Antes de conocerlo, Jose
“Queimarán”, o Jose “el del Patacón” como también es conocido, era para mí algo
así como el personaje misterioso del grupo que protagonizó los orígenes del
surf en A Coruña a principios de los setenta. Si bien pocos eran los que lo
mencionaban en sus crónicas, Jose, con su inconfundible y poblada barba, y bajo
sus gafas, aparecía sin embargo en casi todas las fotos de grupo, muchas veces
con su característico albornoz puesto que le hacía llamar la atención sobre el
conjunto. Una vez que lo conocí el misterio se mantuvo de algún que otro modo.
Desde la primera vez que quedamos para charlar, el encuentro siempre tenía algo
de misterio: no sé cómo, pero prácticamente en todas las ocasiones, Jose
aparecía de repente, con su andar pausado, como si se hubiese trasladado hasta
allí de un modo no convencional. Y del mismo modo que aparecía, desaparecía,
como si se hubiese volatilizado entre la arena y los demás bañistas.
Tras varias llamadas
infructuosas, al fin quedé con Jose un sábado en Doniños. ¿Y por qué en
Doniños? Tal y como me explicó después, no hubiésemos podido haber hablado en
ningún otro sitio que no fuera éste. Al menos no hubiese tenido el mismo
sentido. Jose me pidió que nos viésemos allí donde pasaron muchos de los
mejores momentos de aquellos años. Aquellos recuerdos eran tan importantes en
su vida, que sólo allí merecían ser recordados. Y así fue como quedamos en
Outeiro, en la zona del aparcamiento. Sin embargo cuando llegué no estaba
esperándome entre los coches, sino que lo descubrí en el lugar en el que me
imaginé que acampaba con sus amigos. Sin duda un buen sitio. Protegido del
viento, de espaldas al nordeste y mirando hacia el sur, cerca de la sombra del
pinar, y como no con una excelente vista al pico.
Tras saludarnos, y confirmarme
que aquel era su sitio habitual de acampada, le pedí que me llevase hasta el
lugar en el que montaban su tienda los Abeledo: el castro. Tras caminar un poco
allí estábamos. Entre la hierba aún se podía adivinar la cimentación y parte
del muro que habían construido y sobre el que apoyaban los troncos sobre los
que montaban el toldo que les daba sombra. Este sitio era aún mejor que el
lugar donde acampaban Jose y sus amigos. Más cerca de la playa y del agua
dulce. Se notaba que los Abeledo habían tenido donde elegir. Al fin y al cabo
es la ventaja de haber sido uno de los primeros en acampar en Doniños allá por
los años cuarenta, cuando casi nadie más iba a Outeiro. Y allí, donde en buena
medida se había iniciado la historia del surf en Doniños, comenzó la
conversación:
En aquellos años trabajaba como
“listero” en una obra. Entre mis funciones se encontraba, todos los viernes, la
de pagar las nóminas de los trabajadores. Lo habitual era hacerlo a partir de
las cinco y media de la tarde, que era cuando terminaba la jornada, pero sobre
todo en los meses de primavera y verano, yo intentaba adelantar la hora de pago
lo máximo posible con un único objetivo: llegar a tiempo para coger el único
bus directo que desde Coruña, saliendo a las seis y media, había en dirección a
Ferrol con el objeto de pasar el fin de semana en Doniños. El siguiente bus que
salía hacia Ferrol lo hacia a las nueve de la noche, y además no era directo.
Si en el directo el viaje ya era largo, en éste, el trayecto se hacía eterno.
En el indirecto, además de que el itinerario era muchos más largo, el bus
paraba practicamente en todos los pueblos entre Coruña y Ferrol. Al menos 40
paradas.
Así que con ese objetivo, coger el
bus de las seis y media, modificaba el viernes mi rutina de las mañanas. Dejaba
el trabajo administrativo a un lado y me dedicaba a toda prisa a preparar los
sobres con las pagas, para a las dos y media, tras la comida de los
trabajadores, comenzar a repartirles la nómina. A muchos no les hacía mucha
gracia el adelanto del horario, sobre todo por tener que guardar el dinero en
los bolsillos toda la tarde, pero no coger el bus de las seis y media tenía
unas consecuencias terribles: perderme una mañana de olas en Doniños, al tener
que esperar al sábado por la mañana para hacer el viaje. Es cierto que siempre
quedaba la opción de coger el bus de las 9 de la noche, pero además de un viaje
más largo, ésto suponía tener que hacer el trayecto Ferrol-Doniños andando.
