En invierno, y con el paso de los años, cada vez era menos la gente que se quedaba a vivir en el pueblo. Un año cerró la escuela, más tarde la "venta" dejó de vender productos, quedando como el único bar y teléfono en un radio de siete kilómetros; más tarde el cura se fue a otro pueblo más habitado. Con el tiempo hasta la venta cerró definitivamente.
Así que salvo los "abastecimientos" que llegaban en camión o furgoneta, todos los días el pan, el carnicero y el pescadero dos veces por semana, el heladero por las tardes, ..., había que desplazarse hasta Medina para comprar.
Con todos los que éramos, y como mis abuelos no tenían coche, íbamos muy poco a Medina, pero cuando íbamos, era todo un acontecimiento, algo así como cuando los habitantes de un poblado viajan a la gran ciudad. Los mejores días eran cuando coincidía con mercado. Las calles viejas se llenaban de puestos y las gentes de todos los pueblos del alrededor se acercaban a hacer sus gestiones.
Adentrase por aquellas calles tan estrechas, cruzar la muralla, visitar las torres, ... , te hacían viajar a otros tiempos, a la época de las aventuras de El Cid a lomos de Babieca (cuya figura recuerdo ver por todas partes), y que en aquella época protagonizaba una serie de dibujos animados en televisión.
No recuerdo haber subido a las torres, aunque seguro que lo hice. Esta vez tampoco hubo oportunidad. Abrían a las 12:30, y a los 12 nos teníamos que ir.
Volviendo a pasear por aquí, me doy cuenta como el tiempo cambia la perspectiva con la que uno ve las cosas. Como la curiosidad la mueven cosas distintas cuando eres mayor. De pequeño, me imagino que por culpa de la imaginación, la visión de las cosas me parece un tanto distorsionada y fantasiosa. Hoy la realidad creo verla desde un punto de vista más objetivo, y no es que sea peor, pero si ha perdido parte de su emoción.
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