Mis primeros recuerdos de Carlos no son en una playa. La primera imagen que guardo de él es en el borde de una piscina, con un silbato colgando de su cuello, vestido con un chandal y con su mirada fija hacia alguna de las calles en la que varios nadadores se esforzaban durante un entrenamiento. Al igual que yo, somos muchos los que guardamos de Carlos esa imagen como primer recuerdo, aunque mi paso por la piscina, como nefasto nadador que fui, fue muy corto.
Años más tarde nos volvimos a encontrar en Aquasurf, la primera tienda de surf de Galicia que él regentaba junto con su mujer Laly, y a la que muchos niños como yo acudíamos para estar un poco más cerca de las tablas y trajes que allí se exponían. La imagen de Carlos, con su inseparable bigote y su cuerpo atlético, continua siendo aún una de esas que llama la atención, y que te hace intuir la presencia de una persona con una personalidad de las que deja huella. De hecho, y cuando pienso en él, la imagen que me viene a la mente es la de un Greg Noll en versión local. No sólo por su físico, sino también por toda su trayectoria vital y deportiva, en la que el surf ha sido uno de los muchos deportes que ha practicado y que sigue practicando. Pero también por su afición al cine amateur y la fotografía; por su faceta de escritor; o incluso por su participación en un programa de televisión, “La Unión hace la Fuerza”, con Carlos como miembro deportista del equipo de Galicia. Con el paso de los años, aquella imagen de admiración, además de continuar, creo que se ha convertido en una sincera amistad.
Carlos nació en el año 1947 en la calle Juana de Vega de A Coruña, a caballo entre dos mares totalmente diferentes: por un lado, al Sur, la plácida bahía coruñesa; por otro, al Norte, y enfrentado al océano, el tempestuoso Orzán. A él, como a otros tantos niños, les fascinaba jugar a lo que llamaban “torear las olas”. Este juego, que practicaban los días de temporal, consistía en esperar al borde del malecón del Orzán, justo a la altura del Instituto Femenino, a que, tras romper una ola a sus pies, el agua trepase por el alto muro e inundase el sitio en el que, hasta décimas de segundo antes, los chavales habían estado esperando desafiantes. Tal y como recuerda Carlos, “¡aquello era lo más parecido que teníamos al surf de grandes olas!”.
Pero increíblemente lo que llevó a Carlos al surf no fue el amor de su familia por la playa, ni el que él fuese un excelente nadador, sino un trabajo en un banco. Después, su carácter explorador y aventurero permitió al surf gallego extenderse por prácticamente toda nuestra costa. Villarrube y Pantín en 1972, Nemiña en 1974, Campelo,… fueron vistas con ojos de surfista por primera vez a través de los ojos de Carlos. Pero también su espíritu emprendedor, casi visionario, lo situó como protagonista en muchos de los acontecimientos que han marcado no sólo los orígenes del surf en Galicia, sino también su posterior desarrollo. Por poner tres ejemplos: Carlos estuvo tras la apertura, en 1986, de Aquasurf, la primera tienda de surf en Galicia; fue unos de los socios fundadores del Océano Surf Club, primer club de surf en nuestra comunidad y miembro de la organización del Pantín Classic durante años; fue también uno de los creadores de Agasurf, posterior Federación Galega de Surf.
La presente entrevista toma su contenido de muy diversas fuentes. La primera, la entrevista que hace ya 17 años le efectuó Gonzalo Cueto y que apareció publicada en la revista Surfari. También varios textos escritos por el propio Carlos y que han sido publicados en su blog Cazador de Mejillones. Y por último, las múltiples conversaciones que hemos mantenido durante todos estos años entorno a los orígenes del surf en Galicia y su vida.
“Con 23 años descubrí el surf. A esa edad, supe que un mortal como yo no solo podía conseguir una tabla, sino que también iba a ser capaz de deslizarme con ella sobre esas olas que me llevaban fascinando desde mi niñez. Me invadió entonces una grata sensación. Una sensación anímica muy reconfortante y que aún hoy me es difícil de describir".
"Mis padres fueron unos grandes amantes de la naturaleza, de las excursiones. Sobre todo mi madre, que fue una persona muy vital y que siempre nos inculcó a mis hermanos y a mí el amor por la naturaleza y el paisaje como elementos de esparcimiento y satisfacción anímica. Los domingos, en invierno, eran para pasear por los viejos caminos que iban de pueblo en pueblo. Caminos por donde rodaban con parsimonia aquellos carros de ejes cantarines, que iban sonando con multitud de notas extrañas, componiendo una música especial que sólo ellos podían interpretar. Mis padres buscaban las aldeas escondidas, los prados y los bosques, los sembrados de trigo y de centeno, los hórreos y los perros ladradores, y al aldeano que siempre te saludaba con perfecta amabilidad.
