Si aún no has leído las partes anteriores se recomienda ver parte 1, parte 2 y parte 3.
Juan y el socorrismo.
La verdad es que me metí en el socorrismo sin quererlo, de casualidad. Como soy aficionado a la pintura, un día me fui a pintar al “Rincón” de Doniños. Desde allí vi llegar a 2 soldados; uno de ellos no sabía nadar y el otro no paraba de llamarle cobarde por no querer entrar al agua. No paró hasta que consiguió que su compañero se bañase. A los pocos minutos tuve que quitarme la ropa y tirarme a por los dos. Tras el rescate, la satisfacción personal fue tan grande que, desde ese momento, siempre estuve atento por si alguien necesitaba de mi ayuda.
Juan y el socorrismo.
La verdad es que me metí en el socorrismo sin quererlo, de casualidad. Como soy aficionado a la pintura, un día me fui a pintar al “Rincón” de Doniños. Desde allí vi llegar a 2 soldados; uno de ellos no sabía nadar y el otro no paraba de llamarle cobarde por no querer entrar al agua. No paró hasta que consiguió que su compañero se bañase. A los pocos minutos tuve que quitarme la ropa y tirarme a por los dos. Tras el rescate, la satisfacción personal fue tan grande que, desde ese momento, siempre estuve atento por si alguien necesitaba de mi ayuda.
Tras varios
rescates un hombre me regaló una cuerda y otro un salvavidas, de modo que con
la cuerda, el salvavidas y mis aletas de bucear, me convertí, sin quererlo, en
el primer socorrista de Doniños de modo totalmente voluntario. Por aquel
entonces el tema del salvamento y la seguridad en las playas no se trataba como
ahora, en que se dispone de medios, y es una cuestión que preocupa. Como no
había infraestructura en la playa, ponía en mi tienda el distintivo para que la
gente me pudiese identificar en el caso de que hubiese alguna emergencia. Luego
cuando se formó la Delegación Provincial de Salvamento pasé a ser el socorrista
oficial. Izaba la bandera roja y nadie se bañaba, todo el mundo me obedecía.
Con el nombramiento de socorrista oficial, me regalaron mi primer traje de goma
de verdad. Para mí aquel traje fue uno de los mejores regalos de mi vida.
Estaba como un chiquillo con él. Después de tanto tiempo pasando frío, al fin
podía disfrutar de cierta comodidad. La llegada de las tablas nos ayudó también
en muchos rescates. Hubo además mucha gente que colaboró en la tarea. Aquella
fue una labor de más personas, no sólo mía”. Tras mucho
insistir Juan acaba reconociendo: “Habré salvado a unas treinta o cuarenta
personas”.
Foto 1.- 1979. Juan frente a la primera caseta de socorrismo que hubo en Doniños.
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