Si aún no has leído los episodios anteriores, se recomienda ver la parte 1, parte 2, parte 3 y parte 4.
Juan y el surf.
El surf llegó a mí de la mano de mi hijo Juan en el año 1977. Antes, con 14 o 15 años, ya había llamado mi atención a través de alguna foto que me imagino que había visto en una revista o un noticiario. Sin embargo era un deporte que se practicaba en lugares lejanos, al otro lado del mundo, no aquí. Miraba a las olas de mi playa y soñaba que, algún día, podría surcarlas montando en una de aquellas míticas tablas de los hawaianos. Deseaba practicarlo desde los 15 años, pero no llegó a mí hasta 45 años después.
Juan y el surf.
El surf llegó a mí de la mano de mi hijo Juan en el año 1977. Antes, con 14 o 15 años, ya había llamado mi atención a través de alguna foto que me imagino que había visto en una revista o un noticiario. Sin embargo era un deporte que se practicaba en lugares lejanos, al otro lado del mundo, no aquí. Miraba a las olas de mi playa y soñaba que, algún día, podría surcarlas montando en una de aquellas míticas tablas de los hawaianos. Deseaba practicarlo desde los 15 años, pero no llegó a mí hasta 45 años después.
Sin embargo,
y antes de tener la primera tabla, se puede decir que ya surfeábamos con una
canoa que nos construimos con lona de cáñamo. Medía unos 6 metros de largo por
1 metro de ancho, y llegamos a navegar en ella hasta 4 personas. Primero la
utilizábamos para hacer rutas por la ría de Ferrol los fines de semana, y luego
travesías hasta la de Ares. Incluso fuimos una vez hasta los Caneiros, en
Betanzos, en una travesía de más de 30 kilómetros por mar y 15 días de viaje.
También llegamos a A Coruña en tres horas. En el viaje hasta Betanzos, y cuando
salimos a mar abierto para pasar de la ría de Ferrol a la de Ares, nos
sorprendió una fuerte marejada y lluvia, que nos obligó a separarnos una milla
de la costa, antes de virar a toda prisa para empopar las olas. Desde los
barcos de pesca nos llamaban locos, y no les faltaba razón. También recuerdo
que en el puente del Pedrido, en la desembocadura del río Mandeo, se nos
estropeó el timón surfeando una ola. Para poder volver hasta Ferrol tuve que
rehacerlo con maderas que encontré por la playa. Por cierto, algún tiempo
después de esta aventura, surgieron problemas con uno de los tres socios con
los que compartíamos la propiedad de la canoa, y que intentó hacer un uso
inapropiado de la embarcación. Mi otro amigo y yo tomamos una decisión. Lo
citamos un día en el muelle para entregarle su parte de la sociedad. No asistió
a la cita, y previendo esto, fuimos provistos de una sierra; medimos los 2
metros de piragua, la aserramos y le dejamos su parte allí. La piragua quedó un
poco más corta, pero como ya sólo éramos dos, servía igual.
También se
lanzaba a las olas sólo con el cuerpo -comenta
Matilde-, y solía acabar revolcado en la orilla, lleno de arena tras coger
una.
Pero mi
verdadera historia como surfista comenzó el día que mi hijo Juan apareció en
casa con una tabla de surf inglesa que había comprado en un viaje que hizo a
Cantabria en autostop. Tan pronto como la vi le dije: “¡Yo también quiero una
tabla para mí!”. Asombrado él me preguntó “¿Pero estás seguro qué quieres hacer
surf a tu edad?”, a lo cual yo le respondí sin dudarlo: “Si sabes de una tabla,
cómpramela.”
A las pocas
semanas Juan hijo cumplió el deseo de su padre y apareció con un precioso
tablón azul y amarillo, que sería su primera y única tabla. “La había
comprado en Coruña a su amigo Jose. Aún la conservo, con su pintura original,
azul y amarilla, y “La Gaviota” que le pinté en fibra en la proa para
bautizarla.
Fue así como
con sesenta años me entró lo que yo llamo el “síndrome del surf”. Desde
entonces lo primero que hacía al levantarme por la mañana era abrir la ventana
y mirar al mar en busca de ondulaciones: ¡¡hay olas!!. Y fíjate que felicidad,
porque el mar casi siempre estaba bien. Y eso que el océano es algo vivo. Tiene
su carácter, cambia de humor. Hacer surf en él es una locura. Imagino lo que
sentirá un joven, que puede hacer maravillas en las olas. Es fantástico hasta
cuando te da revolcones el mar. Estuve surfeando unos 15 años, hasta los 75.
