A principios de los setenta, una
de las principales dificultades con la que se encontraron los primeros
surfistas gallegos era la de desplazarse con sus tablas hasta las playas para
coger olas.
En aquellos días no se gozaba del
numeroso parque automovilístico que tenemos hoy, por lo que era muy común, al
igual que ocurría con las tablas, que entre varios se compartiese la propiedad,
o el derecho al uso, de un coche. Lo habitual por tanto, en un día de verano, era
que pocos fueran los coches disponibles y muchos los que quisiesen ir a
surfear. Y nadie quería quedarse sin ir a la playa.
Los automóviles de aquellos años
no eran además tan grandes y espaciosos como los de hoy, por lo que ante la
falta de espacio en el interior, no quedaba otra opción que la de colocar las
tablas sobre las bacas o el techo del coche, atadas como se podía con cuerdas y
pulpos, mientras que los viajeros, desafiando las indicaciones del fabricante y
la potencia de los motores, se colocaban dentro tan apretados como se pudiese.
Muchas veces el número de tablas
que se colocaban sobre las bacas rozaba la temeridad, tanto por su volumen como
por su peso, pero no había otra manera de hacerlo. Ello provocaba sin embargo
que en muchas ocasiones hubiese accidentes y que fuese frecuente que las tablas
saliesen volando al romperse o soltarse algún pulpo. Así lo recuerda Carlos
Bremón: “A veces nos llegábamos
a meter hasta seis personas en el Seat 127 que teníamos. Íbamos literalmente
tumbados en el suelo del coche para caber. Recuerdo un día que puse la tabla
encima del coche y poco después la vi, sin funda claro, correr por el
adoquinado adelante. Pero eran tablas duras. A aquella no le pasó nada. Otras
veces no tuve tanta suerte. Recuerdo otra ocasión en la que me olvidé de atar
de nuevo la tabla, y vi horrorizado pasar dos coches por encima de mi preciosa
Roger Cooper traída de Inglaterra, y ¡qué había comprado hacia sólo quince días!”
Las fundas supusieron por tanto
un estimable adelanto, aunque sólo fuese para mejorar la vida media de las
tablas. Enseguida se comprobó que sobre todo durante los viajes, las tablas
sufrían numerosos golpes, tanto al colocarlas sobre las bacas, como al
asegurarlas con los pulpos. Estos golpes se convertían en el mar en entradas de
agua, que hacían que las tablas, además de coger peso rápidamente, se
fragilizasen y rompiesen. La mayor durabilidad de las tablas protegidas con
fundas hizo que éstas se convirtiesen casi en una necesidad. Las primeras
fundas eran totalmente caseras, muchas cosidas por los propios surfistas. En
los ochenta causaron furor las fundas que Gusse Núñez traía a la playa,
fabricadas con tela de saca de Correos, en donde Gusse trabajaba, y que según
él, eran del mejor y más resistente tejido que existía. Con esta tela, que era
bastante impermeable, se empezaron también a fabricar las primeras bolsas para
llevar los trajes de neopreno
Cuando no se lograba plaza en alguno de los coches
disponibles, dos eran las alternativas: los buses de línea, cuyos conductores
no siempre recibían de buen agrado un equipaje tan voluminoso como las
tablas, y el auto-stop, un procedimiento bastante habitual para viajar en la
España de los setenta. Sin embargo este medio tenía una dificultad añadida: en
la gran mayoría de las ocasiones los coches que paraban no disponían de bacas,
por lo que a falta de éstas, y con la idea de entrar en el coche el número
máximo de viajeros posible, lo habitual era llevar las tablas abrazadas entre
varios por fuera de las ventanillas. Muchos conductores no se daban cuenta del
berenjenal en que se metían cuando, amables, paraban a unos individuos cargados
con unos extraños artilugios. Sin duda el haber dado con buena gente, y la
curiosidad que despertaban los surfistas, fue de gran ayuda y una gran aliada
en aquellos primeros viajes.
Como pasa el tiempo, a mi esa epoca me pillo de pleno, todavia no disfrutaba de la tabla pero si recuerdo el ir literalmente como en una lata de sardinas en aquellos calderos...jeje
ResponderEliminarSaludos!
esa foto, me gusta, y la historia mitica!
ResponderEliminarsaludos