Creo que hasta hoy nunca antes había repetido una entrada en el blog. Pero la serie dedicada a Carlos Bremón estaría incompleta sin la historia del descubrimiento de las playas de Villarrube y Pantín. Además de la relevancia que pueden tener estos dos hechos para la historia del surf gallego, de aquel primer día en Pantín ha quedado testimonio a través de 5 fantásticas fotografías hechas con una cámara reflex Zenit y un objetivo Noritar de 250 mm y 1:4,5 comprado por Carlos en Nueva York en 1968, tras haber asistido a los Juegos Olímpicos que se celebraron en la ciudad de México. Tal y como recuerda Carlos “fue una suerte inmortalizar aquel baño, ya que si no todo sería un vago recuerdo, muy bonito, eso sí, pero definitivamente enterrado en el olvido”. Gracias a esas fotos, y al testimonio de Carlos, de algún modo todos hemos podido disfrutar de aquel primer baño en Pantín.
"En mayo de 1971 emprendí un surfari a Tapia. Aprovecharía el puente del 1 de mayo para llegar hasta tierras asturianas y contactar con un grupo de surfistas que me habían dicho cogían olas en esa playa que entonces era desconocida para mí.
No hacía ni un año desde que había empezado a hacer surf, pero el crudo invierno que acababa de terminar había sido muy provechoso, con muchas buenas sesiones en Santa Cristina cuando entraba temporal, y cuando no, en el Orzán o en Bastiagueiro. A pesar del frío estos han sido unos meses mágicos, en los que el surf ha resultado ser una experiencia alucinante.
Como era lógico en aquellos años, iría hasta Tapia siguiendo la carretera de la costa. Mi primera parada fue en Valdoviño, la playa de los ferrolanos que estudian Náutica en Coruña. Me acerqué hasta la playa pero había mucho mar, por lo que seguí de largo en dirección a Cedeira.
Tras dar una pronunciada curva, de pronto diviso una playa desconocida. Busco una bajada y llego a una pista que muere sobre una duna, en la ladera de un pequeño outeiro que domina el centro del arenal. La playa, de unos cuatrocientos metros de longitud, con bastantes dunas y un carrizal inmenso detrás, está como encajonada entre dos acantilados. Pero hay algo que enseguida me llama la atención. Es una cresta gris, una ola que se mueve paralela al acantilado norte.
La playa está resguardada de casi todos los vientos -excepto del Noroeste-, por las dos colinas que la flanquean, tanto por el lado Norte como por el Sur. Sin embargo su orientación es muy buena, totalmente noroeste, por lo que la principal dirección de mar le da de lleno.
La cresta gris rompe en una magnífica derecha. Y detrás viene otra, y otra. El cuerpo me lo pide, pero la lógica se impone. Estoy solo, y esa ola tiene un buen tamaño. Mi metro de Santa Cristina no es un buen entrenamiento para enfrentarse a esa derecha.
Sigo mi camino, pero esa ola queda grabada en mi memoria.
Poco después de dejar aquella playa, y de nuevo tras una curva cerrada, aparece ante mí otro arenal. Este no está tan abierto al mar, ya que encuentra abrigo en el interior de la ría de Cedeira. Desde lo alto resulta complicado apreciar el tamaño de las olas. ¿Será suficiente?. Sigo por la carretera y veo un cartel que pone Villarrube. Bajo por una pista estrecha y pronunciada, que me lleva al pie de unas dunas. Desde allí no se ve el mar, así que me acerco caminando hasta la orilla. Parece que las olas son surfeables. Vuelvo al coche para cambiarme. Entre mis cosas busco la chaquetilla del traje de neopreno, pero no aparece. Tras buscar y buscar llego a la desagradable conclusión de que no la tengo conmigo. Hace frío y llueve, pero las olas son muy buenas. Para mi desgracia me he olvidado también el bañador, por lo que he de entrar al agua con un pantalón de chándal. Aguanto en el agua una media hora, pero a pesar de todo, aquella fue una buena sesión.
Un año más tarde, a principios del mes de agosto de 1972, me voy unos días de camping a Valdoviño con mi novia. Conmigo llevo mi tablón de 2,70 metros. Llego al atardecer, y tras montar la tienda, voy a ver las olas. La carretera baja hasta la misma arena. Veo un islote muy batido por las olas, pero el mar está algo revuelto. Parece que el viento de hoy no es muy bueno allí.
De pronto me viene a la cabeza el recuerdo de aquella playa cercana a Valdoviño que, yendo hacia Cedeira, había visto el año anterior. ¿Por qué no le hacemos una visita?
Accedemos a la playa por la misma pista que un año antes. He visto carteles que indican “Playa de Pantín”. Después de aparcar al final de la pista, bajo a la arena. La playa está lisa. Es marea baja y el mar ha retrocedido mucho. Hay una ola rompiendo en el medio de la playa. Una izquierda muy rápida, aunque pienso que con el tablón quizás sea capaz de seguirla. Pero hoy ya es muy tarde. El sol marca ya largas sombras. Mañana por la mañana lo intentaré.
Son la una del mediodía. Nos hemos levantado tarde y he vuelto a ver Valdoviño. Más o menos sigue igual que ayer. No hay duda, ¡a Pantín!
Cuando llegamos la marea está alta y rompe una preciosa ola, que tendrá algo más de medio metro, frente al Outeiro. La mañana es muy soleada, la brisa es terral suave, y todo invita a irse al agua. Cojo mi tablón y me lanzo al mar. El agua está fría, pero al ver romper aquellas olas, pronto me olvido. Por supuesto que estoy en bañador, el traje de goma es sólo para el invierno.
Cojo izquierdas y derechas, disfruto de las olas, de la soledad. No hay nadie en la playa, ni tomando el sol tan siquiera. Aguanto más de una hora, hasta que me harto de coger olas y salgo ebrio de espuma, de agua verde cristalina, de olas acariciadoras que me han transportado al paraíso. Con los años, será una de esas sesiones que consigues recordar sin esfuerzo, que la tienes viva en la mente, en la que aún ves las crestas cerca de tu cara, e incluso revives las sensaciones que has experimentado: el sabor del mar, la luz brillando en la superficie del agua, los revolcones en la orilla.
Al día siguiente la brisa ha subido de intensidad, sopla un fuerte nordeste. Vuelvo temprano a Pantín. Quiero intentar coger la ola de marea baja que vi la otra tarde. La ola es una verdadera cremallera, pero demasiado rápida. El viento es muy fuerte y fresco. Además el mar ha subido de tamaño. Me lo pienso un rato, pero finalmente desisto. La soledad, con aquellas fuertes olas y viento, impone un poco. No sé si sería capaz de surfear esa ola. De todas maneras le hago unas fotos porque nunca había visto romper una ola así.
Después de comer aparece un matrimonio con unos niños que aparcan junto a nosotros y bajan a jugar a la arena. La tarde cae y volvemos al camping".
Continuará ... Sigue la historia, en la parte 7 con el descubrimiento de Doniños, pulsando AQUÍ.
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