25.9.12

HISTORIAS. Luis Bericua (parte 2)



Podéis leer la primera parte de la entrevista pulsando AQUÍ.

Antes de empezar a hablar sobre aquellos años cuéntame qué ha supuesto el surf en tu vida.

La verdad es que el surf no es lo primero en mi vida, y en comparación con otras personas que conozco, no me considero muy "surfero". De todos modos es imposible negar la influencia que ha tenido y tiene aún en mi vida, a pesar de que no sea muy consciente de ello, y a veces sean otros quienes me lo hagan descubrir. El otro día en el trabajo un compañero me preguntó. “Oye Luis, ¿hoy hiciste surf?”. Yo le contesté que sí y por qué me lo preguntaba, a lo que me respondió que se me notaba porque los días en los que hacía surf estaba más animado que en los que no.

Con el tiempo mi relación con el mar y el surf también ha cambiado. Hubo una temporada en la que no me bañaba en el mar si no tenía una tabla. No encontraba sentido a mojarme sin una tabla de surf. Eso ahora ya no me pasa, y cuando vamos a la playa la prioridad ya no son las olas, sino buscar aquélla en la que podamos estar más cómodos. Eso si, la tabla se viene siempre con nosotros.

Desde que comencé, salvo tres años en que los tuve el surf aparcado, me he metido más o menos asiduamente. Pero sin duda los más intensos, los más “surferos”, fueron los que viví en Galicia. Cuando regresé a Asturias tenía menos tiempo para entrar al agua, y cuando lo hacía salía hecho polvo. Fue en esa época cuando empecé con la vela. Era un deporte totalmente nuevo para mí, y en el que además sólo podía mejorar. Tuve un snipe, una embarcación de vela ligera con la que participé en algunas competiciones locales de vela. También he navegado como tripulante en un crucero. Alguna vez fui de patrón, pero era muy malo, de modo que cuando yo patroneaba quedábamos entre los últimos, por no decir de últimos. Durante esos años el surf pasó a ser “lo que hacía”, y la vela “lo que hago”, hasta que hace unos años decidí cambiar la frase, de modo que el surf ha pasado a ser “lo que todavía hago”. Este cambio de mentalidad me hizo retomar el surf otra vez con ilusión. Es más, hasta he llegado a dejar la vela por el surf. Ahora además lo he unido con mi otra gran pasión, sacando fotos desde el agua, lo que me ha aportado una nueva dosis de motivación.

¿Y desde cuándo crees que tienes ese sentimiento por el mar?

Si le pudiésemos preguntar a mi madre, seguramente nos diría que desde antes de nacer. Lo hice en el Hospital de la Cruz Roja de Gijón el 12 de marzo de 1953, y al parecer fui bastante pesado y tardé un montón en salir. ¡¡Ya de neonato me gustaba estar en un elemento líquido!!

No fue sin embargo a través del surf como surgió mi afición por el mar. El mar siempre estuvo ahí. Después llegó el surf. Antes de practicarlo me acuerdo que me llamó la atención al verlo en el cine y las revistas de deporte que tenía mi padre en casa, ya que era profesor de educación física. Él fue quien me enseñó a nadar. Antes de mi primera tabla tuve un correolas de madera, al que pinté una boca de tiburón.

Por cierto, el correolas con la boca de tiburón se transformó, ya estando en Coruña, en un monopatín que me hizo Neme, un amigo de San Sebastián que hacía la mili en la ciudad y que era del equipo Sancheski. A la tabla le puse unas ruedas que me las trajo de Nueva York mi amigo Kike, otro de los primeros surfistas de Coruña; por cierto, una persona muy valiente y tranquila a la vez

Y del correolas al surf.

En las piscinas de la sociedad deportiva Real Grupo de Cultura Covadonga conocí a Amador Rodríguez, Jorge Pestaña, Tino Serrano, Fernando Montenegro, .., Algunos de ellos tenían tablas de surf, y se pasaban por la escalera 10 de la playa de San Lorenzo de Gijón. Los más jóvenes del Grupo montamos un club aparte que se llamaba Peñarrubia cuando el Grupo Covadonga, que tenía su sede cerca de la playa, se trasladó a unas instalaciones más grandes pero alejadas del mar.