Esto nos pasó en más de una ocasión, alguna bajo la lluvia. En medio del
trayecto solíamos parar a descansar a la altura del restaurante “O Galo” en
Valón, donde echábamos una cabezadita en las escaleras de la entrada antes de
proseguir la marcha. Cuando llegábamos a Doniños era totalmente de noche. Menos
mal que la tienda, las tablas y las demás cosas quedaban en la playa durante la
semana, de lo contrario hubiese sido imposible venir todos los fines de semana.
El modo en el que Juan y Matilde
vivían en Doniños nos impactó un montón. Vivían en total contacto con la
naturaleza. Ellos fueron las primeras personas a las que oímos hablar del
respeto y cuidado de la naturaleza, hoy ideas tan en voga. Pasaban los veranos
justo aquí. Entre todos los que compartíamos la ladera del Outeiro éste era el
mejor lugar, y el que mayor significado tenía. Protegidos del viento, con un
manantial cercano que les proporcionaba agua dulce. Con el mar suministrándoles
buena parte de la comida. Y como no con unas excelentes vistas a la playa y a
las olas. Sino había olas solíamos acercarnos a charlar con ellos. Siempre
había algo interesante que escuchar.
Pero antes de descubrir Doniños, y
como era normal, nuestro inicios fueron en Coruña, donde vivíamos. No recuerdo
cómo fueron exactamente aquellos comienzos. Primero, aún sin saber del surf,
comenzamos cogiendo olas con el cuerpo en la playa del Orzán. Después empezamos
a utilizar unos “camperos”, que era como nosotros llamábamos a los plankin.
Llegamos a fabricarlos nosotros mismos a partir de planchas de contrachapado,
que conseguíamos en las carpinterías, y a las que dábamos forma calentándolas y
torsionándolas con ayuda de una cuerda. Así que de pronto, y no sé muy bien
cómo, estábamos unos cuantos con la idea del surf metida en la cabeza. Tras el
plankin, supuso una gran novedad la “expropiación” que Checheri hizo de un
paipo de fibra en un yate inglés. No era una tabla, pero en lo fundamental, se
parecía bastante. Un día se rompió, y al ver su sección, con el foam y la
fibra, nos hicimos una idea más o menos aproximada de cómo era una tabla. De
ahí cada uno sacó su propia idea. Como bien se sabe Rufino y Tito “El Viejo”
fueron los primeros en nuestro grupo en tomar la iniciativa de hacer, de un
modo serio, una primera tabla, así que los demás fuimos tras ellos. Recuerdo
también de modo especial el frustado intento protagonizado por Miguel Camarero
y Alejandro Mesias, que utilizaron como foam un colchón, con funda incluida,
sobre el que extendieron la resina, previa colocación de una placha de
contrachapado, literalmente a manotazos. La tiñeron de rojo y se metieron al
agua sin lijarla y sin casi dejar endurecer la resina. Tras cada sesión era
necesario poner la tabla a escurrir para que fuese soltando todo el agua que
había acumulado durante el baño.
A pesar de aquella precariedad
inicial, la realidad era que los materiales que se utilizaban para la
construcción de aquellas primeras tablas, salvo el foam, eran bastante
accesibles para nosotros, ya que un familiar de Rufino trabajaba en la Unión
Cristalera, que entre otros productos vendía resina, fibra picada, … Hasta
trajeron algún foam, aunque recuerdo que eran demasiado densos y pesados,
además de muy frágiles.
Tras aquellos iniciales intentos
fallidos, que sirvieron para ir acumulando cierta experiencia, la primera
prueba seria fue protagonizada como no por Rufino intentando copiar la tabla
“venezolana” de Carlos Bremón. Uno de los grandes misterios era la forma
curvada que tenía la tabla. Para darle el rocker al foam, dedujeron que lo
mejor era hacer, a lo largo de todo el canto de la tabla, una serie de cortes
transversales hasta casi el alma, vaciándolos, para después doblar el foam
ocupando esos espacios. Los datos de partida con los que se contaba eran
prácticamente nulos, por lo que todo era fruto de la improvisación y la
imaginación, de las que salían algunas ideas que hoy nos pueden parecer
absurdas, pero que si las analizas demuestran por parte de Rufino un gran
ingenio. De aquel primer intento salieron una media docena de tablas que
sirvieron para aumentar considerablemente el número de artefactos con los que
podíamos ir al agua.
También hacíamos nuestros primeros pinitos con las reparaciones. Como muchas veces no teníamos resina, lo que hacíamos era reutilizar la que recuperábamos de tablas viejas o de la propia zona de reparación, calentándola hasta hacerla de nuevo fluida. Después, gota a gota, arreglábamos los golpes. Una vez calentamos tanto la resina que cuando entró en contacto con el foam, toda la tabla entró en ignición.
