6.5.15

HISTORIAS. Malpica Longboard Classic (parte 3).






El viernes tras la cena había que decidir: o salir, o acostarse pronto para surfear a primera hora. Las últimas olas del día habían estado muy bien, así que opté por surfear. Cuando me desperté llovía una barbaridad, así que esperé a que parase un poco, y tras el desayuno, y sin mirar el mar, me cambié y fui al agua. Cuando llegué a la playa, me crucé con Pepe Birra, que salía del agua (y eso que yo me creía madrugador). Tras ellos no había nadie más, así que durante una hora, y aunque fuesen pequeñas, tuve todas las olas de Malpica para mí. Me recorrí toda la playa remando buscando el mejor pico, que estaba precisamente allí en donde había entrado. 

Pronto llegaron los Formosel, que me habían estado viendo desde la ventana de su habitación, pero que inteligentemente decidieron esperar al mejor momento de la marea. Con ellos en el agua ya tenía con quién hablar, y César y Iago siempre dan buena conversación. Así estuvimos los tres al menos otra hora más, hasta que comenzaron a entrar el resto de "madrugadores".

Tras el baño, dar una vuelta por el pueblo y encontrarme con Fran y Patricia a los que no veía desde hacía al menos 8 años, decidí cumplir con una de las cosas que tenía pensado hacer antes de empezar el fin de semana, y que César me recordó cuando, en el medio del baño, me contó la historia de los padres de un amigo que habían pasado su luna de miel en el faro de las Sisargas: ya que estaba en Malpica tenía que ver desde cerca las islas que veo desde casa, y después visitar el faro de Nariga. 

Mientras iba conduciendo por la carretera de la costa, y antes de ver las islas, iba recordando algunas de las historias que se contaban en el artículo escrito por el periodista Santiago Romero que tanto me había llamado la atención meses atrás, y en el que se expresaba la importancia simbólica y vital que las Islas Sisargas habían tenido, y tienen, en la historia de la gente de Malpica: "Algunos historiadores sostienen que el topónimo de Sisargas procede de "Circargas", islas del cobre, identificándolas con las legendarias islas Casitérides de los fenicios. A lo largo de la historia han sido muchos los escritores y artistas que han encontrado inspiración en las Sisargas y en la imagen de las islas como metáfora de una enorme bestia marina. Para Alvaro Cunqueiro eran un megalítico centollo petrificado; para el cronista de viajes inglés Aubrey Bell, el lomo de un oculto cetáceo. Las Sisargas aparecen en las más antiguas leyendas locales como el cubil de una monstruosa serpiente que aterrorizaba a la población que habitaba en el que hoy se conoce como el cabo de San Adrián, y que toma su nombre del militar romano que libró a los lugareños del gigantesco reptil. Como si la geología quisiese darle veracidad a la leyenda, al pie de la ermita situada en el cabo, y a poco que se busque, es posible encontrar una veta de mineral, de color amarillo, que sobresale entre el color más oscuro de la piedra circundante, y que se enrosca de manera que sugiere exactamente la forma de una serpiente".

Cuando llegué frente a las islas soplaba un viento muy fuerte. A pesar de que en la playa el mar estaba casi en calma, en alta mar, que es donde se encuentran las islas, la cosa era bien distinta. Aquello no dejaba de ser un plasmación de la realidad del lugar, en donde, y a parte de las leyendas, el verdadero peligro para los habitantes de estas costas ha estado en el mar. Muchos han sido las personas que han muerto en estas aguas, y muchos los barcos que se han hundido. En la propia playa se puede leer una placa en la que se cuenta el naufragio del vapor británico Priam, que el 11 de enero de 1889 se hundió tras tocar con los bajos de la piedra Cistela. Murieron 5 pasajeros y 4 tripulantes, y no fueron más porque los marineros de Malpica se jugaron su vida en medio del temporal y lograron salvar a 35 náufragos. A saber cuantos más habrá habido.

Tras las Sisargas, continué por la costa hasta el faro de Punta Nariga. La llegada al faro es espectacular, a través de una carretera que atraviese unos terrenos de los que surgen unos impresionantes bloques de granito moldeados por la acción del viento y el mar. En un libro de faros que tengo en casa, he leído que se trata de el último de los faros construidos en Galicia, obra del arquitecto César Portela. Totalmente de granito, el faro parece sobresalir de los acantilados, aunque sus formas angulosas no contrastan muy bien, para mi gusto, con las redondeadas del entorno. En él todo es automático, y no vive ningún farero. Tampoco ya en las Sisargas, en donde al parecer cada guardia era un verdadero reto para la fortaleza mental de estos trabajadores del mar. Así lo contaba, en el artículo de Santiago Romero, uno de los últimos fareros que habitó las Sisargas, Jesús Martínez: “Nos turnábamos en Sisargas tres fareros, José Ramón Álvarez, Javier Castro y yo. No recuerdo quién hizo exactamente la última guardia en la isla. Lo más duro era el invierno, aquel invierno de diez meses que teníamos antes en Galicia. Y la soledad. Nuestros turnos eran en principio de diez días, pero muchas veces tenías que quedarte más tiempo porque el barco no podía sacarte por el mal tiempo. Lo máximo que llegué a estar fueron 27 días, en pleno temporal. El riesgo, más que físico, era volverte medio majara, de estar tanto tiempo solo. El teléfono casi nunca funcionaba, estábamos prácticamente aislados. Salvando todas las distancias que pueda haber, la situación es la de sentirte encerrado. Es una especie de condena. Condena con gusto, porque te pagan y es una profesión que has elegido y sabes a lo que te expones. El problema no era sólo tuyo, cuando había grandes tormentas, no conseguían hablar contigo y la familia estaba muy preocupada. Algún golpe que otro llevaron las paredes cuando, después de tantos días de soledad, te tocaba marchar y a última hora veías que no podían venir a buscarte”.

Tras un rato en el faro, y tras volverme a encontrar con Fran y Patricia, decidí regresar a Malpica. Tras la comida se había anunciado la proyección de varias películas clásicas seleccionadas por Pepe Birra. Un prólogo excelente al que podría ser un nuevo baño por la tarde.

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