SOBRE VIAJES, TABLAS Y TRAJES
Suso.- Muchas de las tablas que compramos durante los primeros años llegaron a Patos a través de los viajes, siguiendo de este modo la senda que había emprendido Víctor Montenegro en 1969 con aquella primera Barland. La Freedom, por ejemplo, la traje tras un viaje a Biarritz en el verano de 1977. Nuestras primeros viajes fueron, evidentemente, por la costa cantábrica. Y lo normal es que fuésemos bien recibidos allí donde fuésemos. Recuerdo por ejemplo un viaje a Rodiles. Cuando nos preguntaron de dónde éramos, y les dijimos que gallegos, la contestación de los locales fue: ¡Mira, son gallegos, qué exótico!.
Entre los pocos que practicábamos surf se generó enseguida una fuerte sensación de comunidad, aunque no nos conociésemos. Si por la carretera nos cruzábamos con otro coche con tablas, nos pitábamos o hacíamos luces para pararnos y hablar. Y cuando aparecía un extranjero por la playa lo tratábamos como un rey, por la gran e interesante novedad que suponía para nosotros.
Balbi.- Creo que alguna vez incluso nos excedimos con nuestra amabilidad y atenciones. Recuerdo a un vasco que vino por aquí, y al que le pusimos el sobrenombre de “Bigote Arrocet” por su parecido con el humorista, que le seguimos tanto que creo que hasta le caímos pesados. Hoy sin embargo al que viene de fuera casi se le maltrata.
Jose.- Recordamos perfectamente la visita en 1979 de Mark Chapman, el sudafricano, que el fue al primero al que vimos practicar un surf moderno. Estuvo en mi casa varias semanas. Con él fuimos a pescar, a coger nécoras, … Su nivel era tan grande que le intentamos convencer para que entrase a surfear en el rompeolas de Bayona, pero no lo conseguimos.
Alberto.- Pero esta actitud no era exclusiva de aquí, y creo que en general, en toda Europa, cualquier visitante, fuera de Australia, Sudáfrica o Estados Unidos, era recibido siempre con gran expectación y respeto. Una vez en Hossegor, Suso se lesionó. Pensaron por nuestro aspecto, y por cómo hablábamos inglés, que éramos australianos, por lo que en el centro de asistencia nos trataron con unas atenciones increíbles, hasta que nos preguntaron por nuestro lugar de procedencia. Cuando les dijimos que éramos españoles, el trato cambio totalmente, y aunque correcto, ya no nos hicieron tanto caso. Sentimos que nuestra contestación había supuesto una pequeña desilusión.
Vicente.- Los viajes a Francia en verano, a partir de finales de los setenta, fueron bastante frecuentes. El primero fue a Biarritz en 1977, y desde entonces fuimos a allí prácticamente todos los años. Recuerdo que en 1984 vimos surfear a un joven Mark Occhilupo en Hossegor. Después comenzábamos a ir a Lacanau, al campeonato, en donde tomábamos buenos apuntes para aplicar después en el Pantín Classic.
El primero en viajar a Hawaii fue Jose, quien lo hizo en 1985.
Jose.- Efectivamente viajé a allí en 1985, aunque ha que decir que lo que me llevó a Hawaii fue el windsurf, aunque surfeé dos días en Makaha. En aquellos años yo andaba muy metido con el wind, de hecho cogí muy buenas condiciones en la playa de Hookipa.
Vicente.- Y del viaje me trajo la Local Motion verde que todavía conservo y que sigue siendo mi tabla.
Alberto.- Revisando las fotos, otra de las cosas que más me llama la atención era lo mucho que nos duraban las tablas y el tiempo durante el cual las conservábamos. En esta fotografía puede haber tablas que tengan más de cinco años de diferencia entre ellas: la Lightning Bolt es de 1979; la Rufo’s de 1980; esta otra la trajo Jose de Sudáfrica en 1983. También era frecuente que les pusiésemos nombres. Bueno de hecho creo que todas lo tenían. A algunas las llamábamos por el nombre del shaper, “la Bolt”, “la Bilbo”, …, pero a otras por su color, o con otros apelativos como “El Submarino” o “La Blanquita”.