El Club Peñarrubia tenía su local social, por llamarlo de algún modo, en un ático de un edificio cerca de la playa. Las tablas las guardábamos en un bajo comercial que estaba desocupado, y que nos dejaron a través del padre de Jose, que era el dueño del ático.

Con la tabla de Ramiro Rilla fue con la que me puse por primera vez de pie. A aquella tabla le llamábamos “la pequeña”. Un precioso ocho pies muy ancho de la casa Barland que se había traído de Biarritz. En aquellos años las tablas evolucionaron un montón en cuanto a formas y tamaños. Mi primera tabla, bastante más pequeña que aquella Barland, fue una Jerónimo de color amarillo fabricada en Casa Lola, en Loredo, a la que siguieron una Freedom inglesa, también amarilla y aún más pequeña. La Freedom la compré en un viaje a Santander y era una tabla muy rara, ya que tenía una panza redonda por la parte de arriba. La siguiente, ya en Coruña, fue una Rufo’s.

La Rufo’s era muy afilada y larga comparada con la Freedom. En aquellos años comenzaron a verse las primeras tablas cortas, que se pusieron rápidamente de moda por su aparición en las revistas de surf americanas, pero como al principio Rufo no las fabricaba, en un viaje a Portugal me compré una que era realmente enana. Aquella tabla resultó muy mala y para mí fue un atraso, así que pronto me deshice de ella. Tras ésta anduve un tiempo con una Jerónimo de color verde propiedad de nuestro amigo Kike, que cuando se fue para Nueva York, nos la dejó para que la utilizásemos. En una exposición de tablas antiguas que hubo en el Festival de Salinas había una gemela; es más, creí que era la misma, ya que tenía todo igual hasta los colores del timón, y el mismo puente para el invento. Estuve indagando y resulta que no. Como aquella Jerónimo se habían hecho otras iguales.

Tras la Jerónimo tuve una Local Motion de dos quillas y color rojo, que compré en La Coruña a un tipo que había estado en Ciudad del Cabo y la había traido desde allí en un barco. Según él, tras el viaje no la había vuelto a usar, por eso la vendía. Me imagino que esta persona la trajo para hacer negocio, ya que fui yo quien la estrenó. De hecho cuando le pregunté cómo era que la tabla no tenía parafina, me contestó que no sabía que había que echársela. Esa tabla aún la conservo, aunque no la uso.

Después de la Local Motion le compré a Fernando Adarraga una Bilbo inglesa. Un tablón de 10 pies que había sido de la familia Irisarri. Hablando con Vicente  supe que era una tabla fabricada en 1965. Gracias a la Bilbo no dejé el surf en la época floja. Ahora ando con un 9’6’’ que me hizo Miguel del taller de White Shark de Gijón, en base a la Bilbo, y con un 7’4’’. También algunas veces me meto con una tabla de mano para hacer bodysurfing. Esta me la fabriqué yo, y con ella entro cuando hago fotos desde el agua, para poder salir más rápido y no tener que hacerlo nadando.

¿Cómo fueron aquellos comienzos en Asturias y qué conocías del surf en Galicia antes de venir?

Surfeábamos sobre todo en la playa de San Lorenzo, ya que al principio nadie tenía coche. Cuando íbamos a Salinas lo hacíamos en el Alsa, y eso a pesar de las pegas que nos ponía el conductor para llevar las tablas en el bus. No sabían lo que eran, y claro, ocupaban demasiado espacio en el portaequipajes. Después surgieron los coches dejados por los padres y algún otro comprado entre varios. Recuerdo un Peugeot 203 comprado por Tino Serrano y otros. Ninguno de sus propietarios tenía carnet, pero como yo sí, iba muchas veces de conductor. En unos de nuestros viajes, a la altura de la fábrica de la sidra O Gaiteiro, en Villaviciosa, se rompieron los pulpos con los que sujetábamos las tablas y éstas salieron volando. Menos mal que no veía ningún coche detrás.

