Como antesdeayer os contaba, uno de los monumentos más característicos de la cultura mesopotámica son los zigurats, grandes construcciones constituidas fundamentalmente por acumulaciones de adobes. Al igual que los zigurats otras civilizciones desarrollaron construcciones similares, como pueden ser las pirámides egipcias o los templos de los mayas.
Entre los zigurats que mejor se han conservado con el paso de los siglos se encuentran los de Nimrud y Ur. Antes y tras la Segunda Guerra Mundial, el arqueólogo inglés Max Mallowan trabajó en las excavaciones en dichas ciudades y en sus zigurats similares a Babel.
Max Mallowan pasaría a la historia no como arqueólogo, sino como el marido de la escritora Agatha Christie, que años antes de casarse con Mallowan, y con su anterior marido, Archibald Christie, vivió durante varios meses en 1922 en la isla de Oahu practicando surf, una de sus grandes pasiones en aquella época, y que había comenzado a practicar en un viaje por el mundo que la llevó por Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, América y finalmente Hawaii.
Posiblemente Agatha nunca surfeó en Pipe. Tal vez nunca visitaron Babel. Pero posiblemente nunca, sobre todo hace 80 años, Pipe y Babel estuvieron tan cerca.
“Nuestro viaje fue lento, con paradas en Fidji y otras islas del Pacífico antes de llegar a Hawaii. Honolulu nos pareció mucho más avanzado de lo que imaginábamos, con muchos hoteles, carreteras y automóviles. Llegamos al hotel pronto, por la mañana; fuimos a nuestro cuarto, e inmediatamente, vimos por la ventana a gente haciendo surf, corriendo hacia la playa, con sus tablas bajo el brazo y sumergiéndose en el mar. Sin embargo para nosotros aquél fue un mal día de surf, uno de esos días que sólo son aptos para los más expertos; nosotros que veníamos de hacer surf en Sudáfrica, y que pensábamos que el surf ya no tenía ningún misterio para nosotros. Allí en Honolulu era diferente. La tabla por ejemplo era un gran trozo de madera tan pesado que apenas lo podíamos levantar. Ya en el agua, nos tumbamos sobre la tabla y remamos con fuerza hasta los arrecifes, a una milla de distancia – al menos eso fue lo que me pareció. Una vez allí nos colocamos en posición, esperando la llegada de una de esas olas que se generan en alta mar y que se dirigen hacia la playa. Pero no es tan fácil como parece. Primero hay que elegir la ola apropiada, y después, y aún más importante, no escoger las olas malas, porque si eres cogido por una de ellas nos puede arrastrar hasta el fondo, en donde sólo Dios nos podrá ayudar a salir.
Yo no era una nadadora tan experimentada como Archie, por lo que tardé más que él en llegar a los arrecifes. Pronto perdí a Archie de vista por lo que me imaginé que, como los demás, había cogido una ola y se había dirigido hacia la playa. Así que me apoyé sobre mi tabla y esperé a que viniese una ola. Y de pronto vino. Entonces ocurrió algo no previsto. En un abrir y cerrar de ojos yo y mi tabla nos separamos lo que me parecieron varias millas la una de la otra. Primero llegó la ola, después me vi arrastrada violentamente hacia el fondo del mar, sacudiéndome mucho. Cuando salí a la superficie, casi sin respiración y tras haber tragado un montón de agua salada, vi mi tabla flotando a media milla de mí en dirección a la playa. Nadé con fuerza hacia ella. Un joven norteamericano me la recuperó a la vez que me saludó con las siguientes palabras: “Escuche hermana, si yo fuese usted, hoy no haría surf. Está arriesgando demasiado. Coja la tabla y nade directamente hacia la playa”. Inmeditamente seguí su consejo.
Diez días más tarde conseguía ponerme por primera vez de pie. ¡¡¡Qué sensación de triunfo total el día que pude mantener el equilibrio y avancé hasta la playa de pie sobre mi tabla!!! No existe nada igual a correr sobre el agua a una velocidad que nos parece de muchos kilómetros por hora. Se trata de uno de los placeres físicos más completos e intensos que jamás haya experimentado".
-Agatha Christie
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