14.10.15

HISTORIAS. Biarritz (parte 2). J'ai pour moi les vents, les astres et la mer.





























Aunque ya teníamos unas cuantas referencias antes de salir, siempre me gusta investigar sobre los lugares a los que viajamos, no sólo con la idea de saber cuáles son los sitios que vale la pena visitar, sino también para conocer algo de la historia y costumbres del lugar, pues normalmente esos detalles, que no se suelen contar en las guías, son los que hacen el viaje más interesante. De entre lo que encontré, una de las cosas que más me llamó la atención fue la relación que al parecer existe en el origen del topónimo Biarritz con el de un lugar de la provincia de Orense llamado Santa María de Beariz. Se cree que el origen de ambos topónimos es germánico, antroponímico, pues toman su nombre del de una persona que posiblemente fuese la propietaria de las tierras en las que se ubicaba el pueblo. La vinculación es tal con el pueblo de Orense, que las primeras referencias escritas que se han encontrado sobre la ciudad, que datan del año 1150, nombran al lugar como Beariz. La terminación "iz" vendría a significar "tierra de Bear". De esa primera denominación, el nombre fue transformándose pasando por Bearriz, Beiarridz, Bearidz, Bearritz, Biarits, …, hasta el actual Biarritz. 

En esas primeras referencias escritas, y también en la primera representación que se conserva del escudo de la ciudad, que data de 1351, tiene especial protagonismo uno de los capítulos más interesantes de la historia de la ciudad: su pasado como puerto ballenero. En el escudo, junto con la divisa “Y para mí los vientos, las estrellas y el mar”, aparece representada una trainera tripulada por cinco hombres, uno de los cuales se prepara para arponear a una ballena que nada a su lado. Pero la actividad ballenera no era exclusiva de Biarritz, sino fundamental en otros puertos de la zona. Es así que también en el escudo de Guethary aparece una trainera, en este caso navegando con seis marineros, uno de ellos al timón y otro dispuesto a arponear, persiguiendo a una ballena, mientras alguien, desde el acantilado, observa la captura.

Pero todo cambió en el siglo XVI, cuando disminuye drásticamente la población de ballenas en el golfo de Vizcaya. Ante la falta de pesca, los pescadores de la zona tuvieron que trasladar su actividad a lugares más lejanos, principalmente a Terranova. Ello hizo que los barcos tuviesen que crecer de tamaño, tanto, que los nuevos buques abandonaron el puerto de la ciudad, y tuvieron que buscar atraque en San Juan de Luz, Ciboure y Bayona, al no caber en los muelles.

Las campañas de pesca, en aguas tan lejanas, se prolongaban en ocasiones durante más de un año, por lo que muchos pescadores acabaron dejando el pueblo y estableciéndose en Terranova. Se cree que, entre el siglo XVII y el XVIII, más de 500 pescadores con origen en Biarritz se trasladaron a vivir a Canadá. Otro eligieron enrolarse como corsarios, lo que se demostró con el tiempo no sé si una actividad más lucrativa, pero sí mucho más arriesgada: entre 1728 y 1792 más de 400 marineros nacidos en Biarritz murieron en el mar, en hospitales o en prisiones de Inglaterra.

Con la desaparición de las ballenas, a partir del siglo XIX, la actividad pesquera se centró en la captura de la sardina, hasta que ésta también menguó, lo que supuso, en el caso de Biarritz, que la pesca se convirtiese en una actividad casi testimonial. De hecho el actual puerto de pescadores, que fue construido en 1870, apenas cuenta con actividad pesquera hoy. Los muelles en donde hace siglos los barcos balleneros atracaban, y las explanadas en las que se descuartizaban ballenas, están ocupadas ahora por pequeños restaurantes llenos de turistas. El lugar, sin embargo, sigue manteniendo su encanto.

A partir de mediados del siglo XIX el devenir de la ciudad cambió totalmente. En 1843 el escritor Victor Hugo descubre el pueblo, poco más que dos pequeños barrios entorno a la iglesia de San Martín y el Puerto Viejo, y presagia lo que ocurrirá en los próximos años:

"No conozco ningún lugar más encantador y hermoso que Biarritz …

Biarritz es pueblo blanco de tejados rojos y contras verdes, edificado sobre un alto poblado de hierba, frente al bravo océano Atlántico …

Uno puede bañarse en Biarritz, como en Le Havre, pero hay algo que lo hace especial: tal vez sea la libertad que inspira su hermoso cielo y el clima suave ... sólo tengo un miedo; es que se ponga de moda. Ya vienen personas desde Madrid; pronto lo harán desde París …

Las ciudades que baña el mar deberían conservar siempre su apariencia. El océano en sí ya contiene toda la bellezas posibles…”

Diez años después, la esposa de Napoleón III, la emperatriz Eugenia de Montijo, descubre también el lugar. En sus primeras visitas se instaló en el castillo de Gramot, pera era tal su pasión por Biarritz que en 1855 mandó construir un palacio en forma de E en la playa para así poder disfrutar de los baños en el mar, muy recomendados en el siglo XIX por sus propiedades terapéuticas. Para estar cerca de la emperatriz, la alta nobleza y la burguesía francesa primero, y la europea después, comenzó a acudir a Biarritz, lo que supuso la construcción de un gran número de villas y palacios, muchos de los cuales se han conservado hasta hoy.