Después mis padres me compraron un Citroën dos caballos y ya nos movíamos más: Ribadesella, Peñarrubia, Vega, Playa España, Rodiles, … Antes para hacer surf tranquilo no tenías que moverte demasiado. Ahora ya no me desplazo tanto y  me meto sobre todo en la playa de San Lorenzo. Me da mucha pereza desplazarme en el invierno y ya no busco la ola perfecta. La realidad es que me meto con lo que haya. Sólo me desplazo si vamos a pasar el día en la playa, y ni busco una de buenas olas. Me conformo con estar tranquilo en la playa.


 ¿Qué fue lo que te llevó a Galicia, y qué referencias tenías del surf aquí?

De Galicia conocía las referencias típicas de su cultura y gastronomía, pero en cuanto a surf, no sabía nada de nada. Ni si había olas, aunque me imagino que pensaba que sí. Para nosotros, surfistas de Gijón, lo más hacia occidente donde se hacía surf era Tapia. Y no era una zona que conociésemos demasiado.

A pesar de que conocía a Amador Rodriguez, éste nunca me contó nada sobre Galicia y el surf. Ya estando aquí, y cuando coincidimos en Gijón, sí que me contó que conocía a Carlos Bremón. También recuerdo sus comentarios sobre el fuerte viento que hacía aquí. Para expresarlo de modo visual me contó que se subían a la Torre de Hércules, y que con los abrigos abiertos, se echaban hacia delante y no se caían.

A Galicia llegué en 1975 para estudiar aparejadores. Los dos sitios más próximos a Gijón en los que había esta titulación eran Burgos y La Coruña, y la presencia del mar fue el principal motivo de mi elección. Aunque ésta no fue la principal causa que argumenté, y tras exponer una buena lista de razones, conseguí convencer a mis padres para que me dejasen ir a Galicia.

Al poco tiempo de estar en La Coruña, un día que estaba dando un paseo por la playa del Orzán, vi a unos tipos metidos en el agua con sus tablas en la zona del Matadero. Cuando los vi casi no me lo creí, de modo que de la impresión eché a correr hacia ellos para verlos más de cerca. Esperé en la orilla a que salieran del agua, y en cuanto lo hicieron me fui a hablar con ellos. Lo primero que me llamó la atención era que algunos llevaban chaleco salvavidas. Tras presentarnos, y como tenía unas ganas increibles de hacer surf, creo que les pedí que me dejaran una tabla. Entré al agua, y tras coger unas olas, salí. Entonces fueron ellos los que se acercaron a mi exaltados diciéndome que era muy bueno. Al principio creí que me estaban tomando el pelo, ya que yo era de los malos de Gijón, pero insistieron tanto que al final los creí. Después me di cuenta por qué lo decían. Ellos se ponían de pie sobre la tabla gateando, y verme a mí hacerlo de un salto, fue como descubrirles un nuevo mundo. Con el tiempo, cuando aprendieron y dominaron la técnica, enseguida me superaron en el agua, y yo volví a ser tan malo como en Gijón.

Tras aquel primer encuentro entablé una profunda amistad. La verdad es que me acogieron muy bien, y me encontré tan a gusto con ellos y con la ciudad, que al final me pasé 10 años en Coruña. Si por algo destacaban, y también lo que más me gustó de ellos, fue que eran unos verdaderos y auténticos amantes del surf y las olas. O como decía mi amigo Neme, no eran nada “cocacolos”. Con este término Neme llamaba a la gente que iba de surfista, con todo tipo de material y los últimos avances, pero que no se acercaba mucho al agua, salvo los días en los que no les veía nadie y en los que decían coger excelentes olas. Ellos no tenían imagen surfera, pero entraban al agua tanto en invierno como en verano. Tenían la verdadera necesidad de coger olas. Se había convertido en algo vital para ellos, y aunque su nivel fuese inferior al de otros, eran muchísimo más surferos que la mayoría de los “surfistas” que conocí.