Pero en verano tocaba la playa. En aquellos años, las pocas playas a las que acudían los escasos amantes de los baños en el mar, eran las que tenían poco o ningún oleaje. Por eso, mis padres, buscando la soledad que tanto les gustaba, elegían arenales con mar bravo, con olas, más solitarias, más escondidas, casi vírgenes, en las que poder disfrutar de un total aislamiento. En las que caminar por la arena húmeda y virgen sin huellas humanas, solo las que tú ibas dejando, era todavía posible. Sentirse como en una isla desierta …, aunque con un poco de imaginación, claro. Descubrieron que había decenas de ellas en estas costas, ninguna igual a otra, y que cada una tenía sus encantos. Cercanas a Coruña, en donde vivíamos, estaban las de Arteixo: Sabón, Valcobo, Barrañán, … Todas playas batidas por un constante y poderoso oleaje, y que, incluso en verano, tan solo recibían la visita de algún campesino que llegaba hasta allí para pescar; o de algún caminante que, recorriendo la costa, bajaba a descansar y se tumbaba en su arena. Lugares inhóspitos, batidos por las olas y los vientos implacables en invierno, y abrasados por el sol en verano. Se veían como espacios que no eran para disfrutar, ni para estar siquiera. Salvo por nosotros.
De entre todas, teníamos una preferida. La llamaban la playa de Las Gafas –nunca supimos por qué- y estaba en la costa del municipio de Arteixo (hoy es conocida como La Cueva). Para llegar hasta allí desde Coruña, primero había que coger el trolebús que iba a Carballo y que paraba en Arteixo. Allí comprábamos una bolla de pan blanco y harinoso, tierna y sabrosa. Luego, rumbo a la playa, caminábamos una hora haciendo ganas de un buen baño y apetito para la deliciosa tortilla que había preparado mi madre. Pasábamos la pequeña aldea, cruzábamos el bosque y bajábamos por la ladera desnuda de las colinas que se bañan en el Atlántico. Y allí estaba la playa, tan remota como un arenal en una isla perdida. Tan solitaria como siempre. Esperándonos. Ocupábamos nuestro rincón en unas rocas, dejábamos las cosas y nos dábamos un baño en las olas.
Jugar en las olas siempre fue una forma de disfrutar de la playa. Nos divertía jugar con ellas, admirábamos su fuerza tremenda a veces. Pero siempre lo hacíamos con cuidado; mi padre era prudente, sabía que con el mar no se juega, y aunque todos éramos buenos nadadores, siempre nos inculcó el respeto al mar y la idea de que esas playas no eran para nadar, sino para disfrutar jugando en las olas de la orilla, sin correr riesgos innecesarios.
Además de en la naturaleza, buena parte de nuestra niñez y juventud giró también entorno al deporte, sin duda animados aquí por mi padre, que fue nadador y Presidente de la Federación Gallega de Natación. Con mis hermanos tuve una gran diferencia de edad, de casi veinte años. Fernando fue un gran deportista, practicante de múltiples deportes, aunque destacó sobre todo como atleta, habiendo conseguido en los años 50 varios títulos de campeón de España en los 400 y 200 metros lisos. Leopoldo fue el técnico. Yo aprendí a nadar con ochos años, y pronto estaba compitiendo en pruebas de natación y entrenando en este deporte. También, por la falta de instalaciones de invierno para la natación en Coruña, así como por el ejemplo de mi hermano, a la edad de trece años comencé a hacer atletismo escolar, llegando a ganar varios campeonatos provinciales con un crono notable para la época: 2:49, en los 1.000 metros. Con 16 años me fui a entrenar a Madrid con una beca en la Residencia Blume, en donde estuve dos temporadas. Conseguí ser internacional con el equipo juvenil español en Holanda en los Juegos de la Ficep. Regresé a Coruña cuando tuve posibilidad de entrenar en invierno en mi casa. Entrené un invierno en la Escuela Naval de Marín, hasta que se construyó la piscina cubierta de la Hípica de Coruña. En aquel año volví a ser internacional con España B en Pamplona contra Francia B. En Tenerife, en 1964, fui 4º en 200 mariposa, mi mejor clasificación en un Campeonato de España de natación. También ese verano fui plata en el Campeonato de España juvenil en 200 mariposa y 800 libres. En 1968 gané el Descenso Internacional de la Ría de Navia. En 1970, con 23 años, tomé parte en mi último campeonato de España, en Barcelona”.
Ese año Carlos comenzó a trabajar en el Banco Pastor. Y por increíble que pueda parecer, gracias a este trabajo entró en contacto con el surf. En la oficina tenía un compañero, llamado José Luis Junquera, al que le apasionaba un deporte exótico que se llamaba surf, pero que nunca había tenido la posibilidad de probar. Su compañero había conseguido localizar un enorme tablón traído desde Venezuela y que dormía plácidamente en el garaje de un conocido. El tablón era una grande y hermosa Malibú de 2,90 metros y 15 kilos de peso, blanca y con rayas verdes longitudinales. “Aunque hoy me parezca increíble, a José Luis le costó mucho trabajo convencerme para que probase el surf, pero al final, tras mucho insistir, lo consiguió”. Carlos siempre sospechó que la elección de su persona se basaba en que Junquera veía en él una garantía para su seguridad, al ser Carlos un buen nadador.
