30.10.13

HISTORIAS. Pérdida y reencuentro en el temporal.



















Este domingo, aprovechando la espectacular subida del mar que se prevía, salimos a la búsqueda de olas. Pero esta vez no para cogerlas, sino para fotografiarlas. Hace algo más de dos años, y coincidiendo con otro buen temporal, habíamos realizado casi la misma ruta, aunque en sentido inverso: de Doniños a San Jorge por la costa, y vuelta. Aquella vez las condiciones habían sido más duras: mucho más frío, nos llovió durante casi todo el trayecto, y casi nos perdimos, de hecho tuvimos que volver sobre nuestros pasos cuando, tras atravesar un fangal, nos metimos en una zona llena de tojos que se acabó cerrando.

El monte de San Jorge es uno de mis lugares preferidos para ver el mar en estas condiciones. No se trata sólo de que la orientación de este tramo de costa, enfrentado a los temporales más potentes, haga que el mar entre aquí con toda su fuerza. Su configuración, relativamente llana y muy cómoda de recorrer, permite abarcar con la vista una gran longitud de costa. Pero además la presencia de las Islas Gabeiras y la Herbosa, y de los múltiples bajos, que elevan las olas hasta provocar su rotura a escasos metros del acantilado, hacen que el trayecto sea muy interesante.

Aunque llegamos hasta Punta Herbosa, el lugar en donde el mar estaba más espectacular era en Punta Lavandeira. Desde la Punta, y con las Gabeiras al fondo, era fácil ver como la presencia de las Islas provocaba la difracción de las ondas, que tras superarlas por cada uno de sus lados, avanzaban unas contra las otras hasta chocar. También allí, y peraltadas por los bajos, vimos entrar algunas series de olas realmente impresionantes. Masas de agua que, con un gran estruendo, seco y profundo en el momento de la rotura, nos mostraban su verdadera fuerza.

A la vuelta, ya de noche, descubrí que una de las cámara se me había caído de uno de los bolsillos del chubasquero. Repasando mentalmente todos los lugares en los que habíamos estado, pronto sospeché cuándo y dónde había perdido la cámara. Pero ya era tarde para ir hasta allí. El viento soplaba a más de 100 km por hora, amenazaba con poner a llover a cántaros, y la zona no tenía un acceso fácil como para volver en la oscuridad. Sólo quedaba esperar al día siguiente, y tener suerte en que la cámara no hubiese sido arrastrada por el viento o las olas.

Por la noche, y mientras escuchaba el viento soplar con fuerza, me imagine lo peor. Adiós cámara. ¿no podía soplar el viento más fuerte? A pesar de ello, por la mañana, y antes de ir a trabajar, quise probar suerte. Cuando llegué a Lobadiz aún era de noche, pero sabía que en breve tendría la suficiente luz para ir con seguridad. Me dirigí corriendo hasta dónde creía que podía estar la cámara, y allí la encontré, sobre las rocas, boca abajo, y protegida por la vegetación.

Quise hacer una foto con ella para inmortalizar el encuentro, pero se había quedado sin batería. Mientras volvía, pensé que pedirle a la cámara esa foto, tras toda una noche a la intemperie, ya era demasiado. Bastante era que hubiese aguantado aquella noche.

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