En aquella época el surf no tenía la consideración que tiene hoy en día como deporte, y de hecho alguna gente no lo consideraba como un deporte. Mis compañeros de piso eran unos de ellos. Conocedores de mi afición por el surf, me preguntaban si era dificil. Cuando yo les decía que sí no me creían. Un día coincidimos en Bastiagueiro mis compañeros de piso con mis amigos “los surfistas”, y entonces le pregunté al más deportista de los del piso, que jugaba al futbol en un equipo, si quería probarlo. Cuando entramos al agua le dije que si conseguía en su primer día mantenerse sentado sobre la tabla sin caerse se podría considerar como bueno. Evidentemente mi amigo se veía capaz de eso y mucho más. Ya en el agua yo le sujetaba la tabla para que se sentase, y cuando ya estaba sentado la soltaba. En cuanto lo soltaba, perdía el equilibrio de inmediato y se caía. Así varias veces hasta que finalmente se cansó. Desde ese día cuando yo les hablaba de surf en casa noté que ya lo consideraban de otra manera. He de reconocer que yo fui un poco cabronazo, ya que le dejé probar con la tabla más pequeña que tenía. Además cuando le sujetaba la tabla la ponía de manera que las olas le diesen de lado, y claro, cuando llegaba una, se desestabilizaba y se caía.

Un buen ejemplo del carisma de aquellos surfistas es la figura de Rufo. Creo que aún no se ha valorado lo suficiente todo lo que Rufo hizo por el surf en Galicia, y su gran mérito. Cómo partiendo de cero, experimentando con resinas, fibras y llegando a hacer su propio foam, Rufo fue capaz de construir aquellas tablas. Era increíble su capacidad de no dejarse llevar por la falta de medios para lograr aquellos objetivos que se había marcado.



Me decías antes que el surf no es lo primero en tu vida. Háblame un poco de tus otras aficiones.

Últimamente le he cogido bastante afición a la bicicleta de piñón fijo, aunque la verdad es que el haber empezado con ella ha sido un poco por bocazas y culpa de mi hijo. Él vino con la afición de Boston. El mundo de la bicicleta le gustó tanto que hasta se puso a trabajar de bicimensajero y en una tienda de bicicletas en Barcelona. Antes tenía una de paseo, pero un día viendole a él, le dije que me gustaría tener una. A las pocas semanas ganó una en una carrera y me la regaló. He de reconocer que esto de la bicicleta de piñón fijo es un poco complicado, y como yo no soy un purista, ando con un freno. Estoy operado de menisco en las dos rodillas, y frenar derrapando es demasiado para ellas, así que cuando he de reducir la velocidad aprieto el freno.

Me encanta la lectura, y leo casi todo lo que cae en mis manos. Me he deshecho de muchos de los libros que tenía, ya que me ocupaban mucho espacio en casa. Ahora cuando termino un libro lo regalo. Los únicos de los que no me desharé nunca son los del inglés Patrick O’Brian, y en concreto de su colección de novelas sobre la Armada Inglesa. Bueno, tampoco de mis tebeos. Tengo alguno de cuando tenía 16 años.

Y cómo no la fotografía. Empecé con 12 o 13 años con la cámara Kodak de mi padre que todavía conservo, haciendo las típicas fotos familiares. A esa edad pertenecía a la OJE, y en ella hicieron un cursillo de revelado. Todo el proceso me pareció algo mágico. A los 18 años conseguí que mi abuela me dejase montar en la despensa mi pequeño laboratorio. Lo malo era que el espacio del que disponía era muy pequeño, por lo que en ocasiones ocurrían desgraciados accidentes. Las cubetas las dejaba en unas baldas, una encima de otra, y cuando me agachaba, si no tenía cuidado, chocaba con la puerta. Entonces ésta se abría y se me velaban las fotos. Eché muchas horas allí. El proceso de lavado lo hacía en la pila de la cocina. Después en La Coruña, con Vari, montamos un laboratorio juntos, primero en una habitación que no usábamos en mi casa, y después en la buhardilla que teníamos encima del bar. Fotos de surf hicimos muy pocas, ya que mis objetivos no pasaban de un 50 mm, por lo que las imágenes siembre quedaban muy lejanas. De todos modos alguna tengo hecha, sobre todo cuando regresé a Gijón, ya que en esa época trabajé en una agencia de publicidad y uno de los dueños me dejaba un 500 mm de vez en cuando. Con la llegada de las digitales ya me compré una con un 200 mm, aunque esa distancia focal es poca para hacer buenas fotos de surf desde la playa. En 2011 vendí el snipe, la embarcación de vela ligera que tenía, y con el dinero me compré una G11 y una carcasa para hacer fotos desde el agua. Pero antes que nada soy surfero, así que prefiero coger olas antes que hacer fotos. Las fotos las dejo para los sábados, cuando la playa está llena de gente en el agua, y coger olas es un rollo. Como estoy prejubilado me puedo meter por semana, cuando la cosa está más tanquila. Pero bueno, cuando las olas son buenas aparece gente hasta de debajo de las piedras.



