Ya en tierra comenzaba el verdadero viaje.
Tras alquilar un coche, cruzamos Bilbao y nos dirigimos hacia el interior, en dirección a Balmaseda, siguiendo el cauce del río Cadagua
En los años que llevaba sin pasar por allí las cosas habían cambiado mucho. La antigua carretera, que antes atravesaba todos los pueblos, había sido sustituida por una autovía con dos carriles que ahora los bordeaba. Sin embargo el paisaje en lo fundamental continuaba igual. A pesar de haber transcurrido 16 años, a medida que avanzábamos con el coche iba descubriendo lugares que me seguían resultando familiares aún después de tantos años: la papelera de Aranguren, la hidroeléctrica del Cadagua, Sodupe, ... Hasta que ya en la provincia de Castilla y León nos adentramos en el valle de Mena.
De las montañas que forman este valle si que me acordaba. Y es que sería imposible no hacerlo. Significaron para mi durante muchos años el inicio y el fin del verano. Acostumbrado a las montañas tendidas de Galicia, aquellas "cadenas montañosas" kilométricas que parecían nunca acabar, me dejaban siempre asombrado, hasta el punto que observándolas llegaba casi a perder la noción del tiempo. Y entonces me despertaba. Habíamos llegado a nuestro destino: Quintanilla de Pienza.
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