Así que ante la falta de documentación o bibliografía que consultar, muchas de las enseñanzas, por no decir casi todas, venían de fuera, y a través de personas que pasaron a tener un papel fundamental en el desarrollo del surf en Galicia, por lo menos en nuestro grupo. Uno de ellos fue Luis Bericua. A Luis, que sería posteriormente uno de los socios con los que abrimos el bar/galeria O’Patacón, lo conocimos un día en el Orzán. Creo recordar que nosotros estábamos en las escaleras de la playa hablando cuando se nos acercó y nos preguntó si hacíamos surf. Por su acento dedujimos que era asturiano, y dados los antecedentes asturianos que teníamos en Coruña con las figuras de Félix Cueto y Amador Rodríguez, y que Tapia era en aquella época lo más parecido que había en la peninsula a la meca del surfing, le atribuimos de inmediato grandes conocimientos surfísticos. Fue oir su pregunta y al momento silbamos a los que estaban en el agua para que saliesen y le dejasen a Luis una de las tablas. Entró, fue remando elegantemente hasta el pico, y de repente le vimos coger una ola con una facilidad y rapidez que para nosotros no era posible. De hecho no éramos capaces de adivinar cómo lo había hecho. Cogió una segunda ola, y ya más atentos, vimos que lo que hacía era saltar. Para nosotros, que hasta aquel momento nos poníamos de pie gateando, apoyando primero las rodillas, y alzando después el cuerpo, fue toda una revelación y un gran paso adelante. ¡Para ponerse de pie había que saltar! Nos pusimos entonces como locos a silbar para que saliese del agua y nos explicase en tierra como lo hacía exactamente.
El ejemplo de Luis no es más que otro caso de lo que cualquier foráneo suponía para nosotros. Representaban el medio a través del cual teníamos acceso al conocimiento, tanto de la técnica, como de los materiales, y una oportunidad única para hacernos con el material que no teníamos y que no había modo de conseguir. Por ejemplo así fue también como conocimos a Gonzalo Campa y Pedro Beraza. Una tarde estaba paseando cerca del Náutico cuando ví una furgoneta con tablas de surf en el techo. La matricula era del País Vasco. Me acerqué, golpeé en la puerta, pero no había nadie. Así que me senté al lado y esperé entre cuatro a cinco horas a que regresasen para conecerlos y hablar con ellos. Otro del que guardo un gran recuerdo es de Willy Reynolds, “el neozelandés”, gracias al cual vimos por primera vez una tabla corta. El padre de Willy era ingeniero agrícola, y había sido enviado por el gobierno neozelandés a Galicia para promocionar y montar aquí las plantaciones de kiwi que tuvieron tanto impulso en Galicia a finales de los setenta y principios de los ochenta, en base a las similitudes de nuestro clima con el de Nueva Zelanda. Creo recordar que estuvo en Galicia entre 5 o 6 años. Willy apareció con una tabla de un metro y setenta centímetros, muchos más pequeña y manejable que las que hasta entonces nosotros utilizábamos. Aquello fue toda una revolución. Will tenía además, comparado con nosotros, más nivel, así que de él aprendimos muchas maniobras que de otra manera hubiesemos tardado muchos más tiempo en conocer. O Darryl, el sudafricano, que nos descubrió muchos de los secretos de la fabricación de tablas.