Ya que lo mecionas, háblame de O’Patacón, el bar que abriste con Vari y con Jose,  que se convirtió en Coruña en toda un referente cultural en Coruña, y por lo que tengo entendido, también punto de encuentro de los surfistas coruñeses.

Llegué a Coruña en 1975 para estudiar aparejadores. Estuve en primero de carrera durante tres años seguidos, así que ya puedes deducir que lo mío no era el estudio. Un día llegaron Vari y Manolo con el proyecto de montar un bar, y a Jose y a mí nos gusto la idea. Cuando nos enseñaron el local en que tenían pensado montarlo terminamos de convencernos. Los cuatro decidimos esperar a que pasase el verano para que cada uno juntase el dinero necesario para poder abrir. A Majo, mi novia por aquel entonces, y ahora mi mujer, le gustó también la idea, así que decidimos embacarnos en la aventura, y venirnos a vivir, no ya como estudiantes, a Coruña. Como lo de juntarse por aquel entonces se veía como muy lanzado, nos casamos antes de venirnos. Después de pasar todo el verano vendiendo artesanía por las fiestas de los pueblos, y con la ayuda de los padres, juntamos el dinero.

Manolo nos dejó pronto porque no encajaba con nosotros, así que nos quedamos al frente del negocio, Vari, Jose y yo, además de Ángeles, la mujer de Vari, y Majo. El bar lo montamos nosotros, con nuestras propias manos, menos algunas obras especializadas como un tabique de ladrillo, los baños y la instalación eléctrica que contamos con profesionales que se agenció Jose, que en aquella época trabajaba en la constructora de la familia. Pero el resto lo hicimos nosotros. Tiramos todo lo que sobraba buscando crear un espacio amplio. Rufo nos ayudó también con el techo y demás elementos de madera, ya que éste era un tema que dominaba. Tardamos mucho en abrir, y nos retrasamos con respecto a la fecha prevista varias veces, ya que nos daba un poco de miedo dar el paso, y siempre encontrábamos algo que se tenía que terminar o que se podia mejorar.

O’Patacón no fue el primero de los bares de este estilo que se abrió en Coruña, ni el primero que organziaba exposiciones. En mi opinión su éxito, y los buenos recuerdos que guarda la gente, se deben principalmente en que abrimos O’Patacón no para ganar dinero, sino para vivir. Una de las cosas que más nos gustaba era que, como con dos personas se atendía bien, el tercero de los socios podía descansar, lo que nos permitía hacer turnos en los que trabajábamos un mes y descansábamos 15 días. Esto nos permitía disfrutar realmente del trabajo, y eso la gente lo notaba. Además, como abríamos sólo por la tarde noche, el disponer del resto del día libre nos permitía organizarnos en función de las condiciones del mar, adelantando o retrasando los recados o tareas que había que hacer durante el día. La hora de apertura era a las ocho, y recuerdo llegar muchas veces, los días que las olas eran buenas, directamente del agua a abrir, sin ducharme. No teníamos mentalidad de empresarios, tal como se entiende hoy. El dinero que ganábamos nos llegaba y valorábamos más el tiempo libre. Con los años, y el aumento de las obligaciones familiares, aumentó la necesidad de dinero, además de que la competencia también aumentó.