El primer baño fue en la playa de Barrañán, en una apacible tarde veraniega con muy poco oleaje. Junquera le dejó meterse a él primero. Carlos se subió encima del tablón y remó hacia fuera unos treinta metros. Tras un tiempo en el agua, tumbado sobre la tabla, remó y consiguió coger una ola aunque, con buen criterio, no trató de ponerse de pie. La tabla enseguida comenzó a ganar velocidad, camino de la orilla. Sobre el tablón Carlos vio que ésta se acercaba y no había manera de frenar la tabla. La ola se estrelló contra la pendiente arenosa y la tabla aterrizó en la arena tratando de continuar playa arriba. Entonces la quilla se enganchó en el suelo y Carlos salió disparado por encima del tablón, rodando un buen trecho por la arena. Aquella fue su primera experiencia como surfista. Semanas más tarde, en la playa de Bastiagueiro, se pondría de pie por primera vez.
Desde ese momento su visión sobre el mar y las playas cambió completamente. “Antes de empezar con el surf, veía el oleaje que rompía en las playas como algo terrible y amenazante, y eso que era un buen nadador. Por eso, encontrar aquel deporte que era capaz de llevarte detrás de aquella barrera trágicamente infranqueable que eran las rompientes, me supo a coger el cielo con las manos.
Tras los primeros días de surf, comenzaron a venir a mi mente los nombres de los arenales que conocía. ¿Cuáles de sus olas podían ser surfeables?. También repasé las viejas fotos de mis padres, buscando en ellas rompientes y “esa ola maravillosa” que suponía que tenía que estar en alguna parte. Pronto me invadió una sensación mágica, que me desbordaba de placer, al pensar que había tantas y tantas playas por descubrir… Se trataba de un mundo nuevo, con múltiples y apasionantes posibilidades; investigar nuevas playas y paisajes; reconocer y encontrar nuevas olas, ... Fuimos una generación con suerte, al ser los primeros en descubrir que esas olas temibles se podían tratar de tú a tú: podías salir allí fuera, detrás de los rompientes, esperarlas y jugar divertidamente con ellas. Y ese descubrimiento fue muy importante para describir lo que para mí representa el surf. Leí en una ocasión que él que comienza a hacer surf, nunca volverá a ver las olas sin estudiar las posibilidades de surfearlas. ¡Y es absolutamente cierto!”.
Continuará ... Parte 2, pulsando AQUÍ.
Que tal Jesús!
ResponderEliminarSiempre son de agradecer tus interesantes entradas, esta en particular. De Carlos casi nada puedo decir pues apenas compartí con el una mas que agradable charla un día que estando por Ferrol aproveche junto con Carmen para conocerlo en persona, luego también coincidimos en una limpieza en Doniños. Si tuviese que definirlo en unas pocas palabras diría que me parece una persona de un trato exquisito y con el que da gusto charlar.
Lo dicho, un saludo y hasta la próxima!
Moi interesante. Gustame cando escribes estas entradas sobre os comezos do surf en galicia
ResponderEliminarEstupenda entrada Jesús, a la par que merecida. Aunque no lo haces constar en esta entrada, seguro que tienes documentada la etapa previa a Aquasurf, el Océano y el Pantín Classic. Me refiero a su etapa al frente de la pseudo-federación galega, entre l975 y 1980 y pico más o menos, su etapa como organizador de campeonatos en Nemiña, Ferrol etc. todo muy anterior a Agasurf, mejor documentado. El tiene documentación, existe también alguna carta a Nicolás Pita que creo que tienes...te lo comento aquí para que no se me olvide, aunque lo mismo te veo mañana...un abrazo y paso a ver la segunda entrada.
ResponderEliminarHola Vicente, de momento estamos aún en el año 1970. Como bien sabes la figura de Carlos da para muchas entradas. Iremos avanzando poco a poco. Un abrazo, y a ver si hoy funciona San Xurxo!!!
EliminarSan Xurxo, San Jorge, ¡qué más da!, la cuestión es estar allí, el día justo, con la marea adecuada. ¡Suerte, cabrones!
ResponderEliminarPara tu tranquilidad, este año San Jorge te está respetando y no ha funcionado bien ni un sólo día. Creo que está esperando a que vuelvas!!!. Un abrazo Carlos!!!!
EliminarHola Carlos, soy tu prima Anunchi Bremon. Me gustaría saber tu dirección y no sé cómo. Tengo algo para ti. Un beso
ResponderEliminar