Creo que otro hito fundamental en
el desarrollo del surf en A Coruña fue la apertura de O´Patacón en 1979, que
pronto se convirtió en el lugar de referencia y punto de encuentro de toda la
gente que nos movíamos entorno al surf en Coruña. Antes de O’Patacón, como casi
nadie tenía coche, nuestro lugar de encuentro eran siempre las escaleras del
Orzán o el chabolo de Rufo, en donde quedábamos, para desde allí desplazarnos a
donde hubiese olas. Yo normamente solía ir en el coche de Rufo: él conduciendo,
Tito y Alejandro Mesias atrás, y yo de copiloto. Pero con la apertura de
O’Patacón esta dinámica cambió, y el local pasó a ser nuestro lugar de
encuentro. Normalmente a las 9 Tito ya estaba allí, y a medida que iba llegando
la gente decidíamos nuestro destino. La apertura de O’Patacón coincidió con una
época muy especial en todos los aspectos: con el fin de la dictadura se palpaba
en el ambiente que la gente en general tenía especial motivación y necesidad de
hacer cosas, de poner en común ideas y aficiones que hasta hacía poco se
guardan casi en privado. Era así que en aquellos años en Coruña casi no había
ningún local en el que gente con inquietudes artísticas pudiese exponer sus
obras y entrar en contacto con otra gente con esas mismas inquietudes. Y se
puede decir que con esa idea abrimos O’Patacón, entre otros socios Vari
Caramés, Luis Bericua y yo mismo. Para la inauguración del local conseguimos
traer al filósofo y ensayista Antonio Escohotado, y dentro de nuestra
programación, que cambíamos cada quince días, incluimos exposiciones de
pintura, fotografía, conferencias, … Por allí pasó gente hoy reconocida como el
propio Vari, que en el año 80 hizo allí su primera exposición, o Xurxo Lobato,
Alfredo Roldán, Jorge Cabezas, Fernando Bellas, … Quisimos dar al local también
un ambiente especial. Mientras que el resto de locales de Coruña solían ser
espacios oscuros, nosotros, que tanto nos gustaba la naturaleza, queríamos que
hubiese luz, que la gente se viese las caras después de tantos años de
oscuridad y prohibiciones. Así que más que como negocio, lo enfocamos como una
aventura, un lugar de encuentro en el que poder dar salida a todos los cambios
que se estaban produciendoy en el que se respiraba un ambiente increíble.
Y como no podía ser de otra
manera, y en esa época llena de cosas nuevas, el surf formaba una parte
fundamental en nuestra vidas. Hay un tema sobre el que he reflexinado mucho y
que me gustaría destacar: en el surf, y como solo ocurre con otros pocos
deportes , se establece una relación muy próxima entre quien lo practica y la
naturaleza. Es importante tener en cuenta que el noventa por cien de la
composición de nuestro cuerpo es agua. Por tanto cuando nos metemos en el mar,
en realidad nos adentramos en el medio de la naturaleza que más se aproxima a
nosotros. Más que la tierra o el aire. Las olas son además energía. En el
momento en el que las olas se alzan y rompen, esa energía que viene
transportándose desde cientos de kilómetros a través de los mares y océanos, se
desata al llegar a la playa. Cuando cogemos una ola parte de esa energía pasa
del mar a nosotros. Sin ninguna duda, y más que en otros deportes, estoy
convencido que el surf nos recarga de energía, energía dinámica, salida
directamente de la naturaleza. Creo por ello que el surf ha supuesto para
muchos, yo incluido, un estabilizador de nuestro carácter.
En el surf se da además otra
cuestión muy interesante. Más que en otros deportes, tiene la facultad
extraordinaria de distorsionar el tiempo: por un lado, y cuando cogemos una
ola, los pocos segundos que nos deslizamos sobre ella los sentimos como muchos
más. En cierto modo el tiempo se detiene. Pero por otro lado, y en conjunto, el
tiempo pasa muy deprisa, sorprendiéndonos en muchas ocasiones del rato que
llevamos en el agua, que en realidad nos ha parecido muchos menos.
Y también a través del surf,
aunque ya no como prácticante, he encontrado el medio para viajar por el mundo.
A lo largo de estos años he estado en muchos lugares, y he tenido la
oportunidad de llegar a conocer algunos de ellos: Costa Rica, la costa del
caribe de Guatemala, el sur de Brasil, Uruguay, Marruecos, Bali, Hawai, … . Y
entre todos ellos no sería capaz de quedarme con uno, Todos los sitios tienen
su aquel. Para mi la naturaleza, y sus paisajes, son lo más maravilloso que
hay, y lo que me motiva a seguir viajando.
Y así con imágenes e historias de uno
de sus últimos viajes, quedamos para una próxima conversación aún sin fecha. Y
es que con él no podría ser de otra manera. Así que esta entrevista no termina
aquí, y en breve se le añadirán nuevos párrafos que completen la historia.
Muchas gracias a Jose y a todos los demás personajes que aparecen en el blog por compartir sus vivencias, que nos deberían hacer reflexionar... y bravo por ti por desentrañar los orígenes de nuestro deporte y divulgarlos de este modo tan cuidadoso huyendo de estereotipos.
ResponderEliminarUn amante, como tantos otros, del Mar
Una historia muy interesante. Esperamos esa segunda parte pues.
ResponderEliminarSaludos.
Precioso relato!
ResponderEliminarNiegà
Bonita labor la que realizas. Preciosa historia que a través de las palabras nos trasnporta a ese tiempo de descubrimiento y compañerismo. Espero que las nuevas generaciones sepan apreciarlo. Un saludo desde el Este.
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