El ambiente en el bar era muy variado, pero predominaba la gente con interés por el arte, y en concreto la música, la pintura, la fotografía o el el teatro. Nosotros también éramos aficionados a todas esas cosas y estábamos dispuestos a que el bar tuviese una programación mantenida y continuada de actividades de este tipo. Éste era el verdadero ambiente del bar, más que el de un lugar de encuentro de surfistas. El que los dueños practicásemos este deporte era una anécdota. Sí que era cierto que por su situación, cerca de la playa del Orzán, era donde quedábamos para coger olas. En los últimos años Tito tuvo un pequeño local en el que reparaba tablas. Sí recuerdo hacer la entrega de premios de algún campeonato, o proyectar películas de surf, pero casi a puerta cerrada. Aquellos campeonatos eran una disculpa para vernos, estar juntos y pasar un día de fiesta.


Y aquí ¿a dónde ibais a surfear?

Durante los años que estuve estudiando en Coruña, los fines de semana me quedaba solo en el piso en el que vivía alquilado, ya que el resto de mis compañeros, que eran gallegos, se marchaban para sus casas. Pero no lo pasaba mal, porque los domingos Jose, Tito y alguno más me venían a buscar y nos íbamos con la furgoneta de Rufo a la búsqueda de olas. Surfeábamos sobre todo en el Orzán, que era la playa que teníamos más accesible al estar en la ciudad. Cuando había mucho mar en el Orzán íbamos a Santa Cristina. Si las condiciones no eran buenas recorríamos todas las playas desde La Coruña hasta Malpica, o tomámamos dirección a Doniños. Nos regíamos por la dirección del viento y la condición de marea. Íbamos asiduamente a Doniños, San Jorge, Malpica, Razo, Sabón. Antes de venirme a Gijón, descubrí Campelo. Sin embargo en Pantín no entré nunca, ya que todas las veces que fuimos no había olas. Entre todas las playas la que más me impactó fue la de Nemiña, por su entorno y lo solitaria que era, sin casas a la vista y muy poca gente. Tras el Orzán la más visitada era Doniños. Sin embargo de la que recuerdo las mejores olas era de Sabón, aunque allí surfeé pocas veces, ya que no era tan regular como Doniños.

Guardo grandes recuerdos de nuestras acampadas todos juntos en Doniños con la playa para nosotros, y en general de la soledad y tranquilidad que se vivía en estas playas. Si no había olas disfrutábamos igual. Recuerdo un día de primavera que hicimos una excursión a Razo para coger olas y hacer una barbarcoa. Estábamos Jose, Vari, su mujer Ángeles, Dámaso, su mujer Bea, Majo y yo. Olas no cogimos, pero la barbarcoa sí que la hicimos entre las dunas. Como hacía muy buen día nos pusimos todos en traje de baño, y claro no nos echamos crema. Cuando nos fuimos de la playa estábamos como cangrejos, tan quemados que cuando veíamos una pared con azulejos nos apoyábamos en ella para refrescarnos.

Hice el servicio militar tarde. Ya me había casado y teníamos abierto O’Patacón. Los días de guardía, mi válvula de escape eran los recuerdos de esas playas solitarias: reocrdaba en especial un día de verano en el que habíamos ido mi mujer y yo a la playa de Barrañán. No era una playa a la que soliésemos ir, ya que no se caracterizaba por su seguridad en cuanto a oleaje se refiere. Sin embargo aquel día rompían perfectas izquierdas y derechas en un mismo pico. Estábamos a la derecha de la playa en la zona que queda incomunicada con la marea alta, yo cogiendo olas y ella corriendo por la playa. Como diría Vari, aquella imagen “bucólica pastoril” se asemejaba bastante al paraíso que era Galicia en aquella época.

Cuando me volví a Asturias, una de las cosas que me apartó del surf, además de tener que buscarme la vida con un trabajo normal, fue que no controlaba cómo estaban las playas en función de las condiciones de mar en Gijón, cosa que sí dominaba en La Coruña, en donde organizaba mi día en función de las condiciones del mar.