Jose.- A una de las tablas le pusimos de nombre “La guadaña” ya que a lo largo de su historia fueron varios los heridos de consideración que dejó por el camino. Recuerdo que una vez fue Vicente el lesionado con una fuerte herida en la pierna que exigía puntos. Fuimos al centro de salud, y Vicente convenció a los enfermeros que le cosieran sin anestesia, ya que decía que con concentración, sería capaz de llegar a un estado de autocontrol que le permitiría soportar el dolor. Tan pronto como la aguja tocó su carne, los gritos de Vicente se oyeron en todo Vigo. Pero otros cayeron también contra sus cantos, como por ejemplo José Andrés, o Vari, que se rompió la nariz al golpearse contra la tabla. El principal problema de estas tablas era que resultaban ser muy pesadas, por lo que en las caídas cogían mucha inercia y cualquier golpe contra ellas tenía su importancia. Además, como era muy común ir varios en la misma ola, tampoco era extraño que hubiese impactos de unos contra otros. El Donlurio, por ejemplo, era peligrosísimo. Las tablas además tampoco era tan maniobrables como las de hoy. Por ejemplo la Bilbo, cuando cogía velocidad ya no había quien la cambiase de dirección.
Alberto.- Algo también característico de aquellos años es que surfeábamos sin traje, ya que nos los había. En invierno, a los 7 minutos perdías la sensibilidad para ponerte de pie, y salías corriendo para que entrase otro.
Jose.- No teníamos trajes de neopreno, por lo que salíamos muertos de frío. Tras el baño recuerdo que Nicolás venía hasta casa a tomarse un chupito de aguardiente para entrar en calor. En mi caso estuve surfeando sin traje 4 años. El primer traje la compré en 1979 con el dinero que junté trabajando en la descarga de bacalao congelado en el Puerto de Vigo. Con lo que nos pagaban en tres semanas, que era un pastón para aquella época, nos daba para comprar uno. Comenzamos trabajando Suso y yo. No era un trabajo fácil. Básicamente consistía en descargar de las bodegas de los barcos, el pescado que se había transportando hasta Vigo congelado entre capas de sal: capa de bacalao, capa de sal, capa de bacalao, capa de sal, … Cuando llegábamos a casa tras una jornada de trabajo, recuerdo que apestábamos, y que nuestra madre nos hacía entrar en casa en ropa interior para que no impregnásemos con nuestro olor toda la casa. Era un trabajo duro, y eso que nosotros, comparado con otros que trabajaban allí, descargábamos en un día muchísimos menos kilos. Nuestros compañeros descargaban toneladas. Lo peor no era la carga, sino los granos de sal que en la descarga casi inundaban el ambiente, y que no sólo te irritaban los ojos, sino cualquier pequeña herida que pudieses tener. Pero valía la pena, ya que con el trabajo de tres semanas nos podíamos equipar contra el frío del agua.
Alberto.- Después cuando Jose comenzó a viajar a Sudáfrica pudimos, al igual que con las tablas, hacernos con trajes más baratos, modernos y mejor adaptados al surf.
Balbi.- Un capítulo a parte merece el descubrimiento y los viajes a Portugal a partir de 1977-78. No solo no había nadie haciendo surf. No había nadie en la playa. Los primeros en surfear en el norte de Portugal fuimos nosotros. De hecho hasta 1983 no nos encontramos con el primer surfista portugués, en Ancora, al que llamamos “el de O Porto”. En Ancora y Afife estuvimos solos durante años.
Viajar a Portugal era toda una aventura, no como ahora. Para que te hagas una idea cruzar la frontera nos lleva media hora por la dichosa declaración de “los patines”, que eran como les llamaba la Guardia Civil a nuestras tablas. Imagínate la situación, nosotros deseando llegar a Ancora, a Afife, y allí parados media hora explicándoles a los Guardias que era eso del surf y en que consistía. Teníamos que sacarle la carta verde a cada tabla, que era como una especie de salvoconducto para poder pasar la frontera con ellas.
Jose.- Los viajes se finalizaron a mediados de los ochenta, ya que entonces se hizo muy habitual surfear en el norte de Portugal al poder ir y volver en el día, o incluso en una mañana o una tarde.
Que buenos testimonios. Me llama la atención el tema de los viajes, a Francia y sobretodo al norte de Portugal, donde no había surfistas ni por tanto otras referencias más que la propia percepción de las playas y sus olas que podían tener estos hermanos. Haber conocido esas playas ahora habituales, sin gente ni en el agua ni fuera, tuvo que ser increíble. De hecho, me entra cierta nostalgia por no haber podido vivir aquellos tiempos.
ResponderEliminarSaludos