a los primeros The Smiths, a los primeros The Magnetic Fields y a los primeros The Go-Betweens. Clasicismo y modernidad, tradición e ímpetu, virtuosismo y jovialidad (olvidé decir que aquella boca abierta del principio de esta crítica fue seguida por una amplísima sonrisa): The Dodos, no lo duden, son una banda inmensa".
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