Comparado con Asturias, la media de calidad de las olas es mayor en Galicia. También la cantidad. Pero en Asturias tenemos Rodiles. Y esa ola, la mejor que he surfeado nunca, compensa otras carencias. Ahora hace tiempo que ya no voy a Rodiles, más que nada por la cantidad de gente que hay en el agua y el nivel que tienen. Como uno no es muy bueno, estoy a lo que me dejan los otros, ya que no tengo la misma capacidad que antes para entrar tan cerca de la rompiente. Tendría que estar saltando olas todo el rato para pillar algo, y la verdad es que no es plan. Ahora prefiero estar tranquilo en el agua, y me encuentro más cómodo en olas malas y mediocres pero con poca gente. Cuando íbamos con Rufo recorriendo la costa, de playa en  playa, éramos los únicos haciendo surf. Que eso se repitiese ahora me parece imposible, sobre todo cuando voy a Salinas o a Xago. Y ni te cuento los fines de semana en Gijón. Me imagino que ocurrirá algo parecido ahora en Galicia. Recuerdo que el número más alto de gente en el agua fue un día en Doniños, un fin de semana, donde estábamos 20 en el pico, porque se habían juntado gente de la Coruña, Ferrol, y unos de Bilbao que estaban por Galicia. Pero claro, aquellos, eran otros tiempos.


1.-Vari Caramés y Luis Bericua en la playa del Orzán con dos Rufo's Surfboards bajo sus brazos.
2.-Luis Bericua y Juan Abeledo de viaje por Finisterre.
3.-Doniños, campo de tiro, Neme, Jose, Vari y Majo a bordo de un Seat 1500.
4.-Campeonato en Santa Cristina. Entre el público y jueces: Fernando Montalbo, Juan Abeledo padre, Vicente Irisarri, Gusse Nuñez, Carlos Bremón.
5.-Doniños

9 comentarios:

  1. Genial, como siempre, Jesús !!!
    Jose Moro.

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  2. Enhorabuena por el trabajo, muy bueno y un gran personaje.

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    1. Muchas gracias Jon.

      La verdad es que ha sido todo un placer conocerlo, y eso que el contacto sólo ha sido a través del mail.

      No hay más que escuchar todo lo que sus amigos dicen de él para saber que Luis es una gran persona. Espero haber podido transmitir eso en la entrevista.

      Un saludo.

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  3. Mira tú por donde aparece la Bilbo, mítico tablón que a más de uno retiró del surf prematuramente por culpa de su incontrolable inercia y canto afilado en proa. Porque realmente con ese tamaño, volumen y peso más correcto es usar términos navales que surferos.

    Pero fué una gran tabla, llena de magníficos recuerdos. Pensamos que aún la tenía Adarraga; pero veo que está en muy buenas manos.

    Saludos Jesús; y a Luis, mis mejores deseos de que aún disfrutes muchos años de esa tabla con salud.

    Alberto Irisarri

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    1. Muchas gracias por el comentario, Alberto. Da gusto que las historias se vayan completando así. Por cierto ¿es entonces la Bilbo la Luis la famosa y temida "Guadaña"?

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  4. Esa tabla sigue entrando al agua, poco, pero sigue entrando, y cuando estoy con ella se la suelo ofrecer a los chavales jovenes para que hagan surf con una tabla que tiene más años que ellos. Le quiero poner una quilla nueva ya que la que tenía estaba cortada, después puso Tito una pero cuando girabas vibraba, le puse otra aquí en Gijón, pero es pequeña, ahora le estoy haciendo una en contrachapado, pero no tengo muy claro que forma ponerle y estoy mirando cosas. ¿Es la Guadaña? sería muy guapo mantener su nombre.

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  5. hay en algun lado de internet algun album de fotos de o patacon o alguna biografia?
    me gustaria saber mas de su historia porque soy demasiado joven para haberlo conocido y soy fanatico de los locales nocturnos

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    1. Hola Ozzy, he buscado por internet y no hay mucho. Te dejo un enlace del blog en el que entrevisto a otro de sus propietarios: http://desdelacroa.blogspot.com.es/2011/10/historias-jose-queimaran.html, y en el que se describe el bar. En casa tengo algunas fotos que me pasó Luis, y un escaneado un collage que había en la entrada. Un saludo

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