Con la caída de la dinastía en 1870, el palacio de la emperatriz perdió su propiedad real. El nuevo gobierno embargó prácticamente todos los objetos de valor del interior, y finalmente en 1880, la emperatriz se marchó de Biarritz. El palacio se vendió, y poco después el edificio fue transformado en un lujoso hotel-casino. Durante años, el Hôtel du Palais fue frecuentado por las principales familias reales y la burguesía europea. Tras un incendio, en 1903 el edificio fue reconstruido. 

A principios del siglo XX se construye el casino Municipal. Situado en el centro de Biarritz, este espectacular edificio fue levantado en 1929 por el arquitecto Alfred Laulhé en estilo art decó. Laulhé, nacido en Biarritz, fue también el arquitecto responsable de los trabajos de reconstrucción del Hotel du Palais y del casino Belleveu. Hoy, tras sus renovación en 1990, parte del edificio alberga un teatro y una piscina.

Durante la II Guerra Mundial, Biarritz vivió uno de los episodios más tristes de su historia. Con la ciudad ocupada por los nazis, el 27 de marzo de 1944, a las 14:30, fue bombardeada por la aviación americana, causando numerosas víctimas entre su población civil (90 muertos, todos ellos civiles) y cuantiosos daños materiales, en la que se dice fue una operación de despiste antes del desembarco de Normandía. La debacle duró 9 minutos. La primera bomba cayó en el número 10 de la Avenida Victor Hugo, muy cerca de la casa en la que nos quedamos durante estos días. Luego le siguieron más de 40 toneladas de bombas lanzadas por dos escuadrillas de aviones. Las crónicas de la época cuentan que de pronto todo se oscureció y desapareció el sol. La temperatura bajó por lo menos diez grados. Y se hizo un silencio de muerte. Aquel bombardeo causó un gran desconcierto entre la población. No tenían ya bastante con la ocupación alemana como para ser también bombardeados por los aliados. No se pudo iniciar la reconstrucción de la ciudad hasta el mes de agosto, dos meses después del desembarco de Normandía, que supondría el inicio del fin de la ocupación nazi.

No sé si para compensar la destrucción causada en la ciudad, en el verano de 1945, los estadounidenses fundaron en Biarritz, la Biarritz American University. La institución prácticamente ocupó toda la ciudad, incluidos sus hoteles. Bajo el lema “la mejor preparación del personal militar para un retorno a la vida civil”, la universidad gestionaba instalaciones para 4.000 personas, entre estudiantes y personal. Muchos de esos estudiantes, que habían estado en el frente, pasaron de ocupar las trincheras a estar alojados ahora en lujosas habitaciones con vistas al mar, baño privado, agua caliente y servicio de limpieza. El casino se convirtió en sala de conferencias y biblioteca; las villas en las sedes de diversas instituciones vinculadas con el arte y la cultura; el Hôtel du Palais se dedicó a albergue universitario. El proyecto empleó a una gran cantidad de gente, muchos de ellos estadounidenses y británicos, y proporcionó a los propietarios de las villas un dinero muy necesario a través de los alquileres. Los métodos de enseñanza eran extremadamente experimentales para la época. Había muchos músicos entre los estudiantes, que formaron orquestas de todo tipo. Entre los profesores, Marlene Dietrich vino a dar una conferencia sobre técnicas de interpretación. El actor y director Richard Whorf redactó el temario del curso de teatro. La Comedie Francaise hizo frecuentes viajes a Biarritz, y el poeta surrealista Paul Éluard fue nombrado poeta en residencia. Pero la actividad de la universidad duró solo un año, cerrando sus puertas en 1946.

Seis años después, en 1952, Jacques Rott comenzó a fabricar los llamados “plankys”, que eran utilizados por los bañistas para deslizarse tumbados en las olas. Un día, viendo un documental sobre Pearl Harbor, Jacques observa unas imágenes de surf en Hawaii. Intenta construir una tabla, fabricando una especie de “planky largo”. De las imágenes no pudo deducir que la tabla llevaba una aleta y que era necesario darle parafina para no resbalar, de modo que le resultó imposible controlar la tabla y ponerse de pie. En agosto de 1956 coincide en Côte des Basques con Peter Viertel lo que le permite a Rott ver por primera vez una tabla de surf de verdad. Tomando como base esa tabla, de dimensiones 340 x 65 x 7 cm, fabrica dos réplicas en madera de balsa que pesaban 25 kilos. Las tablas son estrenadas esa primavera en Hossegor. En paralelo, en 1958 Michel Barland, quien trabajaba en un taller mecánico en Bayona, se lanza también a la fabricación de tablas. Construye una primera en madera con remaches, y otra a la que le puso el nombre de el “bidé flotante”, con resina y pintura. En 1959, se asociada con Rott, que ya fabricaba las tablas Neptune, y ambos se lanzan a la fabricación de tablas, produciendo en ese año las primeras tablas en espuma de poliuretano, poliester y fibra de vidrio bajo la marca Barland-Rott.

Años más tarde, con el surf como un deporte que daba sus primeros pasos en nuestras costas, Biarritz se convertía en algo parecido a una meca para los surfistas españoles. Allí era posible conseguir algo que aquí era inalcanzable: tablas de surf. Yo también me volvería con una nueva.

2 comentarios:

  1. Imprescindible es aquellos años 60-70 la visita a la tienda de Jo Moraiz. Interesante artículo Jesús.

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    1. Aún existe una tienda y una escuela de surf que tienen ese nombre, aunque me imagino que los dueños ya no serán de la familia Moraiz. Muchas gracias Gonzalo!!!.

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