Los primeros 3 o 4 años surfeaba solo en Doniños, salvo algunos domingos que
aparecían por aquí la gente de Coruña: Carlos Bremón, ¡el gran Tito!, Vari
Caramés, Jose, Rufo, y los compañeros de mi hijo en Náutica. Me hubiese gustado
haber podido disfrutar del surf más años. De hecho creo que no he hecho ni la
décima parte del surf que me hubiese gustado. También es cierto que con los
años de madurez se calmaron mis ansias de coger olas. Creo que supe aprovechar
mi oportunidad, a pesar de que tenía 60 años cuanto ésta se presentó. Y desde
luego que no me consideré mayor para aprender y disfrutar del surf por haber
empezado tan tarde.
Además de
los citados recuerdo también a Cristina Rodríguez, la primera mujer surfista.
Cristina era hija de mi amigo Jaime. Le entró la furia por el surf, y tras
probar “La Gaviota”, su padre le compró una tabla. Surfeamos juntos 4 años a
finales de los 70 y principios de los 80.
Al igual que
Cristina, pronto comenzó a surfear más gente de Ferrol, como los hermanos
Antón, Alberto, Fernando, Jorge y José Luís, que eran unos verdaderos asiduos.
Fueron los primeros en Ferrol. Luego apareció Juan Chedas, que pasaba los
veranos en una caseta en Doniños a mi lado. También los Couto, los Montalvo.
Todos dejaron en mí grandes y felices recuerdos. Y así fue como de repente, de
surfear solo, pasé a verme rodeado de chavales que me contagiaban su alegría y
con los que continuamente estábamos riéndonos y pasándolo de maravilla. A veces
nos llegábamos a juntar entre 15 o 20 personas en el agua. Y ellos me gritaban
“¡Abuelo!, ¡esa ola es mía!”. Y yo les decía, “¡ni os atreváis a cogerla que os
paso por encima!”. Lo pasamos fenomenal. Aún es hoy el día que me gusta verme
rodeado de gente joven, que me contagie su alegría y las ganas de seguir
haciendo cosas.
Al poco
tiempo de haberme iniciado en el surf mi hijo Juan me encargó recibir y mostrar
las olas a unos chicos que venían de Cantabria. Fui a buscarlos a la Croa y
allí estaban esperándonos sentados, al lado de su Citroën dos caballos. Se
quedaron con nosotros unos 15 días y tuvimos un trato muy cordial. Surfearon
olas maravillosas en Doniños todos los días; eran muy buenos. Lo que yo
consideraba que eran surfistas de verdad. Recuerdo que nos ayudaron a apagar un
incendio al lado de nuestra casa. ¡Cómo trabajaron ayudándonos a vencer a las
llamas! Uno era Pedro Beraza, otro José Manuel Solana y del resto no me acuerdo
de sus nombres. Pedro me enseñó a trabajar con la resina y con lo aprendido
conseguí arreglar aquella primera tabla que mi hijo había traído de Cantabria y
que a los pocos días de su estreno en Doniños había partido.
Yo les hacía caldo gallego – dice Matilde. Les encantaba. Uno de ellos se sentaba con las piernas cruzadas en el suelo a hacer yoga, y como yo no sabía lo que estaba haciendo, me quedaba pasmada cuando sus amigos me decían que estaba en trance. ¡Mucho les gustaba el caldo gallego!. Durmieron en una tienda de campaña que les dejamos. Eran muy buena gente.
También
recuerdo una furgoneta de ingleses que apareció un día en la playa, y que se
quedaron en Doniños varios meses. Estuvieron tanto tiempo que hasta habían dado
nuestra dirección en Doniños para que sus familiares les enviasen cartas desde
Inglaterra. Cuando se marcharon nos dejaron dinero para recogerles el correo y
remitírselo de nuevo Inglaterra. Creo que les debo aún unas 100 pesetas del
fondo que dejaron, ¿verdad Matilde?
A diferencia
de ellos, yo era un surfero de los de dejarse llevar por la ola, correr la
pared y nada más. Disfrutaba deslizándome, y si algún día tenía algo de suerte,
y la ola era buena, me colocaba en la punta. Surfear una ola era toda una maravilla.
Y tras el baño me iba más contento que un ocho para casa.
Aquellos
años están llenos de otras muchas anécdotas e historias. Carlos Bremón se hacía
su propia parafina y Rufo aprendió a trabajar con la resina y la fibra, por lo
que comenzó a hacer tablas de surf como la Rufo´s que ves aquí. Ésta es “La
Guapa”. La usó mi hijo mientras estudiaba Náutica en Coruña. Conservo también
otra tabla, de color negro, hecha por Félix Cueto, aunque no funcionaba muy
bien. Y también los inventos que fabricábamos con cuerda con goma de neumático
y que atábamos a la base de la quilla.
De entre
todos los días de olas recuerdo uno en el “Rincón” de Doniños, un día precioso
de derechas… Derechas bien formadas con bastante mar. Una ola de la serie hizo
que “La Gaviota” se desplazara en dirección contraria a mi brazo y me llevé un
susto de muerte. ¡¡Mi brazo!!, grité. Cuando eché la otra mano al sitio
habitual del hombro no lo encontré. Menos mal que al final apareció. ¡¡Alberto,
Alberto!!. ¡¡Me he dislocado el hombro!! Llamé a Alberto Antón a gritos para
que me ayudara a llegar a tierra. Él y sus hermanos me llevaron al hospital
vestido con mi traje de buzo.
Allí los
médicos no daban crédito al verme, y tras convencerlos de que no recortaran el
traje, no paraban de preguntarme – “Pero abuelo, ¿qué narices estaba usted
haciendo en el mar?” A lo que yo respondí: “Por favor hagan su trabajo rápido
que quiero volver a la playa. ¡¡Me están esperando unas olas fantásticas!!”.
Estuve un mes con el brazo en cabestrillo hasta poder volver a surfear de
nuevo.
En mis
últimos años, a partir de los 75 y hasta los 80, surfeaba más de barriga,
acostado o de rodillas, pues con los años me costaba ponerme de pié debido a la
artrosis.
Del surf,
con ochenta años, me pasé al campo a través. Estuve corriendo durante cinco
años, aunque claro, a mi ritmo, no como cuando tenía sesenta años. Participé en
el primer memorial Adolfo Ros, y logré dar la vuelta a la Ría de Ferrol. Hoy
sigo practicando natación. Cuando la temperatura del agua me lo permite me baño
en el mar. Sigo yendo a nadar a la piscina, o a caminar, porque tengo claro que
si me siento en el sillón me atrofio. Padezco artrosis pero creo que mientras
me mantenga en movimiento seguiré pudiendo hacer muchas de las cosas que me gustan.
Lo único que me ha quedado por hacer en la vida ha sido probar el parapente o
el surf con vela. Ahora escucho la radio, veo la televisión, leo la prensa. Aún
tengo la del domingo sin leer. No me da tiempo a leerla todos los días. Luego,
chapuzar en casa. Si no tengo ninguna ocupación pendiente cambio las cosas de
sitio. Carpintero, albañil, electricista, hasta peluquero. ¿Sabes que la última
vez que fui al peluquero fue en 1950? Me cobró 12 pesetas. Ahora yo mismo me
sigo cortando el pelo. Durante el día bebo mucho agua, sobre dos litros,
mezclada con hierbas aromáticas: romero, cola de caballo, orégano, pasionaria,
… . Hago la infusión y me la bebo. También he pintado cuadros, casi todo con el
mar como tema. Pero sucedió que, para evolucionar en mi pintura, tenía que
perder muchas horas de playa, de charla con los amigos, de surf, de pesca, etc.
Y decidí colgar los pinceles. O lo hacía bien, o no lo hacía.
Deciros que
me dais mucha envidia cuando os veo correr como locos hacia las olas. Espero
que antes de que me muera, allá por el 2018, la ciencia avance lo suficiente
para rejuvenecer mi cuerpo y poder surfear algún año más. No estaría mal a los 96 años que tengo
¿no?.
Foto 1.- 1978. Juan en Doniños.
Foto 2.- 2009. La Gaviota.
"En mis últimos años, a partir de los 75 y hasta los 80, surfeaba más de barriga, acostado o de rodillas, pues con los años me costaba ponerme de pié debido a la artrosis."
ResponderEliminarQué pasada! Ojalá llegue a los 80 y pueda seguir surfeando aunque sea tumbado...
Muchas gracias una vez más por compartir esta preciosa historia!
Boas ondas!
Gracias Jesús por acercarnos más a su persona.no tuve la suerte de hablar mucho con el y menos de surf,pues las veces que cuadraba con el era de pesca así que nuestras conversaciones eran sobre ese tema..he disfrutado mucho leyendo estos parrafos.la verdad es que me da envidia lo feliz que ha sido,así que trataré de serlo yo también ,aunque sea sólo la mitad..jejeje..un abrazo muy grande para toda su familia y todos sus allegados de todo corazón..
ResponderEliminarGracias a vosotros. Espero que la historia de Juan sirva al menos a alguna gente de inspiración. Seguro que viviremos entonces en un mundo mejor.
EliminarQue historiaa tan bonita!!!!
ResponderEliminarYo empecé a surfear un poco antes de los cincuenta y creía que era muy mayor, ahora me doy cuenta que no.
Juan es el perfecto ejemplo que demuestra que nunca es tarde para empezar y descubrir. He visitado vuestro blog. Mucho ánimo, y espero que los próximos episodios sean de los leves. Un